Sergey Brin, cofundador de Google. (Reuters)
Muchas de las empresas que en tecnología viven en el futuro, en relaciones laborales parecen estar en el medievo. Bienvenidos al paternalismo empresarial
La primera vez que entré en la sede de la empresa tecnológica más famosa de Silicon Valley, quedé impactado. Un tobogán metálico gigantesco bajaba del primer piso al restaurante. Barras de bomberos permitían bajar del segundo al primero. Teleféricos 'vintage' y cabinas londinenses servían para hacer llamadas. En el restaurante, deliciosas opciones para desayuno, comida y cena eran preparadas por reputados chefs. Los viernes, unos cocineros asiáticos venían expresamente para hacer sushi. Futbolín y mesa de billar. Peluquería, masajes, guardería, lavandería... Era extraño, por un lado todo parecía maravilloso, el futuro hacia donde todas las empresas debían evolucionar. Por otro lado, algo pitaba en mi cabeza.
Un día, nos dieron entradas para el cine. Nadie se quejó de no poder escoger la película. Recuerdo la sensación de niños de la guardería haciendo cola, sensación acentuada porque nos habían dado un tique para bebida, palomitas y helado. ¿El futuro de la empresa era convertirse en una guardería? El pitido en mi cabeza empezó a molestar.
Otro día, el billonario fundador pasó por nuestra oficina y se molestó porque hubiese gente jugando al billar en horas de trabajo. Supongo que debió ver al programador ruso que todos los días se traía su propio palo de billar desmontado en su maletín, se calzaba un guante especial y se pasaba medio día jugando. La queja del fundador dejó a la gente descolocada. Si no se podía jugar en horas de trabajo, ¿qué pintaba el billar en la oficina? Poco a poco, fueron llegando normas y más normas internas, algunas razonables, otras discutibles, pero todas intentaban poner coto a ese buenrollismo inicial que los fundadores tanto habían promulgado.
El pitido se hizo ensordecedor cuando conocí un par de casos de compañeros que habían sido juzgados por un comité. Digo juzgados porque fueron acusados por otro empleado de acoso y sometidos a un proceso interno literalmente llamado “juicio”.
Empleados de Google, en Singapur, jugando al futbolín. (Reuters)
A partir de ese momento, empecé a darme cuenta de que la compañía se comportaba como un señor feudal que otorgaba graciosamente a una nobleza formada por trabajadores tecnológicos su protección y privilegios por encima del vulgo que vivía extramuros. La empresa proporcionaba beneficios laborales que superaban ampliamente el ámbito de lo laboral y, a cambio, te imponía una serie de normas internas que de algún modo sustituían al sistema judicial. Los tres poderes unificados. En Estados Unidos, el estado de bienestar es muy reducido y existe una tradición de actuar como individuo o empresa para 'hacer justicia' o 'combatir las desigualdades', y la filantropía alcanza niveles estratosféricos.
En Europa, nuestra tradición es otra. Aunque cada país tiene un modelo diferente, el Estado garantiza los beneficios sociales de manera universal o define sus beneficiarios. Del mismo modo, es el Estado quien regula legalmente las relaciones laborales y en caso de conflicto actúan los juzgados. Es a los tres poderes del Estado a quienes dejamos combatir las desigualdades, defender o limitar la libertad de expresión, y son los ciudadanos los que a través de los partidos políticos en el Parlamento hacen evolucionar el sistema en una dirección u otra.
La diferencia es obvia, en Europa, las empresas ofrecen menos beneficios porque muchos ya los ofrece el Estado
La diferencia es obvia, en Europa, las empresas ofrecen menos beneficios porque muchos ya los ofrece el Estado. En Europa, los trabajadores no reclaman liderazgo en justicia social a las empresas, la justicia social es un ámbito del Estado y se reclama a través de iniciativas políticas o sindicales. El activismo político que en EEUU se exige a las empresas, en Europa, se consideraría una intromisión del poder económico en la política.
Cada modelo tiene sus ventajas. En el modelo americano, hay empresas que son auténticos paraísos laborales y otras son infiernos donde se vive de las propinas. En Europa, hay unos mínimos garantizados más o menos generosos, pero una regulación que, según algunos, dificulta el desarrollo económico. Hay críticos que ven el Estado europeo como paternalista, pero del mismo modo se podría decir que en EEUU las paternalistas son las empresas.
Recepción de la sede de Amazon en Nueva York. (Reuters)
En Europa, estamos acostumbrados a que se acuse al Estado de exceso de regulación, pero ¿realmente queremos dejar la regulación a las normas y comités internos de empresas privadas? Un comité interno de Facebook acaba de decidir que era correcto cerrar la cuenta de Donald Trump, decisión que según unos fue una injusticia, pero según otros llegó tarde y es incompleta. En Europa, probablemente una decisión sobre un derecho fundamental la hubiera tomado un juez siguiendo un marco legal y con sus diferentes instancias de apelación. La independencia de los jueces se puede poner en duda, pero creer en la independencia de un comité nombrado por la propia empresa requiere comulgar con ruedas de molino.
