sábado, 14 de marzo de 2020

¿Cómo sería nuestra vida cotidiana si los relojes no existieran?

Foto: Foto: Pixabay.
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Parece que llevan toda la vida con nosotros, pero estos dispositivos nacieron hace poco tiempo. Todo se remonta a la revolución industrial y a la relación que tienen con el trabajo


Julio Cortázar decía en alguno de sus libros que cuando adquieres un reloj es él, en realidad, quien te está comprando a ti. Ahora, varias décadas después de que él viviera, podemos decir que el reloj personal como tal ha desaparecido de nuestras muñecas. En su lugar, ha sido sustituido por dispositivos móviles que cada vez son más precisos a la hora de medir el tiempo. Los 'smarphones', de algún modo, han sintetizado y potenciado la función de los relojes, ya que no solo dan la hora, sino que también sirven de alarmas, de despertadores y hasta de predictores infalibles de tiempo, como por ejemplo calcular lo que tardarás en desplazarte al trabajo o al cine un día cualquiera.
Por otro lado, uno de los síntomas más comunes de la época es la carencia absoluta de tiempo. Los ritmos metropolitanos y la conectividad perpetua han propiciado que el individuo de hoy en día viva aún más preso de ese reloj que nunca para, que “está fuera de quicio”, como diría Hamlet en la obra de Shakespeare. Esta idea ha sido recogida por importantes autores como Byung-Chul Han y su sociedad del cansancio o, incluso, del crítico cultural británico Mark Fisher, quien en sus lúcidas obras hablaba de un colapso temporal en el cual el futuro ha quedado anulado, quedando condenados a vivir en un eterno presente en el que no cesan de aparecer los fantasmas del pasado.
Durante miles de años, el hombre no solo ha carecido de relojes, sino que ha cazado, ha pastoreado y ha cultivado sin medidores de tiempo

En cualquier caso, muchas de las patologías tan comunes hoy en día como la depresión o la ansiedad provienen de nuestra relación con el tiempo y cómo, al igual que la economía, que en un sentido marxista doblega al ser humano, se ha llevado a cabo una separación o falta de sincronía entre nuestro reloj biológico y mental y el tiempo en el cual vivimos, a camino entre las obligaciones, el trabajo y, sobre todo, la esfera digital. De ahí que en los últimos años se estén implementando nuevas fórmulas laborales como el teletrabajo para arañar unos minutos más que se pierden con los desplazamientos a la oficina o para fomentar la conciliación de la vida familiar.
En vacaciones, está claro que una de las mayores satisfacciones es poder guardar el reloj en un cajón para vivir en el presente, sin tanta anticipación o planificación, degustar el paso de las horas e incluso llegar a disfrutar del aburrimiento. Ese placer de “no hacer nada” genera la sensación de habitar más plenamente en el tiempo, ya que por un momento no lo tenemos que llenar con diversas tareas y obligaciones, deteniendo así el ritmo frenético de la vida, desacelerando los procesos cotidianos, tomando las cosas con más calma y tranquilidad. Y esto, naturalmente, parece ser la mejor medicina contra el estrés o la ansiedad, para quien lo pueda y sepa disfrutar. De ahí que en los últimos años se hayan extendido modelos vacacionales que fomentan la desconexión digital y el retiro tecnológico.


¿Un lujo o una carga?

“Una vida sin relojes nos resulta casi inimaginable”, admitía el filósofo Ernst Jünger en un extraordinario fragmento de 'El reloj de arena'. “Y no obstante, durante miles de años el hombre no solo ha carecido de relojes mecánicos, sino que ha cazado, ha pastoreado, ha cultivado la tierra, navegado y emigrado sin ningún medidor de tiempo. Entonces, no existía el tiempo medido, sino solo el aproximado, y este último aún podemos encontrarlo si nos alejamos del espacio histórico, ya sea en pueblos indígenas o en paisajes a los que la técnica no ha impuesto todavía su ritmo. En ellos podemos ver aún a seres humanos que no llevan reloj”. Tal es la profunda relación que mantienen estas tres esferas: tiempo, trabajo y tecnología.
Con la industrialización, los jefes necesitaron sincronizar a sus empleados en las fábricas y coordinar la llegada de las materias primas

