La falta de tiempo para hacer planes y disfrutar de la vida nos está mermando el ánimo. FOTO: GETTY
Jornadas de trabajo cada vez más extensas, horarios cambiantes e incompatibles con el resto del entorno y dificultad de desconexión digital. Disfrutar del tiempo libre en compañía se ha vuelto demasiado complicado.
«Yo de lunes a viernes no soy persona». El mantra se repite sin parar en conversaciones entre amigos, familiares y compañeros para manifestar que en los días que toca trabajar, apenas queda tiempo para otra cosa. Horarios de trabajo desdibujados, con un último e-mail enviado desde el sofá y el primero del día respondido con los ojos aún pegados. Y ofertas de empleo que exigen disponibilidades imposibles e instan a estar siempre a punto en la línea de salida, aceptadas con una naturalidad pasmosa por parte de empresas y consumidores a raíz de la crisis -la imagen del repartidor de Uber Eats entre barricadas en llamas en pleno centro de los disturbios en Barcelona para entregar una cena a domicilio rinde buena cuenta-. Llegar a casa a las tantas sin tiempo para atender a los hijos (si se tienen), a la pareja (si ha llegado) o para quedar a tomar algo con amigos (si aún viven en el barrio) se asume como normal.
A pesar de que la jornada de 40 horas semanales se mantiene desde hace un siglo, hay cambios profundos. “La tendencia en los últimos 20 años ha consistido en una mayor centralidad de lo laboral en la vida de las personas. Este cambio se ha dado principalmente en las mujeres, las que han realizado una gran inversión en educación y en tiempo dedicado a su trayectoria laboral. No es solo que se hayan incorporado al trabajo de manera significativa y hayan aumentado las horas dedicadas al trabajo remunerado, sino que la subjetividad de las mujeres también ha cambiado. De una subjetividad ligada a lo doméstico-familiar a una centrada en lo laboral, a pesar de que sigan siendo las responsables también del trabajo doméstico y del cuidado”, explica a S Moda la socióloga Lidia Arroyo, investigadora de género y TIC del IN3 (UOC) y profesora de la UAB.
La profesión ha pasado a considerarse por muchas personas no solo un símbolo de estatus, sino un aspecto a destacar de la personalidad, una seña de identidad, como expone Derek Thompson en The Atlantic. Una cultura de la dedicación, del estar ocupados (o aparentarlo) y de la autoexplotación que, a pesar de ser venerada por los pupilos de Elon Musk -quien asegura que trabajar 80 horas a la semana es la clave del éxito-, ya se sabe que pasa factura a la salud: la OMS ha reconocido el síndrome del trabajador quemado (burnout) en su listado de dolencias.
Horarios interminables y agendas incompatibles
La digitalización ha traído cosas buenas, como el teletrabajo y posibilidad de flexibilizar horarios. Pero también trampas, como la dificultad de desconexión digital –en España este derecho ya está regulado por ley–. El empleo, cada vez más precario, con sueldos bajos y con una cifra de horas extra realizadas que en un año ha aumentado en un 13,1%, apuesta por lo temporal y por los encargos externalizados “el 42% de los españoles [que busca empleo] busca un trabajo flexible porque no encuentra uno permanente”, recoge un informe de Adecco y LinkedIn sobre la gig economy. Los servicios se reclaman por consumidores locales y turistas cada vez con más inmediatez y disponibilidades más amplias. Y en consecuencia, los trabajos de lunes a viernes y en horario de oficina empiezan a ser menos corrientes mientras el trabajo en fin de semana crece alcanzando máximos (5,83 millones de personas trabajan dos sábados o más al mes, según datos del INE ).
La peculiaridad de los horarios españoles también suma dificultades a la hora de conciliar la vida personal e intentar compaginarla con la de otros. “En España tenemos una forma de distribución del tiempo que nos perjudica”, señala José Luis Casero, presidente de ARHOE (Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles). “Los almuerzos de dos horas, el prime time televisivo a las 22.45h con programas que son líderes de audiencia y acaban a las dos de la mañana…”. Casero subraya que a pesar de las singularidades de cada tipo de empleo, la transformación es evidente: “Este ya no responde al modelo de los tres ochos (ocho horas de descanso, ocho de trabajo y ocho de tiempo libre). Aquí trabajamos 200 horas más de media que países como Alemania o Francia y sin embargo vamos a la cola en productividad. No podemos permitirnos como país tener un 35% de la gente trabajando después de las siete de la tarde –a lo que para rematar hay que sumar el tiempo de traslado en las grandes ciudades–. O se está trabajando de más, o se está calentando la silla. Hay que mirar qué hacemos mal, qué es lo que nos hace diferentes a otros países que acaban a las cuatro o cinco y hacen vida”.
