lunes, 15 de julio de 2013

La pluma que sobrevivió al Franquismo y la Transición

 
 
 
DE LA REPRESIÓN FRANQUISTA A LOS HOMOSEXUALES AL MATRIMONIO AMPARADO POR LA CONSTITUCIÓN.
 
 
“En el calabozo me llamaban maricón, me preguntaban qué policía me gustaba más, me pedían que diera nombres. Estando en la celda un policía me dijo: Ya tenía ganas de cogerte. […] Poco después fui violado por un detenido, delincuente común, incitado por ese agente”. Los calabozos de la Transición eran tan temidos como los de Franquismo para el colectivo homosexual. En 1976, 698 varones estaban en la cárcel por “peligrosidad”. La represión contra los gays no descansó una vez muerto Franco, que practicó una persecución de este colectivo desde su llegada al poder hasta su muerte, amparándose en la conocida Ley de Vagos y Maleantes al comienzo y en la Ley de peligrosidad posteriormente. 
 
Desde aquellos tiempos hasta hoy la situación del colectivo homosexual en España se ha transformado hasta el punto de pasar del castigo en la cárcel a que el Constitucional acogiera el matrimonio homosexual. Una evolución que recoge el periodista Fernando Olmeda en El látigo y la pluma (Leer-e), un libro publicado en 2004 y que ahora reedita en formato digital actualizando los cambios al respecto en nuestro país desde aquellos años.
 
“Todo afeminado o invertido que lance alguna infamia sobre este Movimiento, os digo que lo matéis como a un perro”. Las palabras de Gonzalo Queipo de Llano, militar que dirigió en Sevilla el golpe de Estado de 1936, da comienzo al recorrido histórico de El látigo y la Pluma. Más de cien testimonios recogidos por el periodista, que describe la persecución legal a la que fueron sometidos miles de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales entre 1939 y 1980.
 
Multitud de historias de entre las que Olmeda destaca la Transición como “el periodo de desgobierno” que se prolongó hasta la promulgación de la Constitución. Su autor pone especial relevancia en los casos “supervivencia” como el mencionado de Antonio Ruiz en los calabozos, uno de tantos que sufrieron el castigo por su condición sexual. Un libro que, lejos de mostrar al colectivo desde una visión victimista, visibiliza a “mucha gente que supo resistir, ya fuera llevando una doble vida o plantando cara”. Una consecución de historias agridulce, que en esta visión ampliada de la historia deja un mejor sabor de boca acerca de la progresión de la sociedad y la política española, en este asunto.   
 
 
Delatar es de patriotas
 
La familia o los vecinos podían convertirse en el peor enemigo durante la época franquista. Delatar a alguien por rojo, aunque por las venas de la otra persona corriese la misma sangre, era un acto de patriotismo, avalado por el régimen y que practicado también para denunciar a los homosexuales. Todo valía en un contexto general “de rapiña”, explica Olmeda, donde lo bueno era eliminar a un pecador, desviado, o cualquiera de los perfiles contrarios a los preceptos de la España única, grande y libre. 
 
El libro recoge la historia un recluso apellidado Soler, que tenía un negocio en el que daba empleo a varios trabajadores homosexuales como él. La competencia le denunció a las autoridades, “y su condición sexual fue motivo suficiente para enviarle a prisión, dejando expedito el camino a los comerciantes de la ciudad”.
El relato de la España homofóbica por ley hace un repaso también por las dificultades añadidas que vivían las lesbianas, estigmatizadas de por sí por una sociedad machista y que además tenían que sumar ese terror al de las represalias derivadas de su condición sexual.
El látigo y la pluma cuenta también las historias de experiencias homosexuales en el ejército y en las cárceles, lugares de convivencia entre hombres y donde Franco se había ocupado de remediar de alguna forma su preocupación: “En 1942, durante una visita a la Academia Militar de Zaragoza, pidió a los mandos que colocasen una cama adicional en las habitaciones dobles con el objetivo de evitar tentaciones”. Todo con tal de evitar lo inevitable. 
 
