Tú, empleado ejemplar, ¿cuántas veces has pensado que tu jefe es un inconsistente que un día dice una cosa y al siguiente la contraria? Y tú, gerente o directivo que se desvive por su equipo, ¿cuántas que tus colaboradores no tienen sangre en las venas o que no se implican en nada? ¿Cuántos de vosotros, profesionales que os partís el lomo por vuestros clientes, no os habéis referido a ellos alguna vez como “caprichosos” o “desagradecidos”? Y levantad la mano quienes no hayáis pensado nunca de esos proveedores que son chapuceros, manipuladores y aprovechados.
Si alguien se ha sentido aludido por alguno de estos supuestos, que no cunda el pánico; es completamente normal. Es señal de que ha sucumbido a un fenómeno que gobierna muchas de las relaciones humanas, y las laborales no son una excepción: los prejuicios. “Un prejuicio es un juicio que se hace de una persona antes de conocerla, habitualmente porque se parece o tiene características en común con un grupo al que pertenece por similitud o jerarquía: los comerciales, los de marketing, los jefes, los de las oficinas centrales…”, explica Elisa Sánchez, psicóloga especialista en cuestiones laborales y directora de la empresa de consultoría y formación Idein.Miriam Ortiz de Zárate, socia directora del Centro de Estudios del Coaching (CEC), puntualiza que las distintas etiquetas que se adjudican y con las que se clasifica a las personas no tienen por qué ser necesariamente negativas. De hecho, los estereotipos cumplen una importante función: “Nos ayudan a procesar la enorme cantidad de información que nos llega a diario. Son atajos que nuestro cerebro utiliza para responder más rápidamente y ser más eficaces ante los estímulos que recibimos”. Lo malo, añade esta experta, es que “cuando le colocamos una etiqueta a alguien, dejamos fuera todo lo demás”.
Diferencias generacionales
Juniors que piensan de los seniors que se han acomodado y están desfasados; veteranos que de millennials para abajo solo ven arrogancia y falta de actitud… Estereotipos y prejuicios también están detrás de muchos de los desencuentros intergeneracionales que surgen en los entornos laborales. Lo de los jóvenes desafiando al establishment es algo tan viejo como el mundo. Pero quizá sorprenda más que los que fueron cocineros antes que frailes no se muestren más generosos.
Según Javier Cantera, presidente de la consultoría de recursos humanos Grupo Blc, el problema está en que “se tiende a idealizar el propio pasado y eso hace que se pierda la perspectiva. Y decimos cosas como: Cuando yo empezaba sí que era duro, no como ahora, que lo tienen todo demasiado fácil”.
No soy yo, eres tú
El prejuicio parte de la base de que el equivocado siempre es “el otro”. Para Elisa Sánchez, hacer generalizaciones que anticipan los comportamientos de los demás –“los comerciales te van a vender la moto”, “los empleados se rigen por la ley del mínimo esfuerzo”, etc.,- brinda cierta seguridad y sensación de control. “Son creencias muy asentadas, las damos por ciertas y no nos las cuestionamos. Condicionan la forma en que vemos la realidad y el comportamiento de los demás. Y cuanto más alejada de nosotros esté la otra tribu, menos benévolo será nuestro juicio sobre ella”, concluye.
Fernando Botella, CEO de Think&Action, empresa especializada en talento y transformación empresarial, recuerda que los prejuicios son mecanismos de defensa del cerebro frente a posibles agresiones del entorno. “Tratamos a los demás no según su comportamiento, sino de acuerdo a esquemas preconcebidos que nos creamos sobre el rol que desempeñan en el mundo”, señala. Y si eso implica deformar un poco la realidad, pues se deforma. Son los llamados “sesgos confirmatorios”. “Analizo la conducta de otros con una lupa que solo capta aquello que sustenta mis creencias previas, ignorando el resto", pone como ejemplo Elisa Sánchez. "Si veo a alguien mirando a menudo el móvil confirmará mi idea de que es un vago, pero no tendré en cuenta las otras veces en que estaba trabajando intensamente”.
Efectos negativos
Fiarnos demasiado de las etiquetas en nuestras relaciones laborales acarrea numerosos inconvenientes. “Al estar permanentemente en estado de alerta, nos es más difícil relacionarnos con los demás, somos menos flexibles, menos colaborativos y menos abiertos a la innovación”, resume Fernando Botella.
Por su parte, Miriam Ortiz de Zárate recalca que los problemas se acentúan cuando quien hace esos juicios ostenta una posición de poder. “Las etiquetas puestas por el jefe influyen mucho en la autoestima del subordinado”. Por esa razón, “la mirada de las personas que ocupan una posición jerárquicamente superior debería ser siempre apreciativa, valorativa y ecuánime”.¿Cómo superar esa fea costumbre de etiquetar a las personas con las que trabajamos? El primer paso, dice Botella, es identificar que se está incurriendo en esa práctica. De un automatismo se puede salir con otro automatismo. “Podemos usar algo material que sirva de anclaje, un corazón de gomaespuma o cualquier otro objeto encima de la mesa que nos recuerde que estamos cayendo en el estereotipo y nos permita salir de ahí rápidamente”.
El segundo es más laborioso y requiere constancia. “Se trata de repetir ciertos comportamientos para que se acaben convirtiendo en hábitos. Si mi problema es que no me fío de mis jefes de área, aunque no me apetezca nada, puedo obligarme a comer con uno de ellos una vez a la semana, hasta que se convierta en algo normal”, aconseja.
Inteligencia emocional, respeto, aceptación y autocrítica son algunos de los ingredientes de una posible fórmula antiprejuicios laborales. Javier Cantera cree que habría que hacer “olimpiadas de empatía” en las empresas. Porque “solo cuando te pones en los zapatos de tu jefe o de tu colaborador puedes realmente valorar su comportamiento. Solo si te pones por un momento en su tesitura puedes entender por qué toma una determinada decisión. Ahí te das cuenta, por ejemplo, de que pretender que tu jefe tenga las cosas claras en un momento de cambios constantes como es este quizá sea pedirle peras al olmo”, continúa.
Este psicólogo subraya, además, que la empatía sirve para evitar las odiosas generalizaciones. “Porque yo puedo entender que una persona con la que trabajo, en un momento dado y empujada por unas determinadas circunstancias, se enfade o cometa un error. Pero eso no le convierte en un déspota ni en un incompetente”.
https://verne.elpais.com/verne/2018/03/12/articulo/1520855816_515256.html
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