“Algunas empresas ya están empezando a cambiar, en busca de horarios y fórmulas más flexibles. El trabajador valora mucho esa flexibilidad de entrada y salida y el teletrabajo, siempre que este sea de una forma pactada y regulada, con derecho a la desconexión y disponibilidad para lo que sea de verdad urgente”, señala a S Moda José María Fernández-Crehuet, doctor internacional de Economía y Empresa de la Universidad Politécnica de Madrid y autor de La conciliación de la vida profesional, familiar y personal. España en el contexto europeo (Ed. Pirámide). “Aquí está muy arraigado el presentismo, el ‘me quedo por si me necesitan’. Cuando se ha visto que, en empresas, el modelo de rendimiento por objetivos es realmente útil y que los trabajadores que están contentos son los que están cuando hay que dar el callo y que si no se está bien en el puesto, se rinde mucho menos”.
Respecto a la medida adoptada recientemente de tener que fichar la entrada y salida en el puesto de trabajo, Fernández-Crehuet opina que puede ser un “arma de doble filo”: “Es bueno que se paguen las horas extra, pero responde a un encorsetamiento que va en contra de esto mismo de la flexibilidad y del trabajo por objetivos que vemos que funciona”.
Poco tiempo libre de verdad (menos aún para las mujeres)
“En la conciliación influyen sobre todo la política y la cultura de los jefes, que son quienes marcan el ritmo. Si se ponen reuniones a las 20h, se trastoca el ritmo de muchas familias. El paso a la conciliación tiene que ser un acto global, cosa de todos. La gente está cansada de este esfuerzo que estamos haciendo”, recuerda el doctor Fernández-Crehuet. Una conciliación que todos los expertos entrevistados recuerdan que afecta más a las mujeres, quienes tradicionalmente han cargado con la responsabilidad añadida del trabajo doméstico y de los cuidados a niños y mayores. Y a las personas con menos recursos económicos, que no pueden permitirse externalizarlos.
“España, según el Eurostat es el cuarto peor país de Europa para la conciliación. La encuesta del INE dice que la diferencia de la dedicación laboral (no brecha) entre hombres y mujeres es de un 15% y, sin embargo, la diferencia de tiempo invertido en conciliación para cuidados es del 75%. Las mujeres siempre han sido las que han conciliado y se han incorporado al mercado, son los varones los que no han logrado entrar en casa a trabajar y asumir la corresponsabilidad”, apunta José Luis Casero.
Si al total de horas del día se le resta ese tiempo de trabajo, el de trabajo doméstico y el de cuidados, se obtiene lo que entendemos por tiempo libre o tiempo para nosotros. “Cuando se estipularon esas jornadas en las que ocho horas al día se dedicarían al tiempo libre, para las mujeres no fue tal ya que no se tuvo en cuenta el tiempo que requiere el trabajo doméstico y de cuidado”, recuerda la socióloga Lidia Arroyo. “Ese tiempo libre real se está empezando a reivindicar cada vez más. Hay una tendencia interesante de mujeres que reclaman ese tiempo propio, para ellas, que sí han tenido en mayor medida los hombres”. Aunque, según apunta Arroyo, «para las mujeres ese tiempo libre es más difícil de identificar porque en ocasiones, como por ejemplo el tiempo de juego con los niños, se convierte en cuidar a otros».
Se debilitan los vínculos
«También entra en juego el mercado, que expropia ese tiempo libre ofreciendo productos diseñados para que las personas pasen tiempo conectadas consumiendo contenidos individualmente», subraya la socióloga. «Esto contribuye a debilitar los vínculos fuertes. Ese tiempo que podría pasar con otras personas lo paso conectado, la tecnología mediatiza la relación y si no se ve a una persona en mucho tiempo, la relación se debilita -aunque también pueda tener el efecto contrario con relaciones que tengan un vínculo débil ya que las tecnologías permiten mantener la relación a lo largo del tiempo -“, señala Lidia Arroyo. “Sería interesante emplear ese tiempo propio escaso en actividades que fomenten la emancipación y que empoderen socialmente”
Queda con tus amigos
Es complicado, pero hay que intentarlo. Sacar momentos a lo largo de la semana para verse, tomar algo, tener una conversación o realizar alguna actividad con amigas es clave para no caer en el pozo. Esas relaciones afectan a nuestro bienestar emocional a tres niveles, explica Alejandro Muñoz, psicólogo y director de la Clínica Aesthesis. “Afectivo: necesitamos ver, oler y sentir a las personas. Emocional: las personas con dificultad para quedar con otras se sienten más solas, se deterioran físicamente y se le cambian los ritmos circadianos (de sueño) y el metabolismo. Y a nivel simbólico: es importante mantener la comunidad, que no debe confundirse con seguidores y amigos en redes”. El psicólogo afirma que la distorsión de estos niveles provoca que muchas personas acudan a consulta con “un sentimiento de vacío que no saben muy bien a qué atribuir”. Su conclusión es tajante: “Necesitamos un grupo de personas con las que vernos con más o menos continuidad, intercambiar afectos y complicidad. Si no, nos convertimos en carne de cañón para la depresión”.
MARÍA LÓPEZ VILLODRES | 22 OCT 2019 17:49
https://smoda.elpais.com/belleza/bienestar/de-lunes-a-viernes-no-soy-persona-o-como-la-falta-de-tiempo-nos-esta-amargando-la-vida/
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