Turistas ante el puente de Mostar, en Bosnia Herzegovina. GETTY IMAGES
De los cafés de Sarajevo el emblemático puente de Mostar, una ruta por al corazón de los Balcanes
Todavía suena a territorio en conflicto pero la guerra de Bosnia tuvo lugar en la década de los noventa del siglo pasado, duró dos años y medio y terminó en diciembre de 1995. Dicho esto, la sorpresa es encontrarse con un país balcánico en estado puro, una tierra de áspera belleza que conserva cicatrices de la guerra civil, pero que hoy ofrece una interesante mezcla de culturas y una espontánea hospitalidad a sus visitantes, que todavía no son muchos. Por eso hay que ir cuanto antes.
Los bosnios suelen describir su país como una “tierra con forma de corazón”. A lo largo de los siglos, este abrupto territorio, en el centro de los Balcanes, ha sido escenario de una intensa fusión de pueblos, tradiciones y culturas, lo que se contradice con el conflicto étnico de la década de 1990. Los principales reclamos del país son los cascos antiguos de Sarajevo y Mostar, donde los edificios históricos restaurados sirven de contrapunto a sus elegantes bares y cafés. En el resto del país, los espantos arquitectónicos del período socialista son como borrones en un paisaje principalmente rural. Muchas pequeñas localidades bosnias se despliegan en torno a castillos medievales, rodeadas por macizos montañosos o cañones con cascadas. Y para completar el panorama, hay pocos lugares de Europa que ofrezcan mejores condiciones para el rafting o para esquiar en sitios accesibles gastando poco.
1. Casco antiguo de Mostar: la ciudad del puente
La historia reciente de Mostar no es demasiado alegre: su famoso puente otomano, el emblema de la ciudad, fue destruido por los croatas durante la guerra de los Balcanes. Otra de las cicatrices de aquellos años está en sus cementerios musulmanes, con multitud de lápidas fechadas en 1993, año en el que Mostar fue sitiada y bombardeada por la autoproclamada República Croata de Herzeg-Bosnia. Además, casi la mitad de los edificios está en ruinas, como si la guerra hubiese terminado hace unas horas.
Pero a Mostar se acude ahora a descubrir la ciudad vieja y admirar el Stari Most, el puente más famoso de la región blacánica, un majestuoso arco de piedra entre torres medievales, magníficamente reconstruido y convertido, nuevamente, en monumento a la identidad cultural y étnica de los bosnios. Al ponerse el sol, las luces de numerosos restaurantes parpadean al otro lado de los riachuelos. El “callejón dorado” de Kujundžiluk es un animado rastro. Y para ver la herencia otomana, se puede visitar la casa Muslibegovica, una de las construcciones mejor conservadas de la zona y convertida en museo local.
Vale la pena quedarse algún día más para atreverse con un descenso de rafting, admirar a los jóvenes que se lanzan desde el puente a las verdes e impetuosas aguas del Neretva, o disfrutar de otros atractivos circundantes. Mostar es un buen punto de partida para una excursión de un día a las cataratas de Kravices, el santuario de Medugorje, al que acuden miles de peregrinos, o al pueblo-fortaleza de Blagaj, con su hermosa laguna azul.
2. Sarajevo, con aires orientales
La joya de Bosnia Herzegovina es Sarajevo, la capital, una ciudad que tuvo un importante papel en la historia europea y que hace años recuperó la normalidad, para deleitar al visitante nuevamente con sus elegantes cafés y su animada vida nocturna. Lo mejor es deambular por sus callejuelas, y acercarse a Baščaršija, el antiguo y bullicioso barrio turco, un laberinto de patios y calles peatonales con pavimento de mármol llenas de mezquitas, artesanos del cobre, joyerías y restaurantes.
En la Stari Grad, la ciudad antigua, uno se siente casi como en oriente, entre sus bares y cafés donde se puede fumar shisha, comer el famoso cevapi bosnio (acompañado de yogur) o una típica baklava otomana con un café, también a la turca.
A orillas del río y en las avenidas Ferhadija y Maršala Tita abunda la arquitectura austrohúngara. Y como prueba de la tolerancia religiosa de Sarajevo, en un par de manzanas se encontrarán varias mezquitas, una sinagoga, la catedral ortodoxa de 1872 y la catedral católica. La mezquita de Gazi Husrev-bey es la más antigua de Bosnia y también la más importante del país para la comunidad musulmana. Antes de marchar, de casi imprescindible visita (e irrenunciable foto) es el puente Latino, donde el archiduque Francisco Fernando fue asesinado, atentado considerado históricamente como uno de los desencadenantes de la Primera Guerra Mundial.
3. La casa de los derviches
Blagaj es uno de los rincones mágicos de Bosnia. Está a solo tres kilómetros del aeropuerto de Mostar y representa la primera época otomana del país. Su atracción estelar es la Tekija (Casa de los Derviches), una construcción de entramado de madera que se alza tambaleante donde las aguas verdiazules del río Buna brotan con ímpetu de una cueva horadada en un paredón. En la planta alta, las tumbas de dos derviches tayikos del siglo XV atraen a los peregrinos. Las mejores vistas se obtienen desde un sendero al otro lado del río.