Uno de los beneficios entre las tecnológicas más 'chiripitifláuticas' son las vacaciones sin límite. Es un falso beneficio: quien se lo tome al pie de la letra es despedido fulminantemente
El modelo paternalista de beneficios sociales es a veces risible. Uno de los beneficios más de moda entre las tecnológicas más 'chiripitifláuticas' son las vacaciones sin límite. Es un falso beneficio, porque en la práctica existe un límite de vacaciones a discreción de la empresa, es decir, quien tome el beneficio al pie de la letra es despedido fulminantemente. La incertidumbre sobre el límite provoca que los empleados acaben tomando menos vacaciones que antes. Es público que varias empresas que ofrecían este beneficio han tenido que implantar un mínimo de días de vacaciones obligatorios, un viaje para el que no hacían falta alforjas. Estas empresas que en tecnología están en el futuro, en relaciones laborales parecen estar en el medievo.
El problema del paternalismo empresarial es que, a diferencia de las leyes estatales, puede cambiar en cualquier momento a la entera discreción de los directivos. Precisamente por un volantazo de los directivos ardieron hace un par de semanas las redes sociales. Basecamp, una de las 'startups' más revolucionarias, influyentes y arquetipo del buen rollo empresarial, cambió radicalmente sus normas tras un intento de autorregulación vía comité interno. El resultado ha sido que un tercio de los empleados ha dejado la empresa.
Hay muchos rumores y cada uno arrima el ascua a su sardina, pero los documentos publicados por unos y las cartas abiertas de otros dejan clara una pérdida de papeles general. Y no se trata de equidistancia, se trata de que en esa discusión todo el mundo ha olvidado cuál es su lugar. Jefes buenrollistas que tratan de aparentar que no son jefes y empleados que deciden ajustar cuentas con el universo caiga quien caiga. El resultado final no te sorprenderá: los jefes reniegan del buen rollo, muestran a las claras su poder y son acusados de dictadores.
Jason Fried, CEO de Basecamp. (Flickr)
El origen de este cacao mental es que todas las partes han olvidado dos cosas que causa sonrojo recordar. La primera es que el principal objetivo de una empresa es ganar dinero. La segunda, que el principal objetivo del trabajador es ganar un salario a cambio de sus horas de trabajo. Una empresa funciona por intereses comunes que giran alrededor del dinero y el tiempo del empleado, no es una gran familia gobernada por un líder paternalista, ni es el lugar desde donde cambiar el mundo a menos que queramos crear un gueto privilegiado. Las empresas ofrecen beneficios para atraer empleados y retenerlos en un mercado extremadamente competitivo, beneficios que se eliminarían en el momento en que se decida que no ayudan a la empresa. Un empleado se compromete a trabajar lo mejor posible para justificar y mejorar su salario, pero si recibe una oferta mejor, dejará la empresa. “Es el dinero, estúpido”, que diría la manida frase.
Cuando uno olvida dónde está, empiezan los problemas. Una empresa abre una guardería para empleados que mejora su calidad de vida y por tanto su productividad. La guardería no es otra cosa que una retribución en especie que conviene a ambas partes, empresa y trabajador, hasta ahí todo bien. El problema comienza cuando a la empresa se le va la mano con el 'marketing' y empieza a predicar sobre lo mucho que cree en la conciliación. De ahí pasan a hablar en el blog corporativo de cómo van a hacer del mundo un lugar mejor. Algunos empleados compran el discurso religioso de “somos el bien y no hacemos el mal” y creen que están en una ONG cambiando el mundo en lugar de ser una casta privilegiada. Inevitablemente, se vienen arriba.
Un día, Fulano comenta que las ballenas están muriendo intoxicadas por plásticos, Mengano propone reducir los plásticos en la empresa y Zutano directamente prohibirlos, los tres se enzarzan en una discusión con otros empleados que acaba con acusaciones mutuas de nazismo. El fundador buenrollista sale trasquilado intentando mediar y pasa a modo Terminator. El ambiente se carga y cualquier cosa irrelevante puede hacer saltar la chispa. Los empleados transformarán a sus directivos de héroes en villanos de la noche al día.
Manifestación de empleados de Google contra políticas de la empresa en la sede de la compañía en Mountain View, en 2018. (Reuters)
El empleado que se acaba de comprar un Tesla con las 'stock options' usará a los siervos oprimidos que viven extramuros del castillo sin remordimiento alguno y, como en el irónico texto de Orwell, verá el mal en todos los demás. Cuando se desconoce el abecé de las relaciones empresa-trabajador, no se forman sindicatos, ni se conoce la huelga, pero se firman manifiestos y se ponen 'hashtags' en Twitter, pasan estas cosas. Se llama rimbombantemente guerra cultural, pero quizá se trate de una guerra de castas o de poses. Molar como filosofía.
En nuestra sociedad europea, son las empresas las encargadas de generar la riqueza y es el Estado quien corrige las desigualdades. Por supuesto, eso no significa que las empresas deban ganar dinero a toda costa ni a cualquier precio, pero es el Estado quien define el marco legal en que las empresas actúan, no un comité interno de dudosa independencia de la dirección de la empresa, ni un grupo autoproclamado de motivados justicieros. La filantropía, el paternalismo y el 'wokismo' de Silicon Valley van en el mismo 'pack'. En Europa, debemos preguntarnos si realmente queremos importar ese modelo.
Por
Eduardo Manchón
11/05/2021 - 05:00 Actualizado: 11/05/2021 - 10:13
https://blogs.elconfidencial.com/tecnologia/tribuna/2021-05-11/silicon-valley-google-feudalismo-laboral-paternalismo_3073456/