Niños en busca de agua en Yemen, país que padece una de las peores crisis humanitarias de los tiempos recientes. (Florian Seriex / Acción Contra el Hambre)
Millones de mujeres, niños y hombres huyen, sencillamente, del hambre. Mientras decidimos si llamarlo hambre, migración o crisis humanitaria, alguien debería ayudarles.
La altitud que han alcanzado últimamente nuestras cotas de polarización política está consiguiendo hacer que parezcan subjetivos hechos tan objetivos como el hambre, la acción humanitaria o las migraciones. Ninguno de los tres términos debería ser opinable: son palabras que quieren decir exactamente lo que quieren decir, y que pueden basarse en datos y mediciones para dejarlas fuera del campo de la interpretación.
La lista de países en los que solo insinuar que hay niñas y niños con desnutrición es utilizado como arma arrojadiza entre partidos ha engrosado de forma preocupante en los últimos años. La polémica no se produce solo dentro de estos países: también en España referirse a según qué cuestiones de política exterior lleva detrás un meticuloso cálculo de rédito en forma de papeletas en las urnas, dando carne de cañón a los populismos.
El hambre no es una declaración política. Decir si hay hambre no es dar la razón a derechas ni a izquierdas. Decir con rigor que hay hambre es tan fácil como medir la relación peso-talla, peso-edad y el perímetro del brazo a una muestra considerable de menores de cinco años. Y, sobre todo, hacerlo libre y científicamente para poder solucionar inmediatamente el problema, no para dar la razón a nadie. Pero la realidad es que hoy tenemos dificultades para llevar a cabo un diagnóstico certero en muchos lugares del mundo, en gran parte porque sabemos que apenas anunciemos los resultados se interpretarán desde la arena política, dentro y fuera del país, y no desde la humanitaria. Incluso hablar de problemas de nutrición infantil en España tiene ya unas connotaciones políticas del todo innecesarias.
Precisamente humanitaria es otra de las palabras que está siendo despojada por los políticos de atributos como la neutralidad, la imparcialidad o la transparencia. Muchos países del mundo, una gran parte entre los que tienen mayores tasas de desnutrición, entienden la palabra humanitaria casi como una culpa: creen que reconocer la necesidad de ayuda humanitaria es reconocer sus fracasos de gobernanza. Niegan así la posibilidad de una actuación que se basa única y exclusivamente en el análisis de las necesidades y de la capacidad de respuesta local. Mientras se deciden a usar el término o empiezan a buscar sinónimos y perífrasis para aludir a la ansiada ayuda sin decir “humanitaria”, cientos o miles de niñas y niños, mujeres y hombres sufren innecesariamente. El reconocimiento tardío de una crisis humanitaria puede ser tan nocivo como la propia crisis.
El reconocimiento tardío de una crisis humanitaria puede ser tan nocivo como la propia crisis
Por último, la palabra migración está hoy más que nunca en el centro de la diana política en España. Que las migraciones hayan sido el mecanismo de adaptación más antiguo de la humanidad, que hayan contribuido al desarrollo económico y social de los pueblos, que resuelvan muchas veces un reto demográfico o que todos los países europeos hayan sido antes o después origen de migrantes parece ser algo secundario.
En Marrakech, se acaba de tener una cita importante para aprobar el Pacto mundial para la migración segura, ordenada y regular. Aunque se trataba de una propuesta meramente declaratoria, no vinculante jurídicamente, varios estados decidieron retirarse del acuerdo final a pesar de su participación en la preparación del mismo. Rechazaron acordar un sencillo marco internacional común para la gestión de los movimientos migratorios. Cedieron a la polarización a corto plazo en vez de abordar de forma más serena la movilidad de la persona, que será, sin duda alguna, el gran reto del siglo XXI junto con el cambio climático.
Mientras se producen estos debates semánticos, el tiempo pasa. Pasa con hechos objetivos en lugares del mundo como nuestra frontera sur, por la que entraron este año 59.000 personas y se dejaron la vida más de 2.100, la caravana de México hacia EE.UU., que movía a más de 7.000 personas hace apenas un mes o la crisis que ha movido desde 2014 a más de dos millones y medios de venezolanos, constituyendo el fenómeno migratorio más rápido de las últimas décadas.
De los 244 millones de personas migrantes internacionales que hay en el mundo (apenas el 3% de la población mundial) solo 22,5 millones son refugiados que huyen de un conflicto abierto o de una persecución política o religiosa que pone en peligro su vida. Millones de mujeres, niños y hombres huyen, sencillamente, del hambre. Mientras decidimos si llamarlo hambre, migración o crisis humanitaria, alguien debería ayudarles.
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