Escribo sumergido en una rara sensación: vivimos tiempos extraños, críticos, sin duda históricos… y, con profusa inquietud, me propongo compartir algunas reflexiones acerca del coronavirus. Lógicamente no me siento capaz de hacerlo desde la perspectiva científica. ¡Dios me libre! Estos días he tenido la sensación de que tras muchas personas se escondía un epidemiólogo o un estratega político-sanitario que sabía en cada momento si las medidas adoptadas se habían aplicado con diligencia o, por el contrario, resultaban desacertadas o implantadas a deshora. ¡Qué fácil resulta opinar sobre lo que hay que hacer cuando no se tiene la carga de la responsabilidad de hacerlo! Cuánta razón tenía Azaña al decir que “si cada español hablara de lo que sabe, sólo de lo que sabe, se haría un gran silencio nacional…”.
Con o sin silencio, lo cierto es que estos días la obligada reclusión nos ha dado tiempo para estudiar, leer, pensar… y, haciendo uso de las nuevas tecnologías, conversar con amigos, hijos y padres, que están separados por la distancia física que el coronavirus nos ha impuesto. Las mismas tecnologías que utilizamos para intentar continuar activos en nuestro trabajo, a menos que este haya desaparecido temporalmente, o quizás definitivamente. Es muy probable que esta pandemia afiance el uso de internet en las pautas de las relaciones humanas y que el teletrabajo gane terreno en el espacio laboral. Sin embargo, resultaría conveniente no perder de vista que en el ámbito de la comunicación humana jamás internet podrá sustituir el afecto que estimulan las relaciones presenciales ¡Pero sí, es cierto que el Covid-19 está transformando nuestros hábitos y lo hará más aún! Y en algunos casos para bien.
Es hora de reconocer que son los profesionales de la sanidad, y no los futbolistas, nuestros verdaderos héroes
Todas las crisis dejan sus cicatrices y las del coronavirus no van a ser menores. Sin acabar de atisbar cómo serán nuestras sociedades tras la pandemia, es fácil intuir una irreversible metamorfosis. En lo económico tendrá consecuencias mayores que otras crisis recientes. Nuestras sociedades no aguantarán más desigualdad. Es significativo que en Estados Unidos el principal problema del cierre de centros escolares haya sido que centenares de miles de niños y niñas de familias pobres se hayan quedado con el estómago vacío. Pero desigualdad la hay en la Unión Europea, en España… Afortunadamente, en esta ocasión, el coronavirus parece neutralizar el austericismo inclemente impuesto en las crisis del 2008 y del 2012. De no ser así, la mayor fragilidad social rompería definitivamente el equilibrio de nuestra comunidad.
Y hablando de la UE, confieso mi enorme preocupación por su futuro. Durante semanas ha sido la gran ausente. Soy un europeísta convencido, pero cuesta creer en Europa cuando la respuesta a la demanda de mascarillas, guantes y gafas que Alemania y Francia negaron a Italia ha venido de la mano de China. La crisis del coronavirus es una crisis global que requeriría una gobernanza global para afrontarla y, sin embargo, no sólo esta no se genera, sino que, inaugurando tiempos de remisión del globalismo, ni tan siquiera una organización supranacional como la europea es capaz de coordinar e impulsar una respuesta. Si la UE no logra estar a la altura de sus responsabilidades, el coronavirus legará una gran desafección hacia el proyecto europeo.
El filósofo Javier Gomá afirmaba que la guerra a la pandemia legitima al Estado y debilita al nacionalismo no estatal. No me gusta, pero lleva razón. No me gusta porque es una de las causas por las que los estados no han mandatado a las instituciones de la UE para liderar la respuesta a la crisis. Reforzando la soberanía de los Estados nación, estos prefieren aparecer como garantes principales del derecho a la salud y como máximos gestores del proceso, aun a riesgo de que la respuesta sea menos eficaz. Gomá se refirió también al hecho de que, para algunos, el modelo de China (sacrificar libertad a cambio de seguridad y prosperidad) era el ejemplo que seguir. Y tampoco me gusta, pero vuelve a tener razón. Son muchos los que intentarán sumar esta crisis al argumentario en favor del autoritarismo y en detrimento de la democracia. Habrá que recordarles que sin salir de Asia, democracias como la de Taiwán, Japón, Singapur o Corea del Sur han dado, desde la libertad, una respuesta más eficaz que China: han acertado en el método, en los tiempos y sobre todo han contado con recursos para combatir contra el virus.
Y hablando de recursos, sea cual sea el balance final, cuando todo esto pase, habrá que enmendar graves errores del pasado y poner a disposición de la sanidad pública algo más que aplausos: más recursos materiales y humanos. Y, sobre todo, una mayor sensibilidad hacia el valor social del personal médico y de enfermería. Como decía uno de los centenares de watsaps recibidos estos días: es hora de reconocer que son estos profesionales, y no los futbolistas (podría hablarse de otros), nuestros verdaderos héroes.
Mientras tanto, me quedo con las palabras del papa Francisco: “Fuerza y coraje. ¡Nos vemos pronto!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.