Los símbolosde la era Reiwa, que significa “hermosa armonía” (Tomohiro Ohsumi / Getty)
El bajo nivel de desempleo y el aumento de las exportaciones son los primeros brotes verdes que ve la estancada economía japonesa
Corría enero de 1989 cuando, tras la muerte de su padre, el emperador Akihito ascendió al Trono del Crisantemo, dando inicio a una era Heisei que arrancaba por todo lo alto. Por aquel entonces, los bolsillos bien surtidos de los inversores japoneses protagonizaban sonadas adquisiciones: desde cuadros de Van Goghhasta edificios como el neoyorquino Rockefeller Center o la productora Columbia Pictures. El índice Nikkei rozaba los 39.000 puntos.
En plena burbuja inmobiliaria, se decía que los terrenos del palacio Imperial de Tokio valían más que toda California. Y no faltaba quien aventurara que la economía nipona rebasaría pronto a la estadounidense.
No pasó mucho tiempo antes de que el nuevo emperador asistiera a una gran crisis
Eran tiempos de mucho trabajo y grandes éxitos, sí, pero también de sonados excesos. En el exclusivo barrio de Ginza, los locales nocturnos en los que se cerraban negocios “brotaban como flores en primavera”, cuenta a este diario Alfonso Martín, director general de la importadora Union Licors. Aunque él no lo vivió en primera persona, recuerda que por entonces se vendían grandes vinos de Burdeos y Borgoña, así como botellas exclusivas de champán, whisky o coñac. “Un cliente podía dejarse hasta 18.000 euros en una sola compra. Había mucho dinero y se gastaba con alegría”, añade.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que el nuevo emperador asistiera a una gran crisis, la primera de la larga lista que marcaría sus tres décadas en el trono. Fue en los inicios de los años noventa, cuando el aumento de los tipos de interés provocó que el precio del suelo se derrumbara. La bolsa también se desplomó, haciendo que las empresas tuvieran problemas para lograr financiación. Como las entidades bancarias tenían la mayor parte de su capital en acciones y bienes inmobiliarios, cesaron la concesión de préstamos hipotecarios. De pronto, del “milagro japonés” se pasó a la “década perdida”, un periodo de estancamiento prolongado cuyos efectos todavía lastran su desarrollo.
Muchos retos pendientes
“El impacto fue brutal. Dejó de haber cenas de empresa. Cayeron la demanda y las ventas. Los presupuestos se miraban con lupa. Y mis colegas japoneses incluso se preguntaban entre ellos si era seguro tener el dinero en tal o cual banco, algo impensable hace años”, cuenta Jorge Lasheras, líder de Yamaha en España durante más de 20 años y en la actualidad presidente del Círculo Empresarial Japón España.
Tras el batacazo, el gobierno nipón optó por aplicar una política expansiva en materia fiscal y monetaria, impulsando hasta nueve programas de estímulo fiscal en siete años. También fueron disminuyendo los tipos de interés, que a finales de década rondaban valores cercanos a cero, y se inyectó de forma masiva dinero público en el sistema, lo que permitió el mantenimiento de algunas entidades financieras zombis, incapaces de funcionar de manera independiente. Pero ni con esas pudo evitar la recesión, la disminución del crédito o la deflación.
La llegada del nuevo milenio trajo consigo ciertos signos de recuperación, pero crisis externas –como la financiera de Estados Unidos en el 2008– o internas –el terremoto, tsunami y accidente nuclear de Fukushima del 2011– pusieron en serios apuros su economía. Fueron años en los que una China en alza superó a un Japón que quedó relegado al tercer puesto de las mayores economías del planeta.
Para tratar de salir de ese estancamiento, el primer ministro Shinzo Abe impulsó en el 2013 su famoso Abenomics. De su mano, Japón ha inyectado en los últimos seis años casi cinco billones de dólares en su economía para deshacerse de la deflación crónica e impulsar el crecimiento y ha acometido grandes obras de infraestructuras con vistas a los Juegos Olímpicos de Tokio en el 2020, que se espera que sean un revulsivo para el futuro.
Por ahora, se han logrado pequeñas victorias. La depreciación del yen frente al dólar permitió impulsar el potente sector exportador, especialmente de sus grandes empresas. El desempleo es del 2,4%, el más bajo del último cuarto de siglo. Se han impulsado ambiciosas políticas para favorecer la incorporación de la mujer y los inmigrantes al mercado laboral, algo perentorio teniendo en cuenta el acelerado envejecimiento de la población y la acuciante falta de mano de obra. Y el país ha firmado dos importantes tratados de libre comercio, uno con la UE y otro con varias economías asiáticas y americanas (el Tipat por sus siglas).
Sin embargo, todavía quedan muchos retos pendientes. Pese al bombeo incesante de dinero para lograr una tasa de inflación del 2%, ese objetivo se aprecia aún lejano con unos precios que sólo crecen alrededor de un 1%. Los salarios apenas suben, y la confianza de los hogares está en niveles muy bajos. También está pendiente la flexibilización del mercado de trabajo, algo muy impopular dado que puede aumentar el desempleo. Por si fuera poco, para finales de año está prevista una subida del IVA del 8% al 10% que ayude a financiar los cada vez mayores costes de seguridad social y a controlar la deuda pública (sobre un 250% del PIB), aunque es probable que a corto plazo impacte de forma negativa en la evolución del consumo, como ya sucedió en el 2014.
Este es el panorama con el que se ha encontrado el nuevo emperador, Naruhito, que tomó el relevo de su anciano padre el pasado 1 de mayo e inauguró su propia era, llamada Reiwa. Sin más poder que el de ser un símbolo del Estado, este monarca con un perfil más moderno que el de Akihito aspira a que el país mantenga la paz y pueda desarrollarse sin que un golpe, interno o externo, desmonte el frágil equilibrio sobre el que se sustenta.
Para ello, los más optimistas señalan que el país cuenta con una sociedad sin grandes diferencias sociales, poco crimen, buenos sistemas de educación o salud y la esperanza de vida más alta del mundo. Pese a los problemas, muchas empresas han seguido creciendo e innovando, y el país ocupa puestos de liderazgo tecnológico en sectores como el de la automoción, big data, robótica o biotecnología. Además, acogerá grandes acontecimientos como la cumbre del G-20 del próximo mes o los Juegos del 2020, todo un caramelo para un sector turístico que ya vive momentos dulces. Como resumió Lasheras, “la gente no es ilusa, sabe que hay retos y dificultades y que un cambio en el trono no cambia las cosas. Aun así, parece que el cambio de era ha insuflado nuevos ánimos y deseos por mejorar todo lo posible. Esperemos que dure”.
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