 
De las cárceles a la Constitución
 
La ley que modificó el Código Civil para permitir el matrimonio homosexual en 2005 (que también reconocía otros derechos como la adopción conjunta, la herencia y la pensión) y la Ley de Identidad de Género de 2007 han sido las grandes impulsoras del reconocimiento institucionalizado de la diferencia sexual en España. Esta última, que permite a las personas transexuales modificar su nombre y sexo en sus documentos de identidad sin necesidad de someterse a una operación genital y sin procedimiento judicial, fue la norma que cubrió el hueco que faltaba para reconocer al completo al colectivo LGTB (Gays, Lesbianas, Transexuales  y Bisexuales) .
 
Aun así, la ley de 2004 ha necesitado su tiempo para aferrarse a la Constitución. El Partido Popular presentó recurso ante el Tribunal Constitucional, que lo admitió a trámite en octubre. El recurso afirmaba que la Ley vulneraba el artículo 32 de la Constitución y que se estaba dando a la palabra matrimonio “un significado distinto al que tuvo siempre”. El 6 de noviembre de 2012 el pleno del alto tribunal desestimó el recurso del PP. Habían pasado siete años desde su aprobación, 22.000 bodas entre personas del mismo sexo y multitud de manifestaciones a favor y en contra de dicha norma.
 
La sociedad actual ha progresado en este ámbito y España ha enterrado finalmente el látigo, pero aún arrastra multitud de gestos propios de aquellos años, que Olmeda atribuye a una cuestión generacional: “Los que ahora somos padres fuimos educados de una manera determinada que viene del Franquismo, han heredado el mismo esquema de homofobia y lo repiten con sus hijos”.
En el camino ha ido transformándose poco a poco esa educación, aun todavía hay que “seguir trabajando”, según el autor. Sobre todo, según su punto de vista, porque asuntos como la supresión de la  asignatura de Educación para la ciudadanía supone una regresión, ya que esta ponía especial empeño en la tolerancia.
 
Tampoco ayuda a esta normalización la influencia de la Iglesia Católica, que siempre ha mantenido una posición contraria a la homosexualidad, que compartía y que incluso en los últimos años ha protagonizado declaraciones polémicas. Olmeda recoge las declaraciones del obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla: “En su homilía de Viernes Santo, uno de los actos centrales de la Semana Santa de 2012, y retransmitido además por TVE, asoció homosexualidad con prostitución y con determinadas ideologías que, en su opinión, corrompen a las personas”. Ese caldo de cultivo, expresa el periodista “es realmente pernicioso para el futuro”.
 
Pero además de la política, otros colectivos han ayudado también a la transformación social con respecto a la homosexualidad. Olmeda destaca las librerías Berkana (Madrid) y Antinous (Barcelona), quienes “han desempeñado un papel fundamental en la visibilización de la realidad LGTB”, así como la editorial Egales. También engloba en este campo a la revista Zero, que publicó algunos de los hitos clave de la lucha LGTB, como las “salidas del armario” del militar José María Sánchez Silva o del cura José Mantero. Zero ha colocado en sus portadas también figuras de la vida pública como a Miguel Bosé, Nacho Duato, Jorge Javier Vázquez, Alejandro Amenábar, el guardia civil Joan Miquel Perpinyá o el político José María Mendiluce, entre otros.
 
El autor menciona también la muestra de apoyo que dieron cien profesores de Derecho Constitucional, “que se adhirieron a la iniciativa del Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid en defensa de la plena constitucionalidad de la Ley”.
 
Con la versión electrónica, Olmeda pretende hacer llegar su obra a los lectores hispanoparlantes de América y Estados Unidos, según explica a El Confidencial: “Creo que el lector se sentirá reflejado sea de donde sea, por muchas de las cosas que pasan y por la evolución reciente. Ahora se están produciendo en América procesos similares”, comenta, poniendo como ejemplo la reciente aprobación del matrimonio gay en Uruguay y en el Estado de California. 

 

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