Compradores portan mascarillas en un mercado de la ciudad de Wuhan, en China.REUTERS TV / REUTERS
Muchos expertos ya advirtieron de la posibilidad de un nuevo contagio masivo. Detectar el siguiente es complicado, pero este caso demuestra que hay un gran margen de mejora para reducir riesgos
Hace solo un año, Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, advertía de que la amenaza de una pandemia de gripe seguía presente. “El riesgo de que un nuevo virus de la gripe se propague de los animales a los seres humanos y cause una pandemia es constante y real. La cuestión no es saber si habrá una nueva pandemia de gripe, sino cuándo ocurrirá”, decía entonces Adhanom. No era el único. En febrero de 2017, Bill Gates advirtió de que, sin medidas drásticas, un patógeno que se contagia por aire y se mueve rápidamente “podría matar a más de 30 millones de personas en menos de un año”. En todo el mundo, los expertos intentaban adelantarse al momento en que alguna cepa de gripe aviar, de las que matan a la mitad de los infectados pero solo se transmiten ocasionalmente a humanos, diese el salto y comenzase a contagiarse con facilidad entre los de nuestra especie.
Los sospechosos probables eran la cepa H5N1, que apareció por primera vez en Hong Kong en 1997 y resurge con regularidad, o la H7N9, que se identificó en 2013 en China. El país fue el mismo, pero la gran pandemia no llegó por un virus de esta familia. En su lugar, fue un coronavirus, de la misma familia que provocó el SARS en 2003, con una mortalidad del 18%, o los resfriados que sobrellevamos con facilidad todos los años.
“Ha habido otras ocasiones en las que parecía que nos encontrábamos ante una situación como la actual, como pasó en 2009 con la gripe porcina. La preparación para una pandemia está muy teorizada, sobre todo en EE UU, pero cuando ocurre nos pilla por sorpresa”, apunta Víctor Briones, catedrático de Sanidad Animal de la Universidad Complutense de Madrid. “Aunque esta epidemia ha venido de Asia, que es el origen de muchas de ellas, se comporta de un modo distinto al esperado. Pensábamos que esa próxima pandemia sería algo parecido a la gripe después de saltar entre varios animales, pero nos ha sorprendido un primo del SARS, que se controló con cierta facilidad”, continúa.
En los últimos 30 años, el número de brotes de enfermedades infecciosas detectados se ha multiplicado por tres
Pese a que la aparición de una pandemia es previsible y “no se han hecho las cosas como es debido”, Briones no es optimista respecto al futuro. “Preparar a un país frente a una pandemia que no sabes cuándo va a ocurrir es difícil, porque aunque la preparación para pandemias como concepto está bien establecida, es cara, y cuando pase el tiempo volveremos a economizar en estas cosas”, añade.
Gerardo Chowell-Puente, profesor de Epidemiología y Bioestadística de la Universidad Estatal de Georgia (EE UU), explica que se tiene una idea de en qué áreas geográficas hay mayor probabilidad de observar un brote asociado con el salto de algún virus de animal salvaje o pollos hacia el humano basándose en una serie de factores "como la densidad de población, la relación de esa población con los animales o cuán estrecho es el contacto con ellos”. “También es importante si, como sucede en China y otros países del mundo, el consumo de animales salvajes es parte de su cultura, porque eso incrementa el contacto de las personas con los animales que son reservorios de esos virus”, apunta.
Tal como señala Briones, en muchos mercados del mundo los animales vivos están junto a la carne de otros ya sacrificados, “porque la forma más barata de conservar la carne es viva”. “Es el paradigma de lo que no ha de hacerse, porque ahí pueden estar animales juntos tosiendo y defecando que además luego, si sobreviven, vuelven a su lugar de origen a 500 kilómetros de distancia”, afirma. “Esto ocurre prácticamente en todo el mundo y en países occidentales ya se nos ha olvidado la fiebre aftosa o el síndrome de las vacas locas, que tuvo su origen en Gran Bretaña”, añade.
Un estudio liderado por Katherine Smith, de la Universidad Brown (EE UU), calculó que entre 1980 y 2010 el número de brotes epidémicos de enfermedades infecciosas se ha multiplicado por tres, un dato que en parte puede reflejar un crecimiento real y en parte puede ser fruto de mejores sistemas de vigilancia. Pese a los avances científicos de los últimos tiempos y el incremento de controles que países como China han aplicado al transporte de animales para evitar brotes como los de la gripe aviar, el crecimiento de la población, las migraciones o la aparición de resistencias a antibióticos hacen que los riesgos sean cada vez mayores. En opinión de Chowell-Puente, para afrontar estas amenazas “deberían existir más regulaciones internacionales, como las que están poniendo medidas para mitigar el cambio climático, que impulsasen la inversión en sistemas de vigilancia para reducir el riesgo de brotes de nuevos patógenos”.
Desde finales de febrero, China ha prohibido la caza, el comercio y el transporte de animales terrestres salvajes para comérselos. Desde ahora no deberían encontrarse en los mercados, aunque antes también había controles y esos animales se ocultaban en las trastiendas de los puestos donde se venden pollos o patos. Habrá que ver si el impacto de la crisis del coronavirus permite cambiar hábitos con un firme arraigo en buena parte del planeta.
La pobreza alimenta las epidemias
El impacto de la pandemia global sobre la economía puede tener un efecto negativo a su vez sobre el próximo brote. La pobreza es un factor que favorece la expansión de muchas enfermedades infecciosas. En algunas de las grandes ciudades de los países menos desarrollados, conviven millones de personas sin vacunar, sin acceso a una sanidad adecuada o agua potable. Ese tipo de ambiente es un caldo de cultivo perfecto para la aparición de enfermedades que después pueden llegar al resto del mundo. Hace dos años, uno de los infectados durante un brote de tifus surgido en los suburbios de Karachi (Pakistán) acabó en el Reino Unido.
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