Ilustración: EC Diseño.
A quienes nacimos entre 1995 y 2010 se nos llama blandos, vagos y delicaditos. Paralelamente, tenemos más ansiedad, depresión y 'burnouts'. ¿Qué narices nos pasa?
Me llamo Andrea, tengo 26 años y soy de Madrid. Mis padres están divorciados, tengo un hermano más pequeño, me independicé en septiembre con un par de amigas en el barrio de Aluche y trabajo como periodista. Cobro poco más de 1.000 euros y me gasto gran parte de mi sueldo en invertir en cosas que no me recuerden que mis planes de futuro se difuminan. Boxeo, yoga, terapia (privada), viajes, alcohol y tabaco. Tuve mi primer ataque de ansiedad a los 15, algo con lo que convivo a diario desde entonces. Lejos de eso, soy una tía normal y corriente. Lo curioso es que a las personas de mi entorno les están ocurriendo cosas parecidas. Está todo el mundo regular tirando a mal. Mi madre —un ser de luz— dice que la sensación de depresión es una cuestión de actitud. Pero yo nunca he tenido un discurso pesimista, más bien al contrario. Así que no me reconozco. Ni a mí ni a mi entorno. También veo a gente decir que necesitan "algo que les llene". ¿Qué?
Los millennials me dicen que ellos sí que lo tuvieron jodido: esa crisis de 2008 les partió en dos y tuvieron que sacarse las castañas del fuego. Trabajo duro, constancia, nostalgia por lo que no pudo ser y siempre hacia delante. Pero les miro y tampoco me transmiten ningún tipo de esperanza: no les veo especialmente felices, la verdad. La generación X me cuenta, sin pelos en la lengua, que “todo esfuerzo tiene recompensa”, y los baby boomers, que bien saben lo que es sufrir y echar horas currando, me recomiendan que llore el día que aparezca una trágica enfermedad sin remedio. Considero que, en parte, tienen razón. Pero entonces, ¿qué pasa en mi generación para que todo el mundo esté completamente chalado, angustiado, desmotivado? ¿Es realmente nuestra vida tan complicada?
Sobre la población nacida a partir de 1995 se ha dicho de todo. Generación de cristal, blandengues, quejicas y poco trabajadores. Paralelamente, la Organización Mundial de la Salud publicó el pasado mes de junio que uno de cada ocho adultos sufría un trastorno mental. La consultora Harmony Healthcareit determina que un 42% de estas personas ha sido diagnosticado con alguna condición psíquica. De estos, el 57% toma medicación. El 31% valoró, a nivel general, que su salud mental en 2022 fue "mala". Y el informe La situación de la salud mental en España en 2023 concluye que el sentimiento más extendido hoy día entre la población es el de preocupación (44,9%).
¿De qué nos preocupamos? Pocos son ahora los chavales que tienen que estar horas y horas bajo el sol para ganarse el pan. "Lo peor es que no me pasa nada", comenta Marta Ruiz, una publicista de 25 años, a este diario. "Simplemente no entiendo el sentido de la vida. ¿Por qué mis padres sí?". El problema se ha abordado desde diferentes ámbitos. La psicóloga, sexóloga y autora del libro Acercarse a la generación Z (Planeta), Inés Duque, explica que afectan multitud de factores. “La crisis de la salud mental ocurre a nivel sistémico y es en los jóvenes donde las cifras son salvajes”. El suicidio es la principal causa de muerte no natural en España, según los últimos datos disponibles de 2021 del Observatorio del Suicidio. “Hay un elefante rosa dando vueltas desde hace mucho tiempo que se llama malestar emocional”, continúa.
La crisis de 2008, la pandemia, la pospandemia, el conflicto ucraniano, la subida de los precios, la incertidumbre laboral y la precariedad influyen en este sentimiento generalizado. “Nuestro sistema nervioso está colapsando”, explica. El estudio alemán de Appinio y Fischer-Appelt hace un ranking de las principales preocupaciones sociales comparando EEUU, Reino Unido, Dinamarca, Francia y China. En el top 3 están las políticas sanitarias y educativas, la protección medioambiental y la igualdad y los derechos humanos.
La ley no escrita de la vida establece que las personas mayores tienen la misión de acumular conocimiento y experiencias. Los adultos, compaginar dicho conocimiento con las ganas de continuar desarrollándose. Y los jóvenes, tener el pulso por crear, aprender, descubrir, tener aspiraciones y buscar grandes proyectos, pero no siempre se cumple. “Esta gente ha nacido en un contexto donde lo único que has escuchado es crisis y ellos eran las personas más vulnerables en ese discurso. Eso produce soledad y desamparo”, continúa Duque. Juan Antonio Roche es catedrático de Sociología por la Universidad de Alicante, experto en arte, cultura y creatividad y presidente del Comité de las Emociones: "Son buenos chicos, pero están perdidos. Es un fenómeno muy complejo y hay que tratarlo de forma delicada. No se trata de culpabilizarlos, sino de que vuelvan a creer en que hay que esforzarse para labrarse un futuro. Y que el esfuerzo sí puede tener recompensas", explica.
Pongamos otro ejemplo. Carlos Lago nació en 1999 en un pueblo de Galicia y es peluquero, una profesión que le apasiona. Considera que no ha vivido ningún hecho traumático, se ve una persona sencilla y feliz. Si pudiera cambiar algo de su vida, solo pediría más tiempo para vivir —al igual que las generaciones de antaño—. Su gran frustración es que, a pesar de haber seguido todas las pautas que le recomendaron (estudiar, trabajar, ser válido), sigue sin poder pagarse un alquiler. Mira al futuro y no ve un horizonte cercano, pero la mayoría de sus amigos se encuentra en la misma situación. Mal de muchos...
“Yo trabajo en institutos y la lógica les dice que estudien o ciencias o letras. Pero la tecnología avanza cada vez más rápido y se desconoce si eso realmente les servirá en el futuro. Eso genera frustración”, señala Duque.
Fatiga laboral sin ir al campo
Los datos de la Guía del mercado laboral 2022, de la consultora Hays.es, establecen que el 30% de los profesionales españoles tiene cierta sensación de agotamiento o fatiga laboral. Durante años, he defendido que lo que hay que hacer es currar, esforzarse, buscar un objetivo, pelearlo, no poner excusas y dejarse de tonterías. Lo del burnout —síndrome del desgaste profesional— solo era para blandos o para aquellos con falta de aspiraciones. Hace un mes, me dieron la baja dos semanas por ansiedad: en la puta cara. ¿Y ahora qué? La empresa Visier publicó un informe en 2021 detallando que los jóvenes estadounidenses entre 16 y 34 años son más propensos a sufrir un burnout que las generaciones anteriores: tres tercios de los trabajadores aumentaron este porcentaje tras la pandemia. Y, abarcando todas las generaciones en edad de trabajar, casi el 90% de los estadounidenses sufrió este síndrome en 2020. El último estudio de Deloitte, publicado en 2023, expone que un 46% de los integrantes de esta franja de edad dice sentir ansiedad y estrés constante.
La psiquiatra Marta Carmona, coautora del libro Malestamos y miembro de la junta directiva de la Asociación Madrileña de Salud Mental, explica lo siguiente. “Son fracturas por estrés. Si haces un movimiento brusco, no se te rompe el hueso. Si lo haces repetidamente, sí. Lo que ocurre con los jóvenes es que todo ese burnout lo ven también en las capas superiores. Se ha naturalizado la calcinación laboral”. En otras palabras: el agotamiento se aprende y se hereda. Los millennials vienen de sufrir lo peor de la crisis, un trauma generacional que sigue latente y que, irremediablemente, se transmite.
Un futuro difuso y fobia a los chavales
Hay quienes han recurrido a la fantasía de hacerse millonario con las criptomonedas, petarlo en YouTube (recuerda, "¡si quieres, puedes!") o —en un plano más realista— buscarse la vida en el extranjero como han hecho tantos. La realidad material es que hay un océano de incertidumbre. “Uno mira a los millennials y solo dice: madre mía”, matiza la psiquiatra.
El también catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y especializado en el ámbito educativo Rafael Feito argumenta que, además del contexto histórico, no hay que dejar de lado la trascendencia que tiene la clase social. El dinero ayuda. “Si bien es cierta la importancia de los grupos generacionales, no cabe perder de vista la divisoria económica o de la condición de inmigrante o autóctono en cualquier grupo de edad”. Pero reconoce que “el futuro de esta generación es mucho más incierto”. El 86%, según la consultora, considera que el éxito es más bien una utopía. El 89% está preocupado por sus finanzas personales.
Esta cuestión es importante. En el siglo XX existía la aspiración de llegar a un mundo mejor, donde se pronosticaban grandes cambios. “Hace 100 años, se hablaba de cómo sería el siglo XXI. Ahora, lo único que se menciona sobre el siglo XXII es que avanza la crisis climática. Y si se quejan, el mensaje que reciben es que podrían estar mucho peor”, apunta Carmona. El orden mundial se tambalea. También se agoniza con la expansión de la inteligencia artificial. Visto así, el día de mañana parece catastrófico. “En lo que se refiere al mercado de trabajo, estamos en un escenario cambiante, hasta el extremo de que no está claro qué conocimientos serán válidos de aquí a unos años. Esto puede hacer que esta escuela anquilosada que tenemos no sirva de gran cosa”, reseña el sociólogo.
Además, a eso se suma el rechazo natural a la población más joven por parte de los adultos. Inés Duque reflexiona en su libro sobre la necesidad de dejar a un lado el "adultocentrismo". Todo esto genera que se diluya la idea de persistir. "Veo falta de empuje, pasión y pulsión", expone Roche, actualmente docente en la facultad. "Están planos existencialmente y todos tenemos que colaborar".
Síntomas similares
Dentro de una clínica psiquiátrica, los nuevos pacientes nacidos en esta franja de edad describen síntomas similares. No se conocen de nada, pero su sensación diaria es parecida: un sentimiento de ingobernabilidad de la vida y de no tener poder sobre el proyecto vital. Acuden a un profesional para encontrar una explicación única a lo que les pasa. “Quieren identificarse con un diagnóstico para entender su malestar desde ahí”, señala la psiquiatra. De hecho, hoy día hay un pico de diagnóstico TDA (trastorno por déficit de atención). Pero esto no es suficiente. Duque insiste en que “no es necesario que haya más suicidios para que nos pongamos las pilas” y que “la terapia individual no es suficiente, sabiendo además la ratio que existe entre profesionales y pacientes”.
Y aunque parece que es la primera vez que toda una generación percibe dolor psíquico, la historia de la psicopatología confirma que esto ha pasado en otros momentos de la historia. “Siempre ha habido picos de sufrimiento de cada época que tenían que ver con el momento histórico concreto, no con algo individual de cada sujeto consigo mismo, como la crisis de grandes desmayos histéricos hasta la Primera Guerra Mundial”, matiza la psiquiatra. Vamos, que esto ya ha pasado otras veces y que la diferencia sustancial es que la generación Z lo dice en alto y está desesperanzada.
Duque también reseña la cuestión del género. “No es casualidad que muchas mujeres jóvenes estén medicadas para sobrevivir. Desde pequeñas, se interioriza que valemos menos y nos tenemos que esforzar más. Las tasas de presión-autoexigencia de las más jóvenes no paran de subir”.
Este es el caso de Marina (nombre de pila ficticio) Pérez García. La joven ejerce como enfermera y vive en un piso de alquiler en Madrid, aunque ha ido dando tumbos por otras zonas del país buscando las mejores condiciones. Comenzó a tener problemas con la ansiedad en la adolescencia y un suceso traumático atravesó su vida, lo cual ha colaborado en su actual malestar general. Gestionar laboralmente la pandemia también la dejó K.O. Dejando a un lado las vivencias individuales, y a la pregunta de si es feliz en su trabajo, la respuesta es “no”. ¿Por qué? "Mucha responsabilidad aumenta mi ansiedad, pero además sufro insatisfacción crónica y me cuesta ser feliz".
¿Y cómo podría mejorar su sensación de felicidad? “Con un cambio de raíz en la sociedad, que nos permitiese tener acceso a un trabajo y una vivienda digna”. Toma medicación —“ahora mismo estoy colocadísima”, dice a este diario—, y cree que su generación se enfrenta a graves fenómenos como “la salud mental, precariedad laboral, la imposibilidad de independizarse y formar una familia, y el temor a vivir con unas políticas que fomenten el odio”.
Un trabajo transversal de todos
Durante años, se ha utilizado el argumento de que “nuestros padres vivían mejor que nosotros”, algo que puso en entredicho este reportaje de El Confidencial. Ahora, lo que escucha la generación Z es que será la primera que vivirá peor que sus progenitores. “Eso todavía no se sabe, para empezar. Puede ser que sí o puede ser que no. Pero escuchar ese argumento constantemente también les afecta”, señala Carmona.
“¿Quién es capaz de argumentar que otras generaciones estaban mejor? Existe un mecanismo de defensa para olvidar determinados contextos y situaciones vividas”, señala Duque. Carmona también explica que este país fue atravesado por un trauma compartido —una Guerra Civil y una dictadura— donde existía un pacto de silencio. Dicho pacto se ha alargado durante décadas. “Ahora no, los zetas hablan de cómo se sienten”. Según Harmony, el 86% se siente cómodo hablando sobre salud mental y el 63%, abordando la suya propia. Y han entrado nuevos términos como la ecoansiedad, algo que no percibían los más mayores. “Quienes tienen conciencia del cambio climático tienen un sufrimiento extra. Pensar todo el día que si no se hace algo ya, el mundo se irá a la mierda”. Seis de cada 10 padecen este trastorno, según Deloitte.
Lo que está claro es que no se puede perder el foco en esto. Roche propone establecer un "plan sistemático" entre instituciones, docentes, profesionales y jóvenes. Porque también es necesaria la autocrítica e intentar solventarlo en conjunto. "Habría que ver y establecer programas completos de apoyo a la vivienda, por ejemplo. Pero es una realidad que eso choca con el sistema económico actual de buscar beneficio". Y hacer lo posible por responsabilizarse: ir al médico, a boxeo, hacer yoga, ir a terapia. Todo lo que está en el manual ficticio de Cosas que te harán sentir mejor para que dejes de estar angustiado y que los mayores te dejen de decir que eres un plasta. Hacer los deberes (si puedes pagarlos, claro) y exigir comprensión ajena. Y cuidar.
La Universidad de Harvard lleva desde 1938, en tiempos de la Gran Depresión, investigando qué hace feliz a la población, el conocido como Harvard Study of Adult Development. El análisis se ha ido ampliando, cogiendo como muestra a los descendientes de los primeros que participaron en el estudio. Las conclusiones son firmes: la clave de la felicidad está en establecer relaciones interpersonales fuertes, sanas y sólidas.
www.elconfidencial.com/espana/2023-07-11/angustia-vivir-generacion-z_3690345/