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Los sindicatos italianos deploran la falta de una política industrial del Gobierno Berlusconi | La multinacional apela a dos patriotismos: la bandera en el nuevo Ferrari y el spot en la Super Bowl | Marchionne debe mimar dos almas; tiene que respetar la raíz italiana y apostar por el desafío de Chrysler, pero la lógica empresarial le empuja a gravitar más sobre Estados Unidos.
Hacer felices por igual a la esposa legítima y a la amante es una tarea imposible. El símil puede resultar exagerado, pero algo de eso hay en el dilema del impetuoso Sergio Marchionne al frente de Fiat. Debe mimar dos almas. El gigante automovilístico no puede traicionar sus orígenes, la base de lo que es. Italia merece el respeto. Imposible renunciar a ella. Pero Chrysler -Estados Unidos- es una conquista hecha en la madurez, un desafío arriesgado y excitante, una inyección de vitalidad. Marchionne está decidido a que el trío funcione. No ve reparos morales. En su lógica de ejecutivo sin fronteras, el único pecado son las pérdidas. Y está convencido de que la buena marcha empresarial curará cualquier sensibilidad herida, cualquier síntoma de agravio emotivo.
La nueva situación presenta no sólo enormes retos económicos y comerciales. Los responsables de Fiat lidian con cuestiones psicológicas y culturales, que a su vez influyen en las actitudes políticas porque algunos de los actores - Berlusconi y la Liga Norte, en Italia; Obama y los republicanos, en Estados Unidos-piensan en las próximas elecciones. Un sector con tanto impacto laboral como la fabricación de vehículos condiciona muchos votos.
En este complejo contexto, con un juego a múltiples bandas, deben entenderse las declaraciones de Marchionne, el pasado 4 de febrero, en San Francisco. El administrador delegado de Fiat, el ejecutivo que ha renegado de la chaqueta y la corbata para imponer la estética del jersey, habló de la futura fusión de Fiat y Chrysler y de que la sede de la futura entidad podría ubicarse en territorio estadounidense. De inmediato se encendieron las alarmas en Italia, seguidas de matizaciones y clarificaciones de parte de Marchionne y de la Fiat. El Gobierno de Berlusconi llamó a capítulo al alto ejecutivo, ayer sábado en Roma, para un encuentro clarificador con más efecto teatral - ¡ay, los italianos!-que contenido real. El astuto Cavaliere no puede dar la impresión de que se despreocupa de Fiat y de las fábricas italianas.
Marchionne ha dejado claro que hasta el 2014 no se tomará una decisión sobre la sede de la fusionada Fiat-Chrysler. Todas las opciones están abiertas. Lo evidente ya ahora es que la multinacional estará gobernada desde varios centros repartidos entre Italia, Estados Unidos, Brasil y tal vez India o Turquía.
Consciente de que sus movimientos telúricos crean inquietud, Fiat lanza señales para tranquilizar los ánimos. Los gestos son importantes. Quiere satisfacer dos patriotismos, el italiano y el estadounidense. Ese doble objetivo se materializó, por ejemplo, en la reciente decisión de bautizar el nuevo monoplaza de Ferrari (perteneciente al grupo Fiat) para la fórmula uno como F150, en sintonía con la celebración del 150. º aniversario de la unidad de Italia. En su alerón trasero, el bólido que conduce Fernando Alonso no ofrece publicidad de ningún patrocinador, sino una bien visible bandera nacional, il tricolore.
Tampoco pasó desapercibido, en EE. UU., el anuncio del nuevo Chrysler 200 que se emitió durante la Super Bowl. Fue un spot muy patriótico, apelando al orgullo de Detroit, un guiño a ese mito nacional de la superación frente a la adversidad. Con el caro y exitoso anuncio, Marchionne quiso dirigir un mensaje a todo el país en una de sus noches más mágicas del año. No sólo se trataba de vender un nuevo modelo.
En Italia, los sindicatos no se hacen ilusiones. Ya cuando hubo el referéndum en la fábrica de Mirafiori, el principal sindicato metalúrgico, FIOM, contrario a ratificar el acuerdo con la empresa, se quejaba de la falta de transparencia de Fiat sobre sus planes. Según ellos, el amago de Marchionne sobre la futura sede les ha dado la razón.
En medios sindicales se resignan a que Marchionne se incline en el futuro por EE. UU. como puente de mando estratégico del grupo. Es la paradoja del pequeño que compra al grande. El mercado estadounidense es mucho mayor que el italiano. "Marchionne será el capitán, el comandante supremo de una multinacional del automóvil que tendrá su cuartel general en Estados Unidos - afirma desde la sede de la FIOM Fernando Liuzzi-.Tiene su lógica. No es que se lleve las fábricas y el trabajo, pero quien mandará será Chrysler. Eso ya se suponía, pero ahora lo ha hecho más explícito".
Lo que preocupa sobre todo a los sindicatos italianos es la ausencia de una política industrial. "El Gobierno de Berlusconi no tiene nada que ofrecer y tampoco nada que pedir, porque no tiene ideas - añade Liuzzi-.En esta situación las empresas hacen lo que quieren". En Estados Unidos, en cambio, ven una Administración Obama que ha apostado muy fuerte por salvar la industria del automóvil. Fiat lo sabe - y lo nota, por el dinero público recibido por Chrysler-;de ahí algunas actitudes de Marchionne.
