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El punto de partida de esta investigación arranca con un estudio publicado en 2019 por científicos de la Universidad de Michigan
Desde hace décadas, los científicos buscan en la intrínseca relación entre la conducta humana y su entorno lógicas que establezcan un sentido más claro para nuestra existencia. Qué duda cabe que somos, en buena parte, lo que nos rodea: lo que experimentamos cada día tiene un impacto en nosotros, bueno o malo. Solemos decir que esto o aquello nos ha alegrado la jornada, o que algo la ha echado toda a perder. Esto, aquello, algo: la sonrisa de un ser querido, encontrarse con un viejo amigo, un perro que se nos acerca con el rabo en desenfreno. Quizás un accidente, una tormenta inesperada, la bronca de tu jefe a un compañero al que admiras, por otro lado.
El péndulo del ánimo a menudo oscila desde fuera, porque vemos, contemplamos, oímos y porque somos seres sociales, las vidas ajenas también nos interpelan incluso hasta cuando no nos damos cuenta. De hecho, dependiendo de cuán drásticas sean las circunstancias del mundo a nuestro alrededor, presenciar algo puede tener efectos psíquicos que duran mucho más que un día.
Con esto se pueden conectar traumas infantiles o el estrés mismo, conceptos que en la realidad afectan en la forma en que crecemos, es decir, en la forma en que nos desarrollamos como personas. Para profundizar más en esta noción y llegar a conclusiones más claras, un grupo de investigadores está llevando a cabo un conjunto de experimentos con moscas de la fruta (Drosophila melanogaster) haciendo las veces de humanos. Resulta que cuando estos pequeños insectos ven o huelen algo trágico, comienzan a envejecer mucho más rápido.
La exposición a la muerte
El punto de partida de esta investigación comenzó con un estudio publicado en 2019 por científicos de la Universidad de Michigan (Estados Unidos). Por entonces, descubrieron que cuando una mosca de la fruta tuvo que convivir con otra muerta, cambió su química cerebral, disminuyó sus reservas de grasa, se redujo su resistencia al hambre y, en definitiva, comenzó un envejecimiento acelerado.
La exposición a la muerte, parecía, indujo señales que no eran buenas para otras moscas vivas. Curioso cuanto menos, aunque los investigadores ya lo predecían. De hecho, sabemos que ciertos insectos sociales como las hormigas tienden a sacar los cadáveres de sus espacios vitales. En animales mayores, algunos como los elefantes también inspeccionan los cadáveres de sus semejantes muertos, incluso lloran a sus muertos como los babuinos hembra. Al hacerlo, además, experimentan un aumento de las hormonas del estrés.
Pero los investigadores querían ir más allá, observar tales comportamientos a detalle, y establecer nociones conscientes a las lógicas naturales que suelen darse como impulsos inconscientes. Como explican en el informe con los últimos resultados, publicados en PLOS Biology el pasado 13 de junio, el equipo ahora comprende un poco más sobre lo que sucede en el diminuto cerebro de una mosca al ver a sus compañeras fallecidas.
Una tarea complicada para todos
Para ello, investigaron los circuitos neuronales y los procesos de señalización central en los cerebros de las que parecían traumatizadas. Usando etiquetas fluorescentes para ver qué ocurría en el cerebro de las vivas cuando las expusieron a otras moscas muertas, observaron que se daba una mayor actividad en el cuerpo elipsoide del mismo.
Para ver qué neuronas estaban asociadas con esta respuesta, los investigadores las silenciaron una por una: todo sucede cuando dos axones que contienen un receptor específico se une a la molécula de la serotonina
Esta parte del cerebro alberga células llamadas axones de neuronas de anillo laminado, que suministran nervios por el órgano desde donde median la integración sensorial y la coordinación motora. Así, con el fin de ver qué neuronas estaban asociadas con esta respuesta en concreto, los investigadores las silenciaron una por una: todo sucedía con dos axones de neuronas en anillo que contienen un receptor específico, que se une a la molécula mensajera de la serotonina.
Más tarde, los investigadores activaron artificialmente estas mismas neuronas. Lo que descubrieron es que la esperanza de vida de la mosca de la fruta se reducía cuando se encendían estas neuronas, incluso si el insecto no había estado en contacto con una mosca muerta anteriormente.
Como confluyen, parece que la muerte resuena en todos los seres vivos de forma similar, y desde luego, incluso para las criaturas que miden entre una décima y una quinta parte de una pulgada de tamaño humano, aceptarla es una tarea complicada.
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