Los emperadores japoneses han ido perdiendo paulatinamente su halo divino para convertirse en monarcas terrenales
El 15 de agosto de 1945 los japoneses escucharon por primera vez la voz de un emperador. En un lenguaje palaciego poco inteligible para el pueblo, Hirohito anunciaba por radio la rendición de Japón y ponía fin a la Segunda Guerra Mundial. Pero, a la vez, se despojaba del halo de divinidad que durante más de 1.500 años había rodeado a los monarcas nipones. El suceso causó tal conmoción que muchos soldados japoneses, incapaces de aceptar la mundanidad del soberano, siguieron luchando en una guerra acabada. Algunos hasta décadas después.
Su hijo y sucesor, Akihito, se esforzó durante sus treinta años de mandato por situar al Trono del Cristantemo “a la altura del hombre”. Fue el primer emperador japonés en casarse con una plebeya –la emperatriz Michiko– y juntos rompieron la tradición de dejar la crianza de sus tres hijos a cargo del personal de la corte. Salió de los muros de palacio para pisar las calles y hablar con su pueblo –especialmente en los momentos más difíciles– y no tuvo reparos en expresar un “profundo arrepentimiento” por las acciones de Japón durante la Segunda Guerra Mundial (cometidas durante el reinado de su padre).
Llegado el momento, hace dos años, reconoció que él también era vulnerable al paso del tiempo y que temía que el deterioro de su salud le impidiera realizar satisfactoriamente sus labores de jefe de Estado. El descendente de la diosa del sol Amaterasu envejecía como cualquier mortal y necesitaba descansar.
Los japoneses escucharon por primera vez la voz de un emperador al anunciar la rendición en 1945
Tan claro lo tenía, que forzó la máquina al anunciar su deseo de abdicar en un discurso televisado para que el Parlamento japonés hiciera una reforma exprés de la Constitución y le permitiera renunciar en favor de su hijo. Será la primera vez en 200 años.
Akihito se convertirá a partir de hoy en emperador emérito, un título sin función alguna. Ni siquiera asistirá al ritual de sucesión de su hijo Naruhito. El nuevo emperador, con el que se acaba la era Heisei (paz) y empieza la era Reiwa (bella armonía), se parece a su padre tanto en aspecto como en estilo, aunque ha agrandado la terrenalidad de la institución al no lograr preservar su intimidad tanto como su predecesor. Si la discreción fue una constante en el reinado de Akihito, los problemas matrimoniales de Naruhito, de 59 años, son conocidos y chismorreados en todo Japón.
Se casó en 1993 con la princesa Masako. La joven plebeya, una brillante diplomática educada en Harvard, decidió casarse con él –tras negarse en dos ocasiones– guiada más por su sentido de la responsabilidad que por romanticismo.
Los problemas matrimoniales de Naruhito son conocidos y chismorreados por todo el país
Su llegada a la corte fue vista como un impulso hacia la modernización de la institución, pero las estrictas normas de la corte nipona y las presiones recibidas durante años para que engendrara a un hijo varón (algo que nunca ocurrió) mellaron su salud hasta hacerla caer en una depresión profunda de la que sufre severas recaídas. Durante años desapareció de la vida pública. Ser la consorte del emperador se cobra un alto precio. Su suegra, Michiko, también sufrió la misma enfermedad.
Sólo han tenido una hija, la princesa Aiko, de 17 años, pero su condición de mujer le impide suceder a su padre en el trono. Sólo una reforma constitucional podría convertirla en emperatriz, pero no parece que eso vaya a ocurrir en un futuro cercano.
La línea sucesoria, por tanto, seguirá en el hermano menor de Naruhito, el príncipe Akishino, y posteriormente en su hijo Hisahito, que ahora tiene 12 años y es el único nieto varón de Akihito. Su nacimiento “providencial” logró en su día congelar la cuestión de la necesidad de reformar la constitución para permitir el acceso de las mujeres al trono. La comisión creada en el 2006 por el reformista Junichiro Koizumi para tratar el asunto quedó en suspenso tras su alumbramiento, dividiendo a la familia real en dos. Hasta en eso se parecen a los mortales.
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