Recuerdo un capítulo de la primera temporada de Girls. Hannah amenaza a su jefe con ponerle una demanda por acoso sexual, y él, jefe bonachón y campechano donde los haya, le responde con una sonrisa: "No, Hannah, no puedes hacerlo, no tienes en el móvil una aplicación para poner demandas".
Parecería que hay una aplicación para cada cosa y que ya no tenemos que esforzarnos en aprender nada, basta con bajar la aplicación y que ella haga lo que tenga que hacer, que para eso existe.
Para qué gastar energía si ya está todo inventado.
Para qué gastar energía si ya está todo inventado.
Hace unos días, cambiar la foto de perfil de Facebook, Twitter o Whatsapp por un fondo amarillo era el reclamo para formar parte de protesta virtual. Otro signo entre tantos del activismo de sofá. Con este fondo amarillo se supone que uno manifestaba su indignación contra varias leyes, la corrupción, el presidente de Gobierno y la Casa Real. Daba mucho de sí el cuadro amarillo.
Por otra parte, recientemente he descubierto el concepto de lazy single (soltero vago). Esos que ya ni siquiera miran a su alrededor para evaluar el mercado, no les interesa conocer gente ni moverse del sofá. Sobreviven gracias aplicaciones de contactos con geolocalización y rangos de edades, en las cuales no es necesario currarse un perfil ni elegir una foto. Ya la aplicación pilla todo de Facebook.
Hablamos de Tinder, claro. Y gracias a la pornografía en Internet. Además, se palpa un sentimiento generalizado, o podríamos llamarle también leyenda urbana, de que solo se liga en Internet. Y que la vida analógica y sus bares están para otras cosas. Léase, beber cervezas y ver el fútbol.
Internet y todas sus salidas secundarias nos han hecho la vida tan fácil, que nos ha instalado en la pereza y la pasividad. Si quieres encontrar una receta de cocina, tendrás un tutorial apto para el usuario más torpe. No vamos, yo la primera, a ningún sitio sin la ayuda del teléfono. Los taxistas, la mayoría, no son nadie sin un GPS ... Se supone que todo esto era positivo, pues iba a liberar el cerebro de información inútil, dejaríamos de ejecutar tareas y tendríamos tiempo y espacio para hacer cosas realmente importantes y creativas. Pero eso no está pasando. Será que somos la típica generación de tránsito.
Jaron Lanier, informático y uno de los ideólogos más críticos de la cultura digital, muy nostálgico por cierto de los primeros tiempos de Internet publicó un artículo en The New York Times llamado Digital Passivity (Pasividad Digital) en el que explicaba cómo la llegada de los gadgtes cool (tabletas y smartphones) no habían hecho más que sumirnos en una actitud aún más pasiva. "La generalización del uso de las tabletas reforzó una nueva estructura de poder. A diferencia de un ordenador, en una tableta solo funcionan los programas y las aplicaciones aprobadas por una autoridad comercial central. Tú puedes controlar la información que entra a tu PC, mientras que los datos de tu tableta son frecuentemente administrados por otra entidad", escribe el también autor del libro Contra el rebaño digital (Debate, 2011).
Para Lanier, amigo de las teorías conspiranoicas, nada de esto casual. Ni siquiera la frase de Steve Jobs cuando presentó la primera versión del Ipad: "Los ordenadores personales serán ahora como los camiones, herramientas para los chicos de la clase trabajadora pero no para la gente cool y ambiciosa que quiere tener una vida móvil". "La conclusión fue subir a un altar a los consumidores amantes del estatus y del ocio para influir así en su autodeterminación (...) Los consumidores, por su parte, priorizaron el brillo y la pereza, cedieron poder, y permitieron, por ejemplo, que les espiaran".
Y continúa el escritor: "El único modo de persuadir a la gente para que ceda voluntariamente parcelas de libertad es ofrecerle a cambio (y antes) una ganga. (...) Los consumidores recibimos muchos servicios gratuitos (uso de buscadores, redes sociales, etc) porque hemos dado nuestro consentimiento (explícito o implícito) para ser espiados".
Su teoría es que los ciudadanos de la era de la información debemos aprender a ser algo más que consumidores.
No es por amargarle el día a nadie, pero cada vez que cargamos con el GPS a cualquier sitio o preferimos que el teléfono se haga cargo de un problema antes de pensar un poco, estamos generando datos que serán usados, no lo dude, y que nos harán menos libres. Yo también he dicho aquello de: "Que me espíen, yo no tengo nada que ocultar". Pero probablemente sea otra manifestación de pereza.
Aún así, Larnier no sabe a quien culpar por nuestra pereza/pasividad digital. Solo le sorprende que hayamos cedido tanto terreno en tan poco tiempo.
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