La línea 28 del tranvía de Lisboa, a su paso por la catedral. GETTY IMAGES
De la plaza del Comercio a la torre de Belém, mejor a pie. En Alfama se escucha buen fado, y en un palacete del Rossio, el cante alentejano. Ritos muy lisboetas
1. Subir al cielo
El puente 25 de abril o de Alcántara de Lisboa ha estrenado ascensor público. Del interior de su pilar 7 sube un elevador de suelo transparente hasta el nivel de los coches que circulan. Da un poco de vértigo y la vista de la capital portuguesa tampoco es la más excepcional, pero sí son interesantes los entresijos arquitectónicos del puente con sus cables y sus ingenios.
2. Andar 7.000 metros
Los siete kilómetros que separan la plaza del Comercio y la torre de Belém —o al revés— son un paseo único para lisboear por la ribera del Tajo. Desde la majestuosa plaza se bordea la estación de Cais de Sodré, se sigue orillando viejos almacenes navales, nuevas discotecas, el único hippieparking gratuito de Europa, astilleros, casas de colores, estibas (parada obligada en la parrilla Último Porto), estaciones fluviales con mosaicos de Almada Negreiros, el puente de Alcántara con su incesante sonido de trenes y coches, el Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología (MAAT), tan espectacular en la caída de sol, para acabar en los Jerónimos y Belém, ejemplos del estilo manuelino. Servicios de bicis o tuk tukssuavizan el camino de regreso de los más perezosos.
3. Bajar al agua
Si sale el sol como solo amanece en Lisboa hay que subir hasta la cárcel en forma de Exin Castillo, luego colocarse a sus espaldas, en el centro del parque Eduardo VII, hacerse un selfie y empezar a descender todo recto hasta tocar agua; bajar por el césped del jardín, la avenida Liberdade, el Rossio y la plaza del Comercio y ya estamos en el Tajo, de mañana plateado, al atardecer dorado.
4. Sumergirse en el océano
El Oceanário es bonito, didáctico y entretenido y, además, se encuentra en el Parque de las Naciones pues fue construido para la Expo ’98. Muy completo y bien conservado, recomendable para niños y mayores, fue elegido el mejor del mundo en 2017 y debe seguir siéndolo hoy. Es un barrio todo nuevo, o sea, sin especial encanto, pero crece junto al río, tiene agradables paseos y un funicular. Hasta la explanada Dom Carlos donde se encuentra se puede llegar en metro.
5. Contemplar el infierno
En la deliciosa calle de las Janelas Verdes (ventanas verdes) hay un ramillete de madonnas. En el número 92 vive la de carne y hueso, la cantante Madonna, y casi enfrente las madonnas de Filipe Pimentel, director del Museo de Arte Antiguo. Tras inventarse la exposición de cuadros en plazas lisboetas, en su museo es fundamental sentarse ante Las tentaciones de san Antón, el tríptico de El Bosco sobre la lujuria y la avaricia. A diferencia de otros Boscos del mundo, aquí no hay colas; después, relájese en la terraza del museo, con vistas mejores que las de Madonna.
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6. ‘Tranviar’
El tranvía lisboeta (el 28, por favor, y con bonobús para evitar pagar de más) es como el de San Francisco pero mejor. Se estropea tanto como aquel, se viaja igual de apretado y no faltan empinadas cuestas, pero en la capital portuguesa son tan estrechas que cuando pasa por Alfama el paseante debe saltar de la acera y refugiarse en un portal. Mi trayecto preferido: del parque de Estrela en dirección al castillo de San Jorge, hasta Graça, parada en la que bajar para visitar la colonia Villa Bertha y los dos miradores.
7. Dar el cante (alentejano)
El cante alentejano, patrimonio mundial desde 2014, es un canto coral y varonil, sin instrumentos ni voces femeninas, con letras que abordan los temas del pueblo, la mina, la sequía o de los cambios sociales. En la Casa del Alentejo (Rua Portas de Santo Antão, 58) hay conciertos los fines de semana, una de las buenas excusas para visitar este palacete del siglo XVII, enclavado en el barrio del Rossio. Si nació con estilo árabe, se reconvirtió en casino versallesco y ahora es propiedad alentejana. Es muy interesante la visita al edificio; se come bien y a buen precio. No hay que perderse el baile de los sábados en el salón de la Diosa Fortuna (1 euro la entrada).
8. Refugiarse en A Tentadora
Lisboa han cerrado muchos lugares auténticos, sitios emblemáticos que el Ayuntamiento de la ciudad trata de proteger. A Tentadora es pura Lisboa, y goza de muy buena salud pese a la edad de gran parte de la parroquia. El local (Rúa Ferreira Borges 1) te reconforta con el mundo por 10 euros (comida, bebida, postre y café. No son solo los precios o los parroquianos, es el lugar: en la mejor esquina de Campo de Ourique, en un edificio art nouveau, con azulejería floral y forjados en balcones y cañerías.
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9. Escuchar
Mesa de Frades, en las cuestas de Alfama (Rua dos Remédios, 139), es el mejor lugar para escuchar fado de verdad y en boca de los y las grandes. Se puede asistir a las cena-concierto, pero para encontrarse con algo extraordinario lo mejor es llegar after hours, es decir a medianoche, cuando los fadistas regresan de sus respectivas actuaciones y se reúnen allí para tomarse unas copas y echarse unos lamentos. Nada hay programado ni previsto, puede que pase algo o puede que el viaje sea en balde. Por eso se llama extraordinario.
10. Perderse
Si es un turista que quiere salir de las típicas rutas y pasar del barrio Alto y Cais de Sodré, coja un taxi dirección al barrio Padre Cruz. Es un conjunto de viviendas sociales y casetas de uralita, pacífico y auténtico. Desde hace dos años lo es algo menos porque 30 artistas urbanos, de lo mejorcito del mundo, pintaron enormes fachadas, pequeñas paredes, rincones y callejuelas, cada uno en su estilo y con su inspiración, entre ellos Vhils, Bordalo, Fantónio, Smile... Es una experiencia única.
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11. Beber con la Anticrista
Enfrente del gigantesco Sagrado Corazón, unidos umbilicalmente por el puente de Alcántara, en la azotea de una vieja fábrica fracasada de una colonia industrial ahora llamada LX Factory (Rua Rodrigues de Faria 103) está el grastrobar Río Maravilha. Lo que era el lugar de convivencia de los trabajadores es hoy punto de encuentro de la juventud internacional, una azotea de música, luces, baños ingeniosos, decoración sorprendente, algo de comer y sobre todo la contemplación nocturna del río, el puente desde una enorme figura de mujer desnuda que mira de frente al Jesucristo del otro lado del río.
12. Despedida en paz
El cementerio dos Prazeres (de los placeres, de las alegrías, en castellano), en el barrio Campo de Ourique, es tranquilo, lindo y está lleno de historias mudas. Se puede ir por libre o siguiendo una visita guiada. Aquí, en principio, fue enterrado Pessoa y aquí yace, en la parte de escritores portugueses, el italiano Antonio Tabucchi, el autor de la mítica Sostiene Pereira. Hay panteones preciosos, como el de la aristocrática familia Palmela, considerado el mayor de Europa.
https://elviajero.elpais.com/elviajero/2018/03/23/actualidad/1521804309_138372.html
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