Hay muchas cosas únicas en Lanzarote, pero quizá sea el paisaje del vino que pinta la zona central de la isla una de las imágenes más impactantes. El azul del cielo contrasta con el verde de los viñedos y el terreno volcánico. Imposible no caer rendido ante tanta belleza. Alessandra Cavallaro, milanesa de 36 años, vino a Lanzarote de visita en 2018 y se quedó impresionada por la historia que escondían aquellos viñedos.
Tras la erupción de 1730-1736, la lava y la arena volcánica cubrieron la que era la parte más fértil de la isla. "Los campesinos tuvieron que adaptar la manera de cultivar a esas circunstancias", explica la sumiller italiana mientras hace un tour por los terrenos de la bodega El Grifo, la más antigua de Canarias. Poco tiempo después se plantaron la viña y los árboles frutales, bien apartando las arenas, «bien haciendo agujeros en la lava, conocidos como chabocos». De todo aquello, quedó un paisaje estremecedor y singular como pocos, que proporciona unos maravillosos vinos elaborados con la uva de malvasía volcánica.
Hace mucho tiempo que la isla canaria más oriental del archipiélago dejó de estar en el radar como destino sólo de sol y playa. Su impresionante naturaleza, el arte, la gastronomía... la han convertido en una de las más completas del panorama nacional. Dejamos atrás La Geria, como se conoce la zona de viñedos, y nos adentramos en el Parque Nacional de Timanfaya, lo más parecido a aterrizar en la luna. Es el único parque de la red nacional eminentemente geológico.
Por el Taro de Entrada, en la carretera LZ67 que une los municipios de Tinajo y Yaiza, se encuentra el acceso al centro de visitantes. Para evitar las largas colas de coches, conviene madrugar. La entrada que se paga en la garita incluye el recorrido en guagua por la ruta de los volcanes, de unos 35 minutos aproximadamente, y el parking. La ausencia de vegetación, las formas rugosas e imponentes de las rocas y las siluetas de los volcanes recuerdan la fuerza que puede ejercer la naturaleza.
TIEMPO DETENIDO
De nuevo en la carretera, enfilamos hacía el norte de la isla. Próxima parada: Teguise, la que fue antigua capital de Lanzarote desde la primera mitad del siglo XV hasta la segunda mitad del siglo XIX; después pasaría a ser Arrecife. El tiempo se detiene en sus calles empedradas donde los edificios blancos -atención a sus palacios civiles- muestran una postal que hoy incluye pequeñas tiendas y coquetos restaurantes. En La Cantina, un edificio histórico rehabilitado y regentado por un alemán, nos entregamos a las papas típicas con mojo verde y rojo, al queso ahumado de Montaña de Haría a la plancha y al pescado del día. No se vaya sin echar un ojo al patio interior de la casa.
El día grande de la semana se vive los domingos con el mercadillo, cuando la localidad se convierte en una fiesta y en punto de encuentro de locales y foráneos. La visita más curiosa la encontramos en el Museo del Timple, una oda a este curioso instrumento canario.
A estas alturas apetece ya pisar la playa y la de Famara, seis kilómetros de paraíso, es de visita obligada. Sobre todo, para los surfistas que surcan sus olas. Muchas de sus calles aún sin asfaltar recuerdan que no hace mucho se caminaba descalzo por el lugar. Las tiendas con tablas de surf conviven con modernas hamburgueserías y restaurantes con los mejores pescados de la zona. El Risco se lleva la palma. Eso sí, imprescindible reservar con antelación porque siempre está a tope.
Si no hay suerte, siempre se puede acudir a Costa Famara, justo enfrente, que cuenta con una pequeña terraza con excelentes vistas en la que degustar platos de pulpo, chipirón, vieiras o el tradicional gofio. Desde Famara -y desde el Mirador del Río- se ve La Graciosa, la octava isla de las Canarias, a la que conviene dedicar al menos un día -los barcos parten desde Órzola-para disfrutar de sus idílicas playas y tomarse un arroz frente al mar
EL VALLE DE LAS MIL PALMERAS
Antes de acabar la jornada, una última parada en Haría, pueblo que goza de un microclima especial y es conocido como el Valle de las mil palmeras. No hay que olvidar subir a su espectacular mirador. En esta localidad vivió los últimos años de su vida César Manrique, la figura que representa el resurgir de Lanzarote, donde se encuentra su casa-museo. El artista canario -que también firma el mirador- regresó a su tierra en 1966 con la idea de ponerla en valor. Lo hizo con una idea de sostenibilidad avanzada a su tiempo y con el arte como guía, un arte que él quería que la gente viviera y no sólo contemplara.
Su visión de un turismo sosegado y respetuoso con el entorno y las personas ubicaron a Lanzarote en el mapa. Gracias a sus obras, que se encuentran en muchos rincones de la isla, se entiende esa conexión con la naturaleza que tanto le obsesionaba. La primera de ellas fue Los Jameos del Agua, que junto con la Cueva de los Verdes, tiene su origen en la erupción del volcán de la Corona.
En la Fundación César Manrique, además de acercar la figura del artista a través de fotografías -cada una de ellas cuenta una historia- y obras -destacan las de cerámica-, se descubre un espacio mágico en el que combinó la arquitectura local con pinceladas modernas. La parte subterránea y los jardines se encuentran entre los espacios más admirados del lugar, que recibe 300.000 visitantes al año.
El clima de Lanzarote representa uno de sus tesoros; con una temperatura media de 21ºC, la vida siempre es un poco más fácil. Ponemos rumbo al sur en busca de más playas. Las encontramos de arena dorada y aguas cristalinas, como la de Papagayo, una de las más famosas y concurridas de la isla. Desde Playa Blanca se tardan unos 25 minutos en coche por una carretera sin asfaltar. Playa Del Pozo y Playa Mujeres son otras opciones a tener en cuenta en la zona para darse un chapuzón. También son tres excelentes escenarios para contemplar la puesta de sol.
Otro nombre ilustre de la isla es el del Nobel de Literatura portugués José Saramago, quien encontró aquí su particular paraíso. Hoy, su casa-museo muestra la morada de este escritor universal y comprometido que decía que su "biblioteca no nació para guardar libros, sino para acoger personas". Pues bien, es momento de ponerlo en práctica.
Saramago y Manrique nos llevan al comienzo del viaje, a la bodega El Grifo, con la que les unía un gran vínculo personal. Para conmemorar el centenario del escritor portugués, lanzaron hace unos meses el vino Saramago 100; Manrique, que diseñó las etiquetas de la bodega, siempre que exponía fuera de la isla llevaba vinos de su tierra. Esa que hoy le tiene más presente que nunca.