sábado, 24 de noviembre de 2018

¿Se puede olvidar lo inolvidable?

¿Se puede olvidar lo inolvidable?
El olvido se identifica como un fracaso pero puede ser beneficioso (SIphotography / Getty)


Resulta útil para excluir lo que no queremos saber, ver o pensar


El problema de olvidar es que nunca llega solo. Puede tratarse de una desorientación momentánea, como cuando no encontramos la salida en El Corte Inglés o nos perdemos en la autopista por segunda vez consecutiva. De repente, no recordamos el nombre de una persona a la que conocemos bien. Llega así, tal cual, a pesar de lo que somos o pensamos. Súbitamente nos alcanza. El olvido es un acto fallido, un blanco que abre, divide, perturba el funcionamiento general, lo ya sabido, esperado, aprendido. Un obstáculo en la mecánica circulante, la contraseña equivocada que bloquea el acceso.
Para algunas personas, olvidar forma parte intrínseca de sus acciones cotidianas. Recuerdo a un conocido que olvidaba objetos en el trayecto diario de su casa al lugar de trabajo: podían ser las llaves del garaje en la gasolinera, la billetera en el cajero automático, el ordenador portátil en el coche. Se trataba de un olvido sistemático y eficaz. Los objetos perdidos le obligaban a reconstruir el camino para volver y buscar. En general tenía suerte: solía encontrar todo. Así pues, el olvido es una función: sirve para algo, pero no lo mismo ni en todos los casos.

No hay memoria sin olvido


Una de sus utilidades es excluir lo que no queremos saber, ver o pensar: versiones de la negación. Pero también permite que la memoria, como el trayecto recorrido dos veces cada día para buscar el objeto perdido, se organice eficazmente y consiga evitar el punto difícil, desviarse sin pasar por la ruta principal. 
No hay, pues, memoria sin olvido. Recordamos porque hemos seleccionado cuidadosamente determinados imágenes, palabras o frases, y hemos descartado al mismo tiempo otras, con el fin de evitar el riesgo de que surjan y hagan venir abajo, cual castillo de naipes, nuestra frágil existencia biográfica. Sin embargo, lo inevitable, que no queríamos revivir, surge con la misma intensidad que el blanco en el recuerdo. El peso de lo inolvidable prohíbe olvidar.
La cuestión es: ¿podemos olvidar lo inolvidable? Algunos recuerdos se resquebrajan con un ligero toque. Surgen igual de improviso que el olvido, convirtiendo nuestra vida en una auténtica pesadilla. Los traumas de guerra, las catástrofes naturales, la desaparición de seres queridos, amores, amigos, hermanos, la angustia de lo inolvidable nos persigue constantemente y se transmite, aunque nosotros no hubiéramos estado ahí, a través del relato que impactó una vez a otros. 
El trauma circula bajo la modalidad de un mensaje cifrado sobrevolando nuestras breves vidas. Un día, otra cosa que deseamos para el futuro, un amor intenso, un proyecto profesional, creativo o artístico, una amistad íntima, permite que ese lastre inolvidable se suelte espontáneamente, hundiéndose hasta quedar atrás. Sabemos que puede regresar, darnos una sorpresa en cualquier momento. Ese día imprevisto evitaremos que arruine el pálpito vital que nos habita. Lo inolvidable siempre regresa. Somos nosotros, dando un paso al frente, quienes aprendemos a maniobrar en el momento de oler su sombra cerca, engañándole con el deseo inédito de una vida mejor.

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