jueves, 27 de julio de 2023

Un apoyo 'sin reservas': la gran debilidad de Occidente que ha sido revelada en Ucrania



Soldados ucranianos disparan un 'howitzer' Caesar cerca de la ciudad de Avdiivka, en la región de Donetsk. 
(Reuters/Viacheslav Ratynskyi)



Ni el complejo industrial-militar estadounidense ni la constelación de empresas europeas son capaces de fabricar la munición necesaria para el tipo de guerra que Ucrania está librando




En una entrevista en la cadena estadounidense CNN dos semanas atrás, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, se explayaba sobre la estrategia que las fuerzas armadas de su país están utilizando en la actual contraofensiva en el sur del país. El mandatario indicó que la operación todavía se encuentra en una etapa donde el objetivo principal es sondear las líneas rusas en busca de puntos débiles. Allí donde los encuentran, las tropas ucranianas se atrincheran para atraer a la artillería rusa y usan radares de contrabatería para localizar y destruir los sistemas enemigos.

La estrategia está siendo efectiva, aseguraba, pero lenta, con una contraofensiva que lleva semanas moviéndose a cámara lenta. ¿El motivo? “No podemos alcanzar todos los objetivos debido a las carencias de nuestra propia artillería”, lamentaba Zelenski. “Nos falta cantidad”, concluía, en referencia a las municiones que alimentan estos sistemas.

Cuando Rusia lanzó su invasión a gran escala en febrero de 2022, Kiev no contaba con la infraestructura suficiente para la producción de municiones y sus reservas estaban muy desgastadas. Desde los primeros compases del conflicto, los aliados internacionales de Zelenski tuvieron claro que, si realmente deseaban que los ucranianos tuvieran una oportunidad de resistir, el suministro de proyectiles, obuses y misiles iba a correr casi exclusivamente por su cuenta. Una constatación que eventualmente vendría seguida de otra todavía más alarmante: que ni el complejo industrial-militar estadounidense ni la constelación de empresas armamentísticas europeas están preparados para el tipo de guerra que Ucrania está librando.

Durante décadas de relativa paz, la arquitectura de defensa occidental se acostumbró a priorizar la eficiencia y la reducción de precios por encima de todo, desarrollando cadenas de suministro similares a las de otras industrias civiles donde los retrasos son indeseables, pero no una cuestión de vida o muerte. "La expectativa desde el final de la Guerra Fría ha sido que los conflictos serían breves, como la invasión de Irak, por ejemplo. Así que no se consideraba que fuera necesario contar con grandes reservas de municiones", explica Mark Cancian, investigador sénior del Centro Internacional de Estudios Estratégicos (CSIS). "Por otra parte, la industria de defensa había sido dimensionada para las tasas de producción en tiempos de paz, eliminando gran parte de la capacidad previa", añade. La guerra en Ucrania ha demostrado la debilidad de estas estructuras, totalmente incapaces de hacer frente a los requisitos de munición de un conflicto a gran escala.

Esta debilidad ha tenido duras consecuencias para los ucranianos. Según los cálculos del Kyiv Independent, basados en información y fuentes públicas, las fuerzas armadas del país están utilizando cinco veces más municiones de las que los miembros de la Unión Europea son capaces de producir. Ucrania está combatiendo en una guerra de desgaste que depende del uso constante de artillería y misiles de precisión. Los sistemas armamentísticos modernos que los gobiernos occidentales han proporcionado a Kiev han servido, indudablemente, para equilibrar la balanza en su defensa contra la invasión rusa, pero, debido a la falta de proyectiles, su uso es cada vez más esporádico y reservado para objetivos valiosos.

La incapacidad de suministrar la cantidad de munición que Ucrania necesita para repeler la invasión de Rusia ha sido uno de los problemas más discutidos a lo largo del conflicto. El tema comenzó a surgir en los debates de la OTAN y la UE a mediados de 2022. Llegado el otoño, los aliados de ambos lados del Atlántico ya tenían claro que la industria estaba batallando por satisfacer la demanda, por lo que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, convocó en septiembre una reunión extraordinaria de la Conferencia de Directores Nacionales de Armamento, los principales funcionarios de adquisiciones de la OTAN, para dar la señal de alarma y comenzar a reponer las existencias lo más rápido posible.

