miércoles, 7 de junio de 2023

¿Cómo cambiaría la amistad si supiésemos dónde están nuestros amigos de forma permanente?



Foto: iStock.


Las 'apps' y herramientas de geolocalización cada vez se integrarán más en nuestra vida social. Y eso, inevitablemente, conlleva una serie de problemas morales, éticos y relacionales




Desde hace unos años, los programadores informáticos de teléfonos móviles implantaron en ellos la capacidad de geolocalización en tiempo real. Atrás quedaron los días en los que había que mirar el mapa para saber dónde quedaba tal sitio, cómo llegar y cuánto tiempo nos llevaría. Conforme nos fuimos acostumbrando a movernos por una ciudad o una carretera basándonos en Google Maps, la capacidad de orientación espacial fue relegada a un segundo plano. Así son las tecnologías, nos facilitan ciertos procesos, pero a cambio, siempre existe cierta contrapartida. La posibilidad de comunicarnos instantáneamente con personas que no están cerca de nosotros o ver toda la ciudad y tu posición en ella desde un plano cenital son habilidades que ciertamente se antojan como superpoderes. Y aunque parezcan inocuas o del todo ventajosas, poseen ciertos efectos en la vida de las personas, sobre todo en la vida social, que pasamos por alto debido a que su efecto es muy progresivo y paulatino.

De hecho, no hablaríamos de grandes males modernos como el FOMO si no hubiera plataformas que alimentaran esa sensación de perderse algo constantemente. En el caso de compartir la ubicación, obviamente todo son ventajas: si estás en un evento en el que hay mucha gente y es fácil perderse, puedes saber al instante hacia dónde dirigirte. O si no conoces demasiado la ciudad y has quedado en un sitio de grandes aglomeraciones. Pero el hecho de estar compartiendo la ubicación de manera permanente con tus contactos, aunque sean los más íntimos, conlleva una serie de dilemas morales o éticos que dan a luz a una serie de problemas concretos.

Aunque en nuestro país están bien instauradas y a pleno funcionamiento apps como Glympse, y tampoco sean de las más descargadas y usadas, merece la pena reflexionar sobre cómo cambiarían las relaciones humanas, especialmente las más cercanas, en caso de que esta tecnología evolucionase tanto hasta el punto de estar perfectamente integrada en nuestra vida cotidiana. Supongamos que en un futuro no muy lejano todos estamos acostumbrados a saber en todo momento dónde se encuentran nuestros contactos. ¿Nos sentiríamos más seguros o, por el contrario, menos libres y más vigilados?

"Cuando compartes tu ubicación con un amigo, es importante recordar que los seres humanos no siempre tienen buenas intenciones"

Este tipo de herramientas son muy útiles, por ejemplo, para muchas mujeres en caso de que tengan una primera cita con un desconocido o deseen emprender un viaje en solitario. También para que los padres se queden tranquilos en la época en la que sus hijos adolescentes empiezan a salir. El teléfono móvil siempre te pide permiso cuando quieres compartir la ubicación o tus datos en una app. Pero, ¿qué ocurre cuando este permiso es permanente o se da por garantizado y ni siquiera los sujetos se cuestionan sobre él, ya que tienen tan interiorizado que su ubicación es pública para sus redes?

De hecho, los mecanismos de vigilancia de organismos públicos o entidades privadas siempre nos demuestran lo fácil que es dar con el paradero de alguien atendiendo a lo que él mismo publica en sus propias redes, ya ni siquiera sirviéndose de la ubicación en tiempo real. Nos lo advierten las fuerzas de seguridad: cuidado con publicar que te has ido a la playa o de viaje. Habría que preguntarse qué sucedería si esta especie de espionaje a tiempo real se convierte en un aspecto común y cotidiano de nuestra vida social.

Recientemente, un artículo de la periodista Rebecca Jennings, publicado en el medio de comunicación Vox, ha marcado como hito en este asunto la fusión de dos apps de Apple, Find My Phone y Find My Friends, en una sola aplicación llamada Find My. Esta fue lanzada en 2019, y desde entonces, en Estados Unidos, compartir la ubicación con tus personas de confianza se ha convertido en una especie de Instagram 2.0, es decir, en una red social que ya se salta todas las razones objetivamente útiles para compartir dónde estás en un momento determinado. Desde entonces, los ciudadanos estadounidenses ya tienen más integrado como parte de su vida social el hecho de que sus amigos o parejas sepan dónde están en cada momento.

