martes, 18 de febrero de 2014

¿Drogas para mantener la llama del amor?

 
 
Hay quienes apuestan que, en un futuro, medicamentos evitarán muchos divorcios.
 
 
Desde que el mundo es mundo, el ser humano ha buscado influir en el amor por medio de conjuros, pociones y amuletos. Ahora que se comienzan a entender muchos secretos del cerebro, la ciencia podría sustituir a las creencias para darle más vida a las relaciones amorosas.
Hoy en día comienza a utilizarse un concepto que quizá pronto se vuelva cada vez más común: neuromejora del amor.
Esto significa usar todo nuestro conocimiento de neurociencia y bioquímica para avanzar en nuestras relaciones amorosas”, explica a Quo Brian D. Earp, investigador en Ética Práctica de  la Universidad de Oxford, quien es pionero en la publicación
de artículos científicos sobre el tema.
Aunque sea una sensación más vinculada a la poesía que a la ciencia, el amor también puede explicarse bajo ese segundo prisma. Al enamorarnos, básicamente los niveles de serotonina bajan y los centros de recompensa del cerebro se llenan de dopamina, neurotransmisor que hace que nuestro cuerpo se sienta bien, relajado. También se activan 12 áreas diferentes del cerebro, las cuales comienzan a segregar sustancias químicas, como la dopamina o la oxitocina, la adrenalina y la vasopresina, que inducen en el individuo la euforia, la pasión y la atracción.
Pero eso se termina.
 
Según estudios recientes, el enamoramiento tiene fecha de caducidad: solo dura unos cuatro años. Este es el tiempo que nuestro cerebro segrega cantidades enormes de dopamina. Después, esta sustancia es sustituida por la oxitocina, la hormona del apego, y la vasopresina, conocida como “la de la monogamia”.
Esto explica el porqué a veces esos lazos de unión entre las parejas empiezan a romperse y no se debe, precisamente, a que no sean una buena combinación.
Sucede que nuestros cerebros no han evolucionado para aguantar las modernas relaciones amorosas monógamas de toda una vida, sino para las comparativamente cortas alianzas concertadas por los progenitores de nuestros antepasados”, explica Earp, investigador interdisciplinario con formación en ciencias cognitivas sociales y de psicología experimental.
Sus palabras dan sustento a los actuales índices de separaciones de parejas. En México, los divorcios se han triplicado en las últimas dos décadas, de 5 a 16 por cada 100 matrimonios, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Otros países también dan el ejemplo. Uno de ellos es España, nación que registra actualmente dos divorcios por cada tres casamientos, y en 2012 se registraron 110,767 rupturas entre parejas, considerando nulidades, separaciones y divorcios, dato que representa la cifra más alta en el país desde 2008, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Mientras que la Oficina de Censos de Estados Unidos documenta que 41% de los primeros matrimonios terminan en divorcio; 60% de los segundos casamientos también pasan a la historia, y 73% de los terceros matrimonios de una misma persona, sí, también acaban en una separación.
Los científicos cada día saben más sobre qué pasa en nuestro cerebro cuando nos enamoramos, y podemos usar este conocimiento para promover el buen desarrollo de las parejas en los tiempos modernos... Tal vez hay buenas razones para intentarlo”, reflexiona Brian D. Earp.

Saber, usar y no solo sentir
 
La idea de usar fármacos para alterar las relaciones es cualquier cosa, menos una novedad. Para este investigador estadounidense —quien trabaja en un libro sobre el tema—, estas neurointervenciones para promover el amor ya ocurren con la ciencia actual.
Como mejor ejemplo, cita el de una pareja que lleva 10 años de relación. Él, por avatares de la edad, entra en la crisis de los 40. Se pone malhumorado, depresivo, se refugia en sí mismo y aleja a su mujer. “Este estado es dañino para la relación, y si toma un antidepresivo, tenemos aquí un ejemplo de droga del amor o intervención bioquímica en la función cerebral para mejorar su relación”.
 
Otro ejemplo sería el Viagra, fármaco para la disfunción eréctil —originalmente diseñado para tratamiento de angina de pecho e hipertensión arterial—, una solución para que las parejas que enfrentan este problema puedan tener relaciones sexuales. Si tenemos en cuenta que la ausencia de sexo reduce la producción de oxitocina y esto puede llevar a que se rompan los vínculos románticos, la pastillita azul se convierte en una droga que, además de causar erecciones, puede ayudar a que una relación funcione. “En cualquier caso, será en los próximos 10 o 15 años cuando las posibilidades se harán mucho más accesibles”, considera el también filósofo y actor.
 
