Imagen de un catálogo de Ikea de los años setenta, cuando la gente iba por casa vestida de calle y los muebles todos parecían, al menos, dos cosas.
Cada año se imprimen más de 200 millones copias de esta revista promocional que promete calor hogareño. Sus propuestas no se limitan a las piezas de tendencia, sino que nos han enseñado a decorar
La portada apaisada del catálogo de Ikea de 1957 es una elegante composición gráfica en blanco, azul y rojo sobre fondo negro. Una de las siluetas representa el perfil de una butaca, algo habitual en los catálogos de mobiliario que la firma había lanzado por primera vez en 1951. Sin embargo, en este hay algo distinto. En el centro de la composición hay una silueta de un gato blanco durmiendo a los pies del sillón. El protagonismo, por tanto, son los muebles, pero también la placidez doméstica que prometen.
El catálogo de la firma sueca cumple este año su 70º aniversario –puedes ver abajo todas las portadas– y este detalle, una silueta felina y hogareña en un catálogo de mobiliario moderno, ofrece un punto de apoyo para aproximarse a un fenómeno cuyas cifras generales provocan vértigo. Cada año se imprimen más de 200 millones copias en papel de esta revista promocional, que compite así con la Biblia, el Corán y Harry Potter por el título de la publicación más impresa y difundida del mundo.
Hacerla implica un año entero de trabajo para un equipo que diseña, recrea, atreza y fotografía en un estudio propio –el más grande de los países nórdicos– miles de interiores de los que saldrán las imágenes que pueblan las más de 300 páginas del catálogo. Cada año, a finales de julio, se distribuye por correo postal o en las tiendas del gigante sueco (38 ediciones en 17 lenguas), y define las líneas de trabajo de la marca durante 12 meses, en una fecha que, como recuerda el portal estadounidense Quarz, "es como Navidad para los fans de Ikea". Una publicación que disfruta del mismo estatus de culto que algunos de los muebles históricos de la firma, desde los básicos hackeables hasta piezas de coleccionista, fetiches de diseñadores y arquitectos, ediciones limitadas y colaboraciones que se subastan por todo el mundo.
Los primeros 70 años de vida del catálogo de Ikea son también un momento oportuno para hacer memoria. Y para descubrir cómo, década a década, portada a portada, la publicación ha ido recogiendo transformaciones sociales y cambiando a medida que cambiaban las casas a las que iban destinados sus muebles.
En los años cincuenta, por ejemplo, el protagonismo es para muebles concretos fotografiados o ilustrados. La década de los sesenta, a su vez, se estrena con portadas fotográficas que reproducen imágenes de estancias, casi siempre salones, más o menos realistas. En los setenta llegan las figuras humanas, hombres y mujeres que charlan o, con más frecuencia, leen en los sofás y sillones de la casa.
Sin embargo, es un lapso breve: entre 1981 y 1998 no hay modelos en la portada. Son décadas de experimentación formal y, sobre todo, de expansión: a medida que la presencia de Ikea se va ampliando a distintos países, los catálogos de vuelven algo más neutros y didácticos, dedicados a explicar al público la lógica interna de una marca que producía y vendía mobiliario con una base de pensamiento y una metodología distintas a todo lo anterior.
Con el siglo XXI todo se hace más flexible y más variado. Ya no solo hay imágenes de familias, sino también de lo que parecen pisos de estudiantes, de fiestas, de cenas con amigos y de zonas menos nobles, como la cocina o el dormitorio. De lo público a lo privado, de la ostentación a lo íntimo. El viaje iconográfico del catálogo de Ikea no ha sido algo intuitivo, sino una estrategia asesorada por sociólogos y etnógrafos que estudian los cambios sociales y también adaptan sus contenidos a la cultura de distintos países: planos más cerrados en aquellos lugares donde las casas son más pequeñas, o incorporación progresiva de modelos adultos que reflejan el reparto de tareas domésticas entre hombres y mujeres.
El cambio también ha venido de la mano de la transformación de los hogares. A lo largo de estos setenta años, las viviendas se han vuelto más pequeñas y por tanto menos compartimentadas. Hay toda una lección de sociología doméstica en el modo en que Ikea ha enseñado a millones de lectores que una nevera puede compartir espacio con el salón, que se puede poner un escritorio en el dormitorio sin quitar demasiado espacio o que no está mal prever un sitio para hacer los deberes en la cocina.
El propio concepto de diseño de la marca –modular, portátil, estandarizado y pensado para aprovechar espacios pequeños, sobre todo verticales– dio lugar en la década pasada a un paroxismo en clave de puzzle doméstico, con habitaciones multifuncionales llenos de camas en altillos, piezas abatibles, cajoneras y armarios en cada hueco libre y muebles con ruedas para transformar el espacio y aprovechar hasta el último centímetro.
En los últimos años, la ampliación del mobiliario profesional ha traído consigo un curioso presagio de estos meses en que las casas se han convertido forzosamente en oficinas. No tenemos ni idea de cómo será el catálogo que se publique en 2021-2022, pero no cabe duda de que tendrá que asimilar las consecuencias de un año en el que hemos pasado en casa mucho más tiempo que ningún otro.