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Las raíces del antisemitismo.
A través de la figura de un espía y falsificador, el autor de 'El nombre de la rosa' investiga en 'El cementerio de Praga' la historia de un clásico antisemita de gran influencia en la Europa anterior a la segunda guerra mundial. Eco destila más inteligencia que literatura en su búsqueda de 'Los Protocolos de los sabios de Sión', que alertaban de un supuesto plan de los judíos para dominar el mundo.
Los primeros libros de Umberto Eco (Alejandría, Italia,1932) que leí fueron Obra abierta y Apocalípticos e integrados, dos ensayos deslumbrantes sobre el arte y la comunicación. Hasta que salió la traducción de El nombre de la rosa, a mediados de los 80, Eco era un semiótico brillante, un sabio simpático que disertaba cómodamente sobre la filosofía escolástica o sobre las tiras de Charlie Brown. Incluso el manual que escribió para estudiantes que querían hacer la tesis era ameno. No es extraño que sus novelas se convirtieran en un fenómeno editorial con perfil propio.
El nombre de la rosa sitúa una intriga detectivesca en un ecosistema monástico, El péndulo de Foucault es una enciclopedia novelada de las conspiraciones universales, La isla del día de antes se adentra en la ciencia del Barroco, Baudolino nos lleva a la picaresca de las cruzadas, y La misteriosa llama de la reina Loana revisita la cultura popular del siglo XX.
DOCUMENTACIÓN / En medio, el autor aún ha tenido tiempo de publicar ensayos sobre la lengua universal o la historia de la belleza. Su última novela, El cementerio de Praga, reúne temas que ya había tratado, como la literatura de folletín, el juego de identidades, la unificación de Italia y los derechos de autor.
Si bien en las novelas anteriores la documentación ocupaba un espacio importante, esta es propiamente una novela histórica, donde todos los personajes existieron excepto el protagonista, el capitán Simonini. Este presunto militar es un espía que a lo largo de los años entra en contacto con personajes como Freud, Garibaldi o Alejandro Dumas. Dentro de las artes que domina, ocupa un lugar preeminente la falsificación. Es por esa vía que es solicitado a menudo para producir documentos falsos que pueden inculpar a personas y colectivos, como los masones, los jesuitas o los judíos.
A lo largo del libro, de encargo en encargo, de plagio en plagio, el protagonista va componiendo su obra maestra, que será conocida como Los Protocolos de los sabios de Sión, un documento que existió realmente y que presentaba a los judíos como unos malvados con un plan maquiavélico para dominar el mundo. Los Protocolos tuvieron una gran influencia en la Europa anterior a la segunda guerra mundial, y no solo en Alemania.
El cementerio de Praga recoge las fuentes utilizadas en la redacción de este clásico del antisemitismo. Asimismo, resulta útil para hacerse una idea de cómo era la vida en el Reino de las Dos Sicilias o en el Segundo Imperio francés. En cambio no es tan convincente desde el punto de vista literario, puesto que la multitud de personajes que rodean a Simonini carecen de vida propia. De hecho, el mismo protagonista es demasiado frío para que lo podamos considerar consistente, ni siquiera repulsivo. Sus dos pasiones, la seguridad y la gastronomía, no bastan para crear un vínculo con el lector. El libro se abre con descripciones y digresiones memorables y después se pierde en una sucesión de maquinaciones y delaciones que, por mucho que estén documentadas, resultan excesivamente rocambolescas.
Después de las casi 600 páginas de la novela, la digestión resulta tan pesada como las que hacía Simonini tras una de sus comidas pantagruélicas. En ella echamos de menos, en cambio, la tensión y la belleza. Brilla la inteligencia, no la literatura.
Por VICENÇ PAGÈS from elperiodico.com
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