Sobre este futuro, Brian D. Earp acaba de publicar, junto con sus colegas Olga A. Wudarczyk, Adam Guastella y Julian Savulescu, un artículo titulado “Could intranasal oxytocin be used to enhance relationships?” donde analizan la nueva tendencia a inhalar esta hormona (oxitocina) en las terapias de pareja, ya usada en otros estudios sobre la conflictividad amorosa como los de Beate Ditzen, investigadora del Instituto de Psicología de la Universidad de Zúrich.
 
Ditzen, investigadora y terapeuta, usó un aerosol de esta sustancia durante sus sesiones. Tras pedirles a las parejas que lo inhalaran, asegurando así que llegará al cerebro, la doctora condujo la sesión hacia un tema en el que ambos miembros estaban en completo desacuerdo y que solía acabar en pelea o discusión. Tras comparar los resultados con otras parejas, observó que tanto hombres como mujeres se comunicaban mejor y bajaban sus niveles de cortisol, la hormona ligada al estrés. Además, los hombres aseguraban sentir mucho más intensamente, sonreían más y mantenían mayor contacto visual, comportamientos que resultan esenciales en la resolución pacífica de conflictos. 
 
Según explican Brian D. Earp y sus colegas, la oxitocina, presente en un gran número de especies animales, desde los reptiles hasta los mamíferos, está íntimamente asociada con los comportamientos sociales, sexuales y reproductivos. Reduce la ansiedad y el estrés, aumenta el contacto ocular, la empatía y la comprensión.
“Mejora la atención social, la creación de recuerdos con contenido social. En el contexto de una relación de pareja, estos efectos pueden ayudar a un acercamiento y cooperación, a incrementar el entendimiento mutuo y el autoconocimiento personal en un proceso terapéutico”, asegura el investigador.
 
Otra prueba de su poder se ve en el estudio “Oxytocin modulates social distance between males and females”, de los doctores alemanes Dirk Scheele, Nadine Striepens y Onur Güntürkün, publicado en The Journal of Neuroscience. En su experimento, realizado con el método del grupo control, encontraron que los hombres que estaban en una relación comprometida y bajo los efectos de estas inhalaciones se mantenían a una distancia significativa de una “atractiva investigadora”, durante su primer encuentro personal. Estos mismos sujetos también mostraron un menor interés ante imágenes eróticas de una “mujer bella”.
Estos descubrimientos —se explica en el artículo de Brian D. Earp y sus colegas— sugieren que el uso intranasal de oxitocina podría ayudar a promover la fidelidad hacia la pareja, contribuyendo al mantenimiento de un lazo monógamo”. Pero “hay que aclarar que esta investigación está en un estadio muy precoz y aún falta mucho trabajo para entender la administración química precisa, que haría falta para ayudar a las relaciones, por lo que es mejor no especular”, advierte el investigador.
 
¿Recuperar el éxtasis?
 
Otra sustancia que ya en los años setenta se usaba en Estados Unidos y en Europa en las terapias de pareja, por su facilidad para promover la empatía y ayudarla “a pensar en sus problemas de una forma nueva y productiva”, es el MDMA, la droga de diseño conocida como “éxtasis”. La prohibición de esta sustancia por la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA), a mediados de los ochenta, paralizó los programas de experimentación hasta que el psicólogo español y doctor en farmacología José Carlos Bouso la recuperó a principios de la década del 2000, para tratar el estrés postraumático en víctimas de agresiones sexuales.
 
Bouso asegura que el MDMA fue usado por miles de psicoterapeutas en pacientes con trastornos psicológicos. Se estima que de 1972 a 1985 se administraron medio millón de dosis a unos 200,000 pacientes sin efectos secundarios graves y ninguna muerte.
Vía telefónica, el investigador clínico de drogas como la cocaína y la ayahuasca, detalla que el MDMA “es un entactógeno y un empatógeno, es decir, una sustancia que permite el contacto con el interior, la exploración de experiencias internas sin el miedo que puede acompañarlas, pero además da una facilidad en la comunicación”.
 
A diferencia de los fármacos psiquiátricos habituales, el MDMA permite que los pacientes involucrados en un proceso terapéutico puedan acercarse a su experiencia subjetiva sin tener miedo a sentir emociones dolorosas, e induce sensaciones de autoaceptación y de sensible cercanía hacia los demás. Durante las tres o cuatro horas que dura la dosis, suben los niveles de serotonina, dopamina y oxitocina, además de calmar a la amígdala, centro del miedo, y evita la respuesta habitual (luchar o huir) ante un momento de estrés. Esto facilita tanto la introspección del paciente como la posterior comunicación con su terapeuta, ayudando a la terapia.
 
