Tesoros ocultos y ciudades perdidas más allá de Machu Picchu y Tutankamón
1. Las momias reales de Deir el-Bahari (Egipto)
Un tórrido día de julio de 1881, un ladrón de tumbas llamado Mohammed Abdel Rasul condujo al egiptólogo berlinés Émile Charles Adalbert Brugsch (1842-1930) hasta el acantilado que domina el templo funerario de la reina Hatshepsut en Deir el-Bahari, cerca de Luxor. Tras una difícil ascensión de unos 60 metros llegaron hasta una fisura que hay en la pared de roca: cuidadosamente disimulada con arena y piedras, apareció la entrada de un pozo que se hunde en la montaña. Allí, a 11 metros de profundidad, se amontonaban los féretros con los nombres grabados de 11 faraones del Imperio Nuevo (dinastías XVIII y XIX), personajes como Tutmosis III, Seti I, Amosis el Libertador o el gran Ramsés II. “Vi tal número de ataúdes que sentí que las piernas me temblaban”, escribiría después Brugsch, quien actuaba como sustituto de su jefe Gaston Maspero, que se hallaba en París, tras la pesquisa de los Abdel Rasul, conocidos expoliadores del pueblo de Qena. Los ladrones habían confesado y era necesario actuar con rapidez para impedir que los tesoros del escondrijo se desvanecieran. ¿Qué hacían allí aquellas momias, fuera de sus tumbas originales en el Valle de los Reyes? Piadosos sacerdotes tebanos los habrían ocultado en aquel lugar tras los saqueos de tumbas ocurridos a finales del Imperio Nuevo. El escondite fue hallado casualmente por los Rasul, que guardaron durante años el secreto del hallazgo trapicheando con piezas del ajuar de las momias (que hoy se exhiben en una sala especial del Museo Egipcio en El Cairo) hasta que fueron descubiertos.
2. Calakmul (México)
Durante casi 12 siglos, Calakmul, en el Estado mexicano de Campeche (Yucatán), fue el mayor centro de poder del mundo maya, capital del reino de la Cabeza de Serpiente y rival de Tikal. Sus imponentes estructuras piramidales —uno de los últimos descubrimientos de la arqueología mesoamericana— asoman sobre la tupida vegetación de la selva, más de 720.000 hectáreas de bosque tropical declaradas patrimonio mundial.
3. Tell el-Amarna (Egipto)
Hace ya más de un siglo que la bella Nefertiti, “señora de la dulzura”, esposa del faraón hereje Amenofis IV (1353-1336 a.C.), que cambió su nombre por el de Akenatón, llegó a Berlín. Su célebre busto, convertido en canon de belleza, fue hallado entre las ruinas del taller del escultor Tutmose en el curso de las excavaciones en Tell el-Amarna que dirigía el egiptólogo alemán Ludwig Borchardt; hoy reina altiva desde su pedestal en las salas de arte egipcio del Neues Museum, remodelado por el arquitecto británico David Chipperfield.
4. Petroglifos de Twyfelfontein (Namibia)
Las areniscas rojas del valle de Twyfelfontein, en la región de Kunene, al noroeste de Namibia, albergan una de las mayores concentraciones de petroglifos de África. Descubierto en 1921 por el topógrafo alemán Reinhard Maack, el lugar fue reconocido en 2007 como patrimonio mundial y se compone de 15 localizaciones con más de 2.500 grabados de animales y figuras esquemáticas que sirvieron para ritos chamánicos. La mayoría de ellos se hallan en buen estado de conservación, y representan rinocerontes, leones, elefantes, avestruces y jirafas; también hay varios abrigos con pinturas de ocre rojo con figuras humanas. El conjunto documenta las prácticas rituales de las poblaciones de cazadores-recolectores en esta región del África meridional desde hace más de 5.000 años.
5. Poblado de Skara Brae (Islas Orcadas, Escocia)
En 1850, una tormenta sacó a la luz el poblado neolítico de Skara Brae, enterrado durante siglos bajo las dunas de una bahía de arena a 13 kilómetros de Stromness, en Mainland, la isla más grande de las Orcadas, al norte de Escocia. Anterior a la Gran Pirámide y a Stonehenge, Skara Brae fue ocupada entre el 3100 y el 2500 a.C. Declarado patrimonio mundial por la Unesco, el yacimiento está tan bien conservado que parece que sus habitantes acabaran de abandonarlo.
