lunes, 10 de febrero de 2014

China se encamina hacia un parón brusco de su economía en este año

 
 
 
Las dudas sobre los emergentes la sorprenden con el PIB desacelerado y una crisis especulativa. El viraje hacia el consumo privado que Pekín fomenta convulsionará los mercados mundiales.

Los analistas siguen con preocupación en las últimas semanas la evolución del peso argentino, el real brasileño o la libra turca; pero los verdaderos problemas se están cocinando en el gigante emergente que no sufre fluctuaciones en su tipo de cambio (dado que lo tiene intervenido). Las condiciones son en 2014 más propicias que nunca para que se produzca lo que los analistas vienen llamando aterrizaje brusco (hard landing) de China.
 
Quizá incluso de forma acelerada, si los vaivenes que tengan lugar en economías de mucha menor relevancia como Argentina agitan un pánico generalizado hacia los países en desarrollo en los mercados.
 
Lo demuestra, por un lado, la ya conocida racha de descensos que está sufriendo la actividad industrial en el país presidido por Xi Jinping, tal y como la mide el índice PMI. Este indicador hizo saltar las alarmas este enero al situarse en 49,5 puntos, ya que todo registro que sea inferior a las 50 unidades implica que hay una contracción de la actividad. Pero hay razones más profundas, incluso estructurales, para estar preocupado y dar por seguro que los tiempos del crecimiento de dos dígitos han quedado atrás (de hecho, el PIB chino, ya en 2013, avanzó sólo un 7,7 por ciento, una tasa más propia de los estándares que esta economía mostraba en los años 90).
 
Puede sonar paradójico en un país que solía ser el mejor ejemplo de la superpoblación, pero lo cierto es que empieza a andar corto de trabajadores. Sólo en el año pasado el total de personas en edad activa se redujo en 2,4 millones; en 2012, la contracción fue incluso superior.
 

Motor gripado

Además, a miles de kilómetros de distancia, en Estados Unidos, se está fraguando un cambio que puede hacer que se gripe el que sigue siendo el principal motor de la demanda interna del país: la inversión. Se trata del famoso tapering, es decir, la retirada de la política monetaria ultraflexible de la Reserva Federal (Fed) que Ben Bernanke inició en 2008 y cuyo punto final, tras dos drenajes muy parciales limitados a 10.000 millones de dólares cada una, será puesto por su sucesora en el cargo, Janet Yellen.
 
En virtud de esta nueva política, la Fed dejará de ser una esponja absorbedora de cualquier papel que emita el Tesoro estadounidense. Su voracidad llegó a tal punto que, hasta hace bien poco, los bancos y los fondos de inversión lo tenían claro. El negocio estaba en colocarle a la Fed todos los bonos soberanos estadounidenses de los que dispusieran y llenar el hueco que esa operación dejaba, en el capítulo de deuda pública de sus balances, aprovechando la "liquidez, crecimiento y políticas fiscales y monetarias dirigidas con mano de hierro" reinante en los países emergentes, según publicitaba a sus posibles clientes un conocido gestor de renta fija hace poco más de año y medio.
 
Por tanto, con el cambio de política de la Fed, el flujo de capitales cambiará de sentido y volverá a circular desde las economías en desarrollo hacia las ya avanzadas y a China el movimiento le pillará a contrapié, a punto para que la burbuja de crédito que allí se ha generado sea repentinamente pinchada.
 

¿Dónde está la inflación?

La evidencia de que dicha burbuja existe, y es grande, surge por sí misma al comparar dos indicadores. Por un lado, según el propio banco central del país, sólo el año pasado la financiación dirigida al sector privado creció un 20 por ciento (mientras el PIB nominal sólo lo hizo un 9,5). Por otro lado, pese a esa inundación de liquidez, la tasa de inflación se mantiene en un nivel sorprendentemente bajo: 2,5 por ciento en 2013.
 
La explicación de este fenómeno estriba en que la mayor parte del crédito que ha fluido más allá de las fronteras del Imperio del Centro (como los chinos llaman a su propio país) se ha destinado a fines especulativos; no ha impactado en los indicadores de la economía real, como el IPC, en la medida en que se limita a adquirir y vender activos (de todo tipo, especialmente, inmobiliarios) ya existentes con la expectativa de que se produzcan aumentos de su valor.
 
Por si fuera poco, todo un modelo de crecimiento, basado en la exportación masiva de escaso valor añadido se encuentra agotado.Las propias autoridades chinas son conscientes de que algo se mueve bajo sus mismos pies y se afanan por poner a punto, a marchas forzadas, un nuevo motor del crecimiento, el consumo interno. Y poco a poco van obteniendo resultados: China ya ha superado a Japón como la segunda economía de consumo más grande del mundo, pues el desembolso de su sector privado supuso en 2013 más de 3 billones de dólares, el 8 por ciento del total mundial.
 
Es más, el gigante asiático está dejando claro que quiere dejar de ser la fábrica del mundo; en consecuencia, el año pasado, por primera vez, el sector servicios tuvo una contribución al PIB superior a la propia de la industria (46 puntos porcentuales frente a 44).
 
Esta evolución va a tener consecuencias para todo el planeta, en especial, para las economías desarrolladas, que van más allá del consabido aumento de la presión sobre unos recursos naturales cada vez más escasos. En efecto, los consumidores chinos despiertan al mundo en unas condiciones que nunca antes se habían dado en la historia, con conexión a Internet, lo que multiplica las capacidades de acceso a la información y, en consecuencia, eleva enormemente los niveles de exigencia y la competencia entre las marcas.
 
Un estudio de la consultora Ideo pone de manifiesto que los jóvenes trabajadores chinos están dispuestos a gastarse todo sus sueldo de un mes (800 euros de promedio) para adquirir un iPhone.
 

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