Aunque el experimento de Bouso fue cancelado, después de que apareciera la noticia de su estudio en los medios informativos, desde entonces una decena de investigaciones médicas han usado el MDMA con fines terapéuticos, principalmente en caso de estrés postraumático crónico.
Según la investigación de la periodista de la revista Slate, Jessica Winter, sobre las terapias ilegales con MDMA en Estados Unidos, “en la alta California un par de viajes es prácticamente un rito de paso en los círculos de personas con educación superior”. La periodista refiere que una terapeuta que solicita el anonimato asegura tener como pacientes “jueces, doctores, profesores, graduados de Stanford y Harvard”, y que hasta un “abogado criminalista” le confesó que la terapia con éxtasis “había salvado su matrimonio”.
 
 
¿Alteraciones neuroéticas?
 
Pero esta idea, el uso de sustancias para crear amor, ¿no plantea un problema ético? ¿Hasta qué punto se pueden alterar las relaciones sin adulterarlas? ¿En todas las relaciones es conveniente recurrir a estos métodos, a la neuromejora del amor?
Paul Amato, profesor estadounidense de sociología y demografía además de coautor del libro Alone Together: How Marriage in America is Changing, apunta que 70% de los matrimonios fracasan y que, desde su perspectiva, estos métodos podrían utilizarse en aquellos casos en los que hay niños de por medio que puedan recibir un daño potencial. Métodos como estos, comenta, ayudarían a que los padres tuvieran más posibilidades de mejorar su situación matrimonial en beneficio de ellos y sus hijos.
 
Es decir, no se sugiere que las personas deberían empezar a tomar drogas para ver si su relación mejora, sino que, como parte de un programa de tratamiento coherente, si “la administración química puede ser más efectiva o exitosa, al menos para ciertas parejas, es algo que vale la pena probar en quienes ya no se sienten enamorados, en aquellos cuyo cerebro ya no produce las mismas sustancias que los hace seguir en una relación”, aclara Brian D. Earp. “Esto es muy diferente de inducir el amor con un completo extraño, algo muy peligroso ya que no se sabe si hay personalidades, valores y metas compatibles y si una relación debe mantenerse con químicos...”, aclara Brian D. Earp.
¿Y en el caso contrario? Es decir, si entendemos cómo alterar químicamente el amor, ¿por qué no usarlo para terminar las relaciones abusivas,  los síndromes de Estocolmo que se dan entre maltratada y maltratador?
 
Hace poco, Brian D. Earp, Wudarczyk y Savulescu junto con Anders Sandberg publicaron su aproximación al tema bajo el título “If I could just stop loving you”. “La idea básica es que cuando el amor es claramente dañino y tiene que acabar, pero los sentimientos impiden a la persona alejarse, el posible uso de una droga antiamor haría que dejara de preocuparse por su abusador y abandonara esa relación violenta”. 
En el texto, teorizan sobre las tres formas principales de ayudar neuroquímicamente a romper una relación: afectar a la lujuria, la atracción o al apego; los tres sistemas universales de amor que según las teorías de Jankowiak y Fisher estructuran, desde un punto de vista biológico, las relaciones sexuales, románticas o para toda la vida.
 
Así, mientras que para la lujuria proponen usar antidepresivos, bloqueadores de los andrógenos o la naltrexona (un opiaceo usado en el tratamiento del alcoholismo); la forma de inhibir las otras dos sensaciones se mueven más dentro de la hipótesis. Los antidepresivos, una medicación que en algunas personas tiene el efecto secundario de anular los sentimientos, serían una opción razonable.
Solo le pasa a algunas personas, pero muestra que teóricamente es posible tomar una droga que desconecte tus emociones”, asegura Brian D. Earp.
Y aunque sea temporal, “si somos capaces de saber qué pasa en estos casos podremos ayudar a esas personas”, subraya.
Desde luego, desde el punto de vista científico y médico, este es un motivo muy loable para plantear su uso. Incluso más fuerte que el de “salvar” una relación. La utilización de fármacos para mejorar el amor a sí mismo y no solo el amor entre parejas tampoco es ya una novedad, sin embargo, sigue siendo un reto.


Por: Carlos Carabaña   Jueves 13 de febrero de 2014

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