Estados Unidos ya ha entregado más de un millón de proyectiles de 155 milímetros —la munición estándar para artillería de la OTAN— y se ha comprometido a suministrar otro millón más, al igual que la Unión Europea. Son cifras que pueden parecer estratosféricas, pero que Cancian ayuda a dimensionar: “Los ucranianos están usando entre 3.000 y 9.000 proyectiles de 155 milímetros por día, dependiendo de la intensidad de los combates. Eso significa que gastan entre 90.000 y 270.000 proyectiles por mes. Para dar una idea de la escala, antes de la guerra, Estados Unidos estaba produciendo 95.000 cada año”.

Tanto Washington como las capitales europeas han señalado su intención de impulsar la producción. En su presupuesto de 2024, el Gobierno estadounidense solicitó más de 30.000 millones de dólares para municiones, una cifra un 23% superior a la del año anterior. El Departamento de Defensa se ha fijado el objetivo de producir 90.000 proyectiles de artillería por mes para 2025, casi el cuádruple de los 25.000 actuales y cerca de 12 veces más que los que manufacturaba antes del inicio del conflicto en Ucrania.

Paralelamente, Estados Unidos ha comenzado a enviar armamento para los que todavía cuenta con reservas de munición, como los sistemas howitzer de 105 milímetros. Además, y de forma mucho más polémica, ha aprobado el envío de miles de las mal conocidas como bombas de racimo, un tipo especial de munición prohibido por más de 100 países —entre ellos España—. A la hora de justificar este envío, el presidente estadounidense, Joe Biden, señaló al elefante en la sala. “Los ucranianos se están quedando sin municiones”, afirmó el mandatario a la CNN. “Esta es una guerra de municiones y se están quedando sin ellas. Y nosotros también estamos bajos”, agregó.

Por su parte, la Unión Europea aprobó este mismo mes una iniciativa denominada Ley de Apoyo a la Producción de Municiones (ASAP, por sus siglas en inglés) para gastar 500 millones de euros para subsidiar a los fabricantes de armas europeos. Se trata de la tercera pata de un plan de trabajo acordado en marzo por los ministros de Exteriores de la UE y que también incluye la entrega de municiones por parte de los Estados miembros por valor de 1.000 millones de euros, así como una licitación conjunta para rellenar los stocks de los países europeos y para enviar otros 1.000 millones de euros en munición a Kiev.

Pero mientras estos aumentos en la producción llegan, los equipos de artillería ucranianos a menudo se ven obligados a hacer malabares en medio de la contraofensiva en curso. Un reporte reciente de The New York Times desde Avdiivka, en Donetsk, constata que los soldados manejan municiones con procedencias tan variadas como Pakistán, Bulgaria e Irán. Esto “obliga a los equipos de artillería a ajustar su puntería en función del país de origen de las municiones y, a veces, de su antigüedad, aunque todas sean del mismo calibre”, señala el artículo. Un reto más entre un millón.


“Toda una llamada de atención”

Para las potencias occidentales, el problema va más allá del actual conflicto. “Esto ha mostrado a todo el mundo cuáles son las exigencias de una guerra moderna”, asegura Cancian. “Y para Estados Unidos, no es solo Ucrania, también es China. Se han llevado a cabo una serie de análisis que muestran que las municiones estadounidenses para un potencial conflicto en el Pacífico también son muy escasas. Ha sido toda una llamada de atención”, agrega el analista.

Este año, el Center for a New American Security (CNAS), un think tank especializado en seguridad, realizó un simulacro de guerra entre Estados Unidos y China en el escenario de una posible invasión de Taiwán. En el ejercicio, el Ejército estadounidense agotó sus reservas de misiles de largo alcance antibuque (LRASM, por sus siglas en inglés) en tan solo tres días. “Las existencias actuales y planificadas de municiones son insuficientes para la tasa de gasto en un posible conflicto futuro contra China”, sentencia el reporte del CNAS.

Pero una expansión de la producción, especialmente una del volumen necesario para hacer frente a escenarios como el aquí planteado, es un reto mayúsculo. Algunos de los componentes y materiales clave en las cadenas de suministro de los misiles más avanzados sufren una fuerte competición global, como motores de cohetes, microchips o tierras raras. Aumentar la capacidad, por lo tanto, no solo implica arrojar más dinero al problema, sino también abrir nuevas líneas de producción o ampliar la fuerza laboral especializada, entre otras medidas.

Un esfuerzo de este tipo no es cuestión de semanas, sino de varios años, y requiere un grado de inversión tan elevado que ninguna compañía armamentística estará dispuesta a llevar a cabo sin una garantía de demanda a largo plazo. La incapacidad de suministrar a Ucrania ha sido el canario en la mina, pero el camino para salir de ella es largo y cuesta arriba.



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