Una anciana pasea junto a un cuidador en las calles de la residencia para enfermos con alzhéimer de Hogeweyk (Holanda). BE THE HOGEWEYK CARE CONCEPT
Hogeweyk, una residencia para ancianos con demencia en Holanda, ha sido diseñada como una pequeña ciudad donde los pacientes pueden moverse libremente
"Queremos que hagan una vida normal en un entorno lo más real posible", dice Eloy Van Hal, uno de los fundadores
Hace tres años, Barry Meihuizen buscaba trabajo en el periódico. De repente, vio un anuncio que le interesó: un puesto de camarero en el restaurante de Hogeweyk, una residencia para enfermos con demencia senil severa. Lo que no se imaginaba es que en este local los ancianos pudieran tomarse una cerveza, o incluso un gintonic. Si aceptaba el empleo, Meihuizen no sería un camarero al uso. “Tuve que hacer un curso para saber quiénes son los que tienen la tensión alta, problemas de azúcar o los que no pueden tomar ni gota de alcohol”, cuenta este hombre de 36 años, que aceptó el reto de trabajar en Villa Demencia. Un pueblo de apenas 170 habitantes situado a las afueras de la localidad de Weesp, a unos 15 minutos en tren de Ámsterdam.
Esta especie de urbanización, de más de 15.000 metros cuadrados, está formada por una treintena de casas, una decena de calles y un par de plazas, pero el recinto está completamente cerrado al exterior. Aquí, los ancianos con alzhéimer (el tipo de demencia más frecuente) tienen prohibido salir solos. Aunque si lo desean pueden alquilar una bicicleta y pasear por Weesp junto a un cuidador. “Queremos que hagan una vida normal en un entorno lo más real posible. Lo que no es natural es meter a los residentes en la cama esperando todo el día la hora de la pastilla y la comida”, explica Eloy Van Hal, de 51 años, uno de los fundadores de Hogeweyk.
Hasta 1993, Hogeweyk era una residencia pública convencional. Pero aquel año la directiva “decidió reformular el concepto de geriátrico para fomentar el bienestar de los residentes”. Empezaron con el comedor: habilitaron el acceso de los ancianos a la cocina para que ayudaran a elaborar la comida, luego dividieron a los residentes en diferentes grupos según sus aficiones y fomentaron las actividades.“Pronto comprobaron que bajaba su nivel de estrés y que, por tanto, no era necesaria tanta medicación”, cuenta Van Hal.
El neurólogo y Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica en 2005 António Damasio avala el experimento: “Mantener una sensación de vida normal probablemente ayuda al bienestar de los pacientes. Los enfermos de alzhéimer van perdiendo su capacidad de recordar, razonar, incluso de usar el lenguaje. Pero curiosamente sus emociones y sentimientos se conservan durante mucho tiempo. Esto permite a los cuidadores relacionarse humanamente con ellos”.
El proyecto dio tan buenos resultados que en 2009 demolieron el viejo edificio y levantaron este pueblo en el que sus habitantes pasan sus últimos años de vida. “Todos los residentes de Hogeweyk mueren. La media de vida aquí es de dos años y medio. Nuestro objetivo es que pasen ese tiempo lo mejor posible”, reconoce Van Hal desde una de las mesas del restaurante que, una jornada más, acaba de abrir sus puertas a las 10.30 de la mañana.
En Hogeweyk hay calles, plazas, supermercado, un restaurante, incluso un teatro. Es una especie de pueblo cerrado al exterior para los enfermos de alzhéimer
Hoy se celebra el mercadillo navideño en Villa Demencia. Los vendedores montan sus puestos en la plaza principal, la terraza cubierta y el teatro. Un par de ancianas desafían al frío y fuman un pitillo frente al minúsculo canal de agua artificial que hay en el bulevar y sobre el que flotan unos patos de mentira. Cerca de allí, pasean Caroline Van Dende y su madre Eline, de 80 años. "Sufre demencia vascular, pero al menos nos sigue reconociendo”, dice la hija, de 57, que ha venido desde Utrecht para estar hoy con su madre. “Al principio nos costó convencerla para que viniera aquí, pero se va adaptando, le encantan las clases de baile”.
"Este experimento de residencia es sin duda mejor que un geriátrico convencional, los enfermos allí están entretenidos. No obstante, hay un aspecto que no se resuelve y es la desocialización histórica de la persona con demencia. En este pueblo ellos hacen otra vida diferente de la que habían hecho antes. No se relacionan con sus amigos, con su familia, sino con otras personas con problemas cognitivos y cuidadores", considera el neurólogo Nolasc Acarín, experto en alzhéimer y párkinson.
Un grupo de estudiantes de un instituto pasará el día del mercadillo navideño con los ancianos. Dos chicas han acompañado a la residente Annie K., de 83 años a dar una vuelta por el vecindario. De regreso a casa, la anciana se acomoda en el sillón. “¿Ha comprado algo?”, le pregunta Miguela de Vries, una de las cuidadoras. “No, que yo sepa”, le responde.