Y, evidentemente, esto puede ser muy peligroso, ya que no siempre estás bien con la gente con la que más te llevas. Imagina que tu pareja tiene acceso a tu ubicación en todo momento y de un tiempo a esta parte vuestra relación se ha vuelto algo tóxica. O que alguien muy cercano a ti en el pasado y del que ahora quieres alejarte le diste permiso para saber dónde estabas. Pero más allá de estos casos extremos en los que se da un problema manifiesto, sobresale el hecho de que no hace falta saber dónde están en todo momento tus contactos debido a un derecho universal de privacidad que permite esconderse de forma voluntaria cuando simplemente apetece y no quieres ni hace falta dar explicaciones.


Un panóptico "amistoso"

"Cuando compartes tu ubicación con un amigo", advierte Jennings, "es importante recordar que estás diciendo a un ser humano dónde estás, y los seres humanos no siempre tienen buenas intenciones o terminan siendo las personas que tú crees que eran". La periodista cita a Katina Michael, una profesora de la Universidad Estatal de Arizona que lleva estudiando tecnologías de ubicación durante más de 25 años, a las que ella llama "supervigilancia". Ella no duda en definir el poder de saber dónde están cada uno de tus contactos como un "conocimiento sagrado". En realidad, podría ser la pesadilla definitiva hecha realidad del panóptico de Foucault, quien hablaba de un poder cenital que controlaba todas las acciones de los reclusos en las cárceles; extrapolándolo a la popularización y generalización del uso de estas aplicaciones, la cárcel imaginada de Foucault ya no tendría rejas, sino que toda la realidad se convertiría en una prisión perfectamente mapeada, donde evidentemente no hay represiones ni castigos en caso de hacer algo inesperado, más allá que los que tú te quieras imponer.

"Estas apps no van a desaparecer, sino que cada vez serán más comunes. Vamos a tener que ser un poco más honestos entre nosotros"

Para ejemplificar esto, imagina que le dices a un amigo que no podrás quedar tal día a tal hora, poniéndole la excusa que tienes un examen al día siguiente. Si en su día diste permiso para que accediera a tu ubicación, rápidamente podría comprobar que no estás en casa estudiando ni en la biblioteca. Lo curioso es que tú ya te sentirás culpable al ser consciente de tu torpeza sin que él tampoco te diga nada. Y, por otro lado, podrías pensar en retirarle el permiso. Muchísimo peor. De hecho, otra de las expertas consultadas por Jennings en su artículo, llamada Louise Barkhuus, advierte de que entre los adolescentes estadounidenses existe mucha "incomodidad social de apagar la ubicación después de haber aceptado compartirla con alguien". Algo así como dejar de seguir a alguien en Twitter o Facebook. Y todos sabemos lo mal que sienta cuando, de repente, alguien que nos cae bien o nos interesa da al botón de "unfollow". Al fin y al cabo, está derribando los puentes que antaño puso, con toda la angustia que produce ver en estos tiempos que no eres aceptado o que has dejado de interesarle a alguien.


Una sociedad transparente

No basta con que la cárcel esté bien vigilada, sino que sea deseable estar atrapado en ella. ¿Cómo evolucionarán estas herramientas? Jennings concluye su artículo de la manera más seria. "Para ser justos, el gobierno y las empresas tienen acceso directo a tus datos personales. Ya saben dónde estás. Tomar como un abuso de confianza el hecho de compartir tu ubicación con un amigo es ignorar el hecho de que estos servicios de vigilancia ya están siendo utilizados por personas que no conoces ni nunca conocerás, independientemente de que deseen vigilarte o no".

A este respecto, Barkuus va más allá, postulando que compartir la ubicación de forma permanente con tus contactos tendrá la misma aceptación social que cuando llegaron los primeros smartphones y redes sociales. "No creo que vayan a desaparecer estas aplicaciones, sino que serán más comunes", asegura. "Vamos a tener que ser un poco más honestos entre nosotros", suponemos, si no queremos romper amistades. La sociedad transparente que la tecnología digital lleva generando de un tiempo a esta parte todavía no ha alcanzado su culmen. Al igual que tampoco están todavía preparadas las barreras éticas y legales para poner freno a los perjuicios en la vida social y privada de las personas. ¿Quiere decir esto que avanzamos a una sociedad más distópica? La pregunta más apropiada sería dudar de si ya a día de hoy no estamos en una de ellas.




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