Lo mejor de Blagaj es disfrutar del agua, el sol y el cielo porque este rincón cuenta curiosamente con un extraordinario número de días de sol al año y por ello es también un paraíso para la observación de aves, entre ellas algunas especies en peligro de extinción. También es una zona perfecta para la pesca en el río Neretva. Por último, el monasterio de Blagaj sigue siendo uno de los grandes monumentos culturales del país, ubicado en un entorno natural fabuloso.
4. En la islámca Počitelj
El pueblo otomano de Počitelj es uno de los conjuntos arquitectónicos más perfectos del país, declarado patrimonio mundial. Asentado en un anfiteatro rocoso, forma un dédalo de escaleras que trepan entre destartaladas casas con techo de piedra y granados. Está a solo 30 kilómetros de Mostar y es parada obligatoria para todos los que vayan hacia esta ciudad desde la croata Dubrovnik.
Lo más destacado son las construcciones islámicas del siglo XVI, como las escuelas, la mezquita, los baños turcos o la fortaleza. La mezquita de Hadži Alijna (1563) ha sido restaurada tras su destrucción en la década de 1990, y la torre del reloj (Sahat Kula), de 16 metros de altura, continúa sin reloj, como desde 1917. El edificio más representativo es la octagonal torre Gavrakapetan, que se alza en el fuerte parcialmente en ruinas. Casi todo se mantuvo intacto hasta la guerra de los Balcanes, que destruyó buena parte del patrimonio, ahora restaurado en buena parte. Para obtener las mejores vistas del conjunto, hay que ascender a los bastiones más altos de las murallas.
5. El puente sobre el Drina
El puente Mehmet Paša Sokolović, en Visegrado, inspiró la obra más conocida de Ivo Andric (1892-1975), el escritor más conocido de Bosnia, Ivo Andrić, premio Nobel de Literatura en 1961. En su ya clásica novela El puente sobre el Drina narra 350 años de historia bosnia a través de los ojos de las sencillas gentes de Visegrado. Con 10 arcos y declarado patrimonio mundial, fue construido en 1571.
El pueblo se ubica entre impresionantes cañones. Actualmente parece un lugar tranquilo pero ha tenido una agitada historia, hasta hace bien poco, desde tiempos de los otomanos. Pero el puente sigue siendo su eje principal desde que el gran arquitecto del imperio otomano, Sinan, se ocupó de su diseño. Los habitantes de la ciudad lo cruzan como si fuera su calle mayor, se sientan en sus bancos de piedra o se asoman al río. Es el eje de la vida pública y es lógico que Andric se inspirara en él para hablar de esta ciudad, y probablemente fue aquí, junto al río, donde escuchaba viejas historias que le sirvieron de inspiración.
En Visegrado se está construyendo Andrićgrad, un minicasco antiguo que es una fantasía histórica y un museo cultural en honor de su escritor más famoso. Cada edificio tiene un estilo diferente (neobizantino, neoclásico, contemporáneo...) y dentro hay un poco de todo: academia de Bellas Artes, el ayuntamiento, residencia de estudiantes, hotel, salas de conciertos, comercios, cafés, terrazas… e incluso hay una calle dedicada a Goya, uno de los pintores que más admiraba Ivo Andric.
6. ‘Rafting’ en el valle del Una
Al margen de las ciudades, Bosnia es un destino para disfrutar de sus paisajes, todavía por descubrir por los turistas europeos. Por ejemplo, descendiendo alguna de las exuberantes gargantas al noroeste de Bihać, donde aguas tan calmadas como un espejo se convierten, en otros tramos, en torrentosos rápidos que se abren formando un ancho abanico.
Preciosos restaurantes ocupan molinos en Bosanska Krupa y cerca de Otoka Bosanska. Al suroeste de Bihać hay una sucesión de cascadas en Martin Brod, mientras que los saltos de agua más espectaculares están en Štrbački Buk. Son la principal atracción del parque nacional del Una, el de más reciente creación en Europa y uno de los tres del país balcánico. Con una enorme biodiversidad, esta reserva atesora también un rico patrimonio arqueológico: desde restos prehistóricos hasta tesoros como una fortaleza romana y diversos enclaves medievales, como Ostrovica.
7. Esquíar en los Alpes Dináricos
A menos de 30 kilómetros desde Sarajevo, se puede esquiar en la pistas que acogieron los Juegos Olímpicos de 1984 en Jahorina o Bjelašnica, en los Alpes Dináricos, o explorar las agrestes tierras altas que se extienden tras ellas. La estación de Jahorina posee con diferencia la mayor variedad de hoteles, todos a menos de 300 metros de alguno de los siete remontes principales. Por su parte, dos atractivos de la de Bjelašnica son el esquí nocturno y la posibilidad de visitar en verano los mágicos pueblos de sus cercanías. Son estaciones baratas y bastante buenas, por lo que se están convirtiendo en un destino cada vez más demandado por los esquiadores centroeuropeos.
8. Viaje a la Edad Media en Trebinje
A solo unos 10 kilómetros de mar Adriático, y a unos 25 de Dubrovnik, es un mundo completamente al margen de las corrientes turísticas. Esta pequeña ciudad medieval es otra de las joyas del país bosnio, a la que muchos acuden para comer y beber, y para callejear por su amurallado y bonito casco antiguo, (Stari Grad), trufado de cafés sin pretensiones que permiten conocer a los amables lugareños y oír su propia versión sobre la historia reciente.
https://elviajero.elpais.com/elviajero/2018/04/04/actualidad/1522845418_784875.html
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