Una plaza en esta residencia pública le cuesta al Estado holandés unos 6.000 euros al mes. El residente solo sufraga entre 150 y 2.000 euros mensuales, dependiendo de su pensión y condición económica
En cada casa residen siete residentes supervisados por dos cuidadores. Mientras un profesional sanitario está pendiente de los asuntos médicos, un auxiliar se encarga de los quehaceres domésticos (cocina, limpieza, lavandería, etcétera). Hogeweyk cuenta con 280 empleados; 180 trabajan a tiempo completo. “A veces piensan que somos una vecina que viene a ayudarles, otras son más conscientes de que están en una residencia, depende del día”, explica De Vries.
Ella trabaja en una casa de estilo holandés. Aquí se cocinan platos tradicionales del país y al lado de la tele se apilan los DVD’s de conciertos del célebre compositor patrio André Rieu. En este vecindario hay cuatro estilos de vida: hay quien prefiere estar en una casa de estilo más cosmopolita y disfrutar de la gastronomía internacional, otros son más urbanos y también están los que buscan espacios más exclusivos.
Una de las personas que mejor conoce los gustos de los habitantes de Hogeweyk es Trudy Vernooij, la dependienta del supermercado. “Los residentes suelen venir con los cuidadores a hacer la compra, pero a veces entran solos y desorientados, yo intento calmarlos, les digo que vuelvan a casa. Casi siempre me hacen caso”, cuenta esta mujer de 59 años y sin formación sanitaria. Le avala la experiencia de haber pasado dos décadas frente a la caja atendiendo a enfermos de alzhéimer. Cada residente maneja una cuenta personal que gestiona la familia, ellos no tienen dinero.
El precio por vivir en Hogeweyk alcanza los 6.000 euros al mes. Al ser una residencia pública, la financiación es estatal en un país donde la carga impositiva es bastante elevada. “Lo que al final paga cada residente oscila entre los 150 euros y los 2.600 euros, depende de su pensión y situación económica”, explica Eloy Van Hal. Pero incide: “Hogeweyk tiene el mismo presupuesto que una residencia pública normal”. Eso sí, las actividades para los ancianos se abonan aparte. Si uno quiere ir a la peluquería, tiene que pagar el corte de pelo a precio de mercado. Todos los años hay lista de espera para conseguir plaza.
El original modelo de Villa Demencia (término utilizado por la propia residencia) se ha convertido en un referente en el cuidado y bienestar de estos enfermos, ha recibido premios internacionales y se está exportando a países como Canadá, Italia, Francia, Australia o Nueva Zelanda. “Pero aquí todavía no tenemos ninguna residencia de este tipo”, reconoce Noemí Martínez, vicepresidenta de la Fundación Alzhéimer España. En nuestro país, más de 700.000 personas sufren esta enfermedad y las previsiones para 2050 apuntan a que el número de enfermos se habrá duplicado. El coste de esta epidemia es de más de 24.000 millones de euros al año.
“Durante la crisis hemos perdido mucho recurso económico, de manera que se mantienen los servicios, pero no se pueden añadir otros nuevos”, lamenta Martínez. Servicios como los que ofrece el camarero Barry Meihuizen en el restaurante de Hogeweyk. A las cuatro de la tarde empieza a servir cafés. Algún residente ya le ha preguntado varias veces dónde está la parada del autobús para volver a casa. “A veces me siento como en el día de la marmota, pero prefiero este trabajo a estar atendiendo turistas en Ámsterdam”.
LA DEMANDA DE MEJORES CUIDADOS
Más de cinco millones de personas sufren demencia actualmente en los países de la Unión Europea. La pérdida de las capacidades cognitivas de los enfermos de alzhéimer es progresiva. Los pacientes tienen una esperanza de vida de hasta 10 años después del diagnóstico. “Todavía somos incapaces de parar la evolución del alzhéimer”, dice el neurólogo Nolasc Acarín Tusell. Aparte de los avances en investigación, los expertos señalan cada vez más la importancia que tiene el cuidado de estos enfermos, incapaces de valerse por sí mismos.
Un estudio publicado por la asociación Alzhéimer Europa realizado en Francia, Alemania, Polonia, Escocia y España- señala que solo el 17% de los 1.200 cuidadores encuestados reconoce que el nivel de atención y cuidado de estos ancianos en sus respectivos países es bueno.
Este estudio muestra que los profesionales demandan más información sobre el desarrollo de la enfermedad, que va más allá de la pérdida de memoria. Una de sus principales preocupaciones es abordar los problemas de comportamiento que sufren estos enfermos (como trastornos, cambios de personalidad, ataques de ansiedad o agresividad).
Weesp
https://elpais.com/sociedad/2018/12/22/actualidad/1545471875_182240.html
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