Hoy en día, no disponer de un reloj es un lujo que muy pocos pueden llegar a permitirse. Además, con la creciente precarización del empleo según la cual muchas personas se ven obligadas a trabajar por turnos o de forma esporádica, los números que marcan las horas se han convertido más en una carga que en un recurso del que extraer beneficios para nuestra vida y para la sociedad.
Para más inri, a raíz de la proliferación de redes sociales destinadas a buscar empleo o dar fe de nuestras habilidades profesionales, hemos llegado a un punto en el que el trabajo se hace continuo, incluso cuando carecemos de él, ya que cada persona es un empresario de sí mismo que es capaz de autoexplotarse en un mercado cada vez más competitivo y exigente. Esto sucede con más frecuencia en los trabajos creativos o en aquellos en los que la materia prima viene a ser la influencia, la creación de contenidos digitales. Como otros lo llaman, la economía de la atención.

La invención del tiempo

Como apuntaba Jünger, los seres humanos han vivido sin relojes desde tiempos inmemoriales. Un reciente artículo en la 'BBC' explica cómo la gente se vio obligada a pensar en el tiempo de forma colectiva a raíz de la expansión del ferrocarril en Estados Unidos, en el siglo XIX. Al principio, cada ciudad tenía su propia zona horaria, por lo que fijar un tiempo para todos fue imprescindible de cara a la organización de los movimientos terrestres. De esta forma, se adoptó el tiempo medio de Greenwich (GMT, por sus siglas en inglés) en 1884 que estaba basado en cuando el sol alcanzaba el mediodía en Greenwich, Inglaterra. Sin embargo, a partir de 1925, se adoptó que la jornada comenzara a medianoche en vez de en mitad del día.
El sistema que ha perdurado hasta nuestros días es el tiempo universal coordinado (UTC), el cual está medido a través de relojes atómicos localizados en laboratorios nacionales de todo el mundo. Debido a que la rotación de la Tierra es estable pero no constante, se debe sincronizar con el tiempo medio de Greenwich (obtenido a partir de la duración del día solar), al qeu se le añade o quita un segundo cuando sea necesario, siempre a finales de junio o de diciembre.
Como decíamos, los humanos establecieron un riguroso control del tiempo a partir de la industrialización. "Con la revolución industrial, los empresarios necesitaron un modo de sincronizar a sus empleados en las fábricas, coordinar la llegada de las materias primas y optimizar la producción", explica Alun Davis, un académico de la 'Open University', en un 'paper' sobre el tema. "Los trabajadores se subyugaron a la tiranía del reloj cuando los jefes empezaron a relacionar la compensación económica con el tiempo medido a través de estos aparatos", explica por su parte On Barak, historiador de la Universidad de Tel-Aviv, Israel, al medio británico. De ahí también la expresión "gastar tiempo", debido a esa peculiar relación entre unidades temporales y monetarias.

Los relojes del cuerpo

Tal y como reconoce la biología, dentro de nuestro cuerpo existe un reloj interno el cual es constantemente alterado por nuestros ciclos de sueño y de vigilia. A este 'aparato temporal biológico' se le denomina reloj circadiano, y como lleva años regulándose en torno a la presencia o ausencia de luz, su alteración depende precisamente de esta misma, entre otros factores. De ahí que numerosas patologías relacionadas con el sueño o la alimentación se desarrollen en base a la disrupción provocada por la luz artificial.
Sin ir más lejos, la famosa luz azul que emiten nuestros aparatos electrónicos, cuya exposición es muy perjudicial si abusas de ella poco tiempo antes de irte a dormir. Esto también provoca problemas de concentración o atención en el cerebro, que se ven aumentados si encima hacemos un uso excesivo de estos dispositivos. Un estudio del 'International Journal of Molecular Sciences' establece que existe una clara relación entre la disrupción de nuestro reloj interno con ciertas enfermedades mentales como el trastorno bipolar, la ansiedad o la depresión, producidos o agravados también en base a episodios crónicos de insomnio.


AUTOR
ENRIQUE ZAMORANO   13/03/2020

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