6. Sigiriya (Sri Lanka)
En Sri Lanka, la Serendip de las fábulas orientales, abundan las cosas maravillosas e inesperadas. Lugares como Sigiriya, gigantesca peña de paredes verticales donde el rey parricida Kasyana construyó en el siglo V, a 200 metros de altura, su inexpugnable ciudadela cortesana. Sigiriya (Roca del León) recibe su nombre por las enormes garras de león que marcan el lugar de la puerta de acceso al antiguo palacio, con galerías que adornan pinturas al fresco de bellas apsaras: las ninfas celestiales de la mitología hindú, bailarinas en la corte del dios Indra. El entorno, con fosos cubiertos de nenúfares, jardines acuáticos y tranquilos altares, no hace sino acrecentar su misterio.
7. Great Zimbabwe (Zimbabue)
Cegado por sus prejuicios culturales y raciales, el explorador alemán Karl Mauch (1837-1875) —“un individuo oscuro, intratable y difícil, obsesionado por realizar grandes descubrimientos”— se negó a reconocer que las monumentales ruinas de Great Zimbabwe, la fabulosa ciudad de piedra y oro descubierta en 1531 en el África subsahariana por el navegante portugués Vicente Pegado, fueran obra de negros, y creyó ver en ellas los restos del mítico palacio edificado por el rey Salomón para la reina de Saba. En realidad fue construida allá por el siglo XII por gentes de etnia bantú: Great Zimbabwe fue la capital de un gran reino subsahariano que se extendía por el este de Zimbabue y los actuales Botsuana, Mozambique y Sudáfrica. Reconocida como patrimonio mundial por la Unesco, se calcula que en su momento de mayor esplendor, entre 1100 y 1450, pudo acoger hasta 18.000 habitantes.
8. Herculano (Italia)
La antigua ciudad de Herculano, mucho más pequeña que la vecina Pompeya y destruida el mismo día —el 24 de agosto del año 79— por la erupción del Vesubio, estaba rodeada por unas frágiles murallas al pie del volcán, en una colina que se precipitaba a pico sobre el mar. Se calcula que en el momento de su destrucción tenía unos 4.000 habitantes que disponían de un teatro, basílica, acueducto, foro, termas y una red de fuentes públicas. Las excavaciones de Herculano comenzaron en 1738. El flujo piroclástico que la cubrió carbonizó la materia orgánica, pero conservó tanto las estructuras como los cuerpos humanos, algunos encontrados cerca de la costa, sorprendidos por la muerte mientras esperaban su rescate en un barco que nunca llegó. Pero lo más interesante son los cientos de pergaminos encontrados en la Villa de los Papiros, los textos de la única biblioteca de la Antigüedad que se conservan.
9. Troya (Turquía)
“Entre las ciudades que los mortales habitan bajo el sol y el cielo estrellado, la sagrada Ilión es la que prefiero, con Príamo y el pueblo de Príamo, de sólidas lanzas”, declara Zeus en la Ilíada. La leyenda cuenta que cuando el millonario y políglota alemán Heinrich Schielmann contaba siete años, su padre le regaló un ejemplar del libro y desde entonces aquel niño tuvo perfectamente claro que su destino en este mundo iba a ser encontrar las ruinas de Troya: estaba convencido de que la Ilión de las leyendas homéricas no podía ser un mito. Tardó más de 40 años en dar con ella en la punta noroccidental de la península de Anatolia, pero al final lo consiguió: para ser exactos, restos no de una, sino de hasta nueve ruinas de ciudades identificadas como Ilión o Troya, destruidas y reedificadas entre el año 3000 y el año 1000 antes de Cristo. A Schliemann se le reprocha que fue un arqueólogo diletante y, al parecer, algo tramposo: siempre ninguneó al británico Frank Calvert, que se le había adelantado en la búsqueda pero tuvo que abandonar por falta de dinero.
10. Otzi (Italia)
En septiembre de 1991 una pareja de excursionistas descubrió en un terreno glaciar del macizo de Ötztal, en los Alpes italianos, el cuerpo de un varón momificado que vivió hace 5.300 años, a finales del neolítico. Ötzi, como fue bautizado el hombre del hielo, portaba un arco de madera de tejo, varias flechas con punta de sílex, un gorro de piel de oso y otros utensilios, entre ellos un hacha de cobre con empuñadura de madera de tilo, su objeto más valioso. Analizando las proporciones de isótopos del metal, un equipo de investigadores la Universidad de Padua realizó un hallazgo sorprendente: el hacha de cobre de Ötzi provenía de la región de Toscana, a centenares de kilómetros de allí. Se abría así un mundo de intercambios comerciales y de viajes en un periodo de la prehistoria —el neolítico— que siempre se había asociado al sedentarismo, cuando los humanos dejamos de ser cazadores y recolectores nómadas para convertirnos en agricultores y ganaderos.
16/04/2018
https://elpais.com/elpais/2018/04/16/viajero_astuto/1523831371_695019.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.