Trabajadores en una fábrica de alimentación en África (GCShutter)
Una investigación en cuatro países africanos concluye que China, deslocalizando sus industrias y financiando otras, está propiciando en África lo mismo que sucedió dentro de sus fronteras: la industrialización, lo único capaz de reducir significativamente la pobreza. Como lo fue China en el pasado, pronto será África la fábrica del mundo
Sólo tengo 30 años, pero he sido testigo de una época en que las calles en China tenían atascos de bicicletas y no de coches. Tal ha sido la velocidad de la transformación del país, provocada por el auge de la fábrica china. En el cuarto de siglo transcurrido desde que me subí por primera vez a un coche, China ha pasado de producir un 2% de la producción manufacturera mundial a producir un 25%*.
Durante ese tiempo, el PIB de China se multiplicó por treinta, y fue posible sacar de la pobreza a 750 millones de personas, la cifra más alta jamás alcanzada en un único período de la historia del mundo. China pasó de ser más pobre que Kenia, Lesoto y Nigeria a rivalizar con Estados Unidos por el título de mayor economía mundial.**
Sin embargo, por impresionantes que sean esas cifras, para mí, las verdaderas señales de desarrollo son los pequeños detalles que sólo son capaces de apreciar quienes han tenido que vivir sin ellos. Mis favoritos: Sprite ya no se considera como un capricho extraordinario, sino un refresco cotidiano; la gente hace ahora cola en el aeropuerto y no se empujan ferozmente; los establecimientos disponen de papel higiénico en los aseos; y nadie piensa que subirse a un coche sea algo especial.
Recibir sabiduría de extranjeros que supuestamente saben más es un viejo lugar común que se remonta, como mínimo, a la ideología colonial europea en África y que nunca ha funcionado
Mientras se producían esos cambios, suscitados por el hecho de que China se ha convertido en la actual fábrica del mundo , crecí en los Estados Unidos y luego me fui a vivir a otra parte del mundo. Al salir de la universidad, di clases a alumnos de octavo y noveno curso en una aldea de Namibia, en el suroeste de África.
Durante una reunión de profesores, el director me asignó la tarea de dirigir la tienda de la escuela. Sin tener idea de lo que había que vender ahí, pregunté al final de una de mis clases si alguien quería ir conmigo (en coche) a comprar al mayorista que estaba a una hora de distancia. Un estallido de gritos acompañó un bosque de brazos levantados. Todos querían ir. Unos cuantos alumnos me acompañaron hasta casa, suplicándome que los llevara. Me pareció una situación divertida y familiar. Conocía ese anhelo por subir a un coche, y la novedad de hacerlo.
Los coches (y el Sprite o el papel higiénico) quizá parezcan formas muy materialistas de definir el desarrollo, pero quienes tienen acceso a ellas suele olvidar lo mucho que marcan la modernidad para quienes no las tienen. A los estadounidenses y los europeos no les parecerá gran cosa subirse a un coche, pero para mí de pequeña en China y para mis estudiantes en Namibia fue una experiencia emocionante.
La aparición en una sociedad de esos bienes materiales anuncia la posibilidad de que las personas puedan adoptar nuevas personalidades, nuevas formas de ser en el mundo: como consumidores y productores en la economía global moderna.
En tanto que profesora voluntaria, fui responsable de cinco clases de matemáticas e inglés en una escuela pública del África rural. Nadie discutirá la bondad inherente de enseñar a niños ni la idea de que una ciudadanía formada resulta esencial para el desarrollo de un país. Ahora bien, tras varios meses de estar realizando mi trabajo, me vi obligada a ser brutalmente honesta conmigo misma: no acertaba a ver conexión alguna entre mi trabajo diario y la posibilidad de que pudieran producirse esas grandes transformaciones.
La mayoría de mis alumnos eran hijos de agricultores de subsistencia, y la gran mayoría de ellos lo seguirían siendo. A veces, me sentía embargada por lo absurdo de lo que estaba haciendo: enseñaba conjugaciones de verbos irregulares ingleses a futuros agricultores de subsistencia que vivían en una árida llanura donde nadie hablaba inglés en la vida diaria.
Pasé un año