Desde Italia, sin embargo, quienes quieren retener a Fiat argumentan que, durante años, la principal empresa manufacturera del país se ha beneficiado también de ayudas y de proteccionismo, que su marcha sería una respuesta ingrata. Pero el corazón y la cabeza de una multinacional como Fiat, con una figura del perfil de Marchionne, son fríos a estos argumentos. Lealtad, sí, pero el negocio primero.
La nueva situación presenta no sólo enormes retos económicos y comerciales. Los responsables de Fiat lidian con cuestiones psicológicas y culturales, que a su vez influyen en las actitudes políticas porque algunos de los actores - Berlusconi y la Liga Norte, en Italia; Obama y los republicanos, en Estados Unidos-piensan en las próximas elecciones. Un sector con tanto impacto laboral como la fabricación de vehículos condiciona muchos votos.
En este complejo contexto, con un juego a múltiples bandas, deben entenderse las declaraciones de Marchionne, el pasado 4 de febrero, en San Francisco. El administrador delegado de Fiat, el ejecutivo que ha renegado de la chaqueta y la corbata para imponer la estética del jersey, habló de la futura fusión de Fiat y Chrysler y de que la sede de la futura entidad podría ubicarse en territorio estadounidense. De inmediato se encendieron las alarmas en Italia, seguidas de matizaciones y clarificaciones de parte de Marchionne y de la Fiat. El Gobierno de Berlusconi llamó a capítulo al alto ejecutivo, ayer sábado en Roma, para un encuentro clarificador con más efecto teatral - ¡ay, los italianos!-que contenido real. El astuto Cavaliere no puede dar la impresión de que se despreocupa de Fiat y de las fábricas italianas.
Marchionne ha dejado claro que hasta el 2014 no se tomará una decisión sobre la sede de la fusionada Fiat-Chrysler. Todas las opciones están abiertas. Lo evidente ya ahora es que la multinacional estará gobernada desde varios centros repartidos entre Italia, Estados Unidos, Brasil y tal vez India o Turquía.
Consciente de que sus movimientos telúricos crean inquietud, Fiat lanza señales para tranquilizar los ánimos. Los gestos son importantes. Quiere satisfacer dos patriotismos, el italiano y el estadounidense. Ese doble objetivo se materializó, por ejemplo, en la reciente decisión de bautizar el nuevo monoplaza de Ferrari (perteneciente al grupo Fiat) para la fórmula uno como F150, en sintonía con la celebración del 150. º aniversario de la unidad de Italia. En su alerón trasero, el bólido que conduce Fernando Alonso no ofrece publicidad de ningún patrocinador, sino una bien visible bandera nacional, il tricolore.
Tampoco pasó desapercibido, en EE. UU., el anuncio del nuevo Chrysler 200 que se emitió durante la Super Bowl. Fue un spot muy patriótico, apelando al orgullo de Detroit, un guiño a ese mito nacional de la superación frente a la adversidad. Con el caro y exitoso anuncio, Marchionne quiso dirigir un mensaje a todo el país en una de sus noches más mágicas del año. No sólo se trataba de vender un nuevo modelo.
En Italia, los sindicatos no se hacen ilusiones. Ya cuando hubo el referéndum en la fábrica de Mirafiori, el principal sindicato metalúrgico, FIOM, contrario a ratificar el acuerdo con la empresa, se quejaba de la falta de transparencia de Fiat sobre sus planes. Según ellos, el amago de Marchionne sobre la futura sede les ha dado la razón.
En medios sindicales se resignan a que Marchionne se incline en el futuro por EE. UU. como puente de mando estratégico del grupo. Es la paradoja del pequeño que compra al grande. El mercado estadounidense es mucho mayor que el italiano. "Marchionne será el capitán, el comandante supremo de una multinacional del automóvil que tendrá su cuartel general en Estados Unidos - afirma desde la sede de la FIOM Fernando Liuzzi-.Tiene su lógica. No es que se lleve las fábricas y el trabajo, pero quien mandará será Chrysler. Eso ya se suponía, pero ahora lo ha hecho más explícito".
Lo que preocupa sobre todo a los sindicatos italianos es la ausencia de una política industrial. "El Gobierno de Berlusconi no tiene nada que ofrecer y tampoco nada que pedir, porque no tiene ideas - añade Liuzzi-.En esta situación las empresas hacen lo que quieren". En Estados Unidos, en cambio, ven una Administración Obama que ha apostado muy fuerte por salvar la industria del automóvil. Fiat lo sabe - y lo nota, por el dinero público recibido por Chrysler-;de ahí algunas actitudes de Marchionne.
Desde Italia, sin embargo, quienes quieren retener a Fiat argumentan que, durante años, la principal empresa manufacturera del país se ha beneficiado también de ayudas y de proteccionismo, que su marcha sería una respuesta ingrata. Pero el corazón y la cabeza de una multinacional como Fiat, con una figura del perfil de Marchionne, son fríos a estos argumentos. Lealtad, sí, pero el negocio primero.
Por Eusebio Val Roma Corresponsal de la vanguardia.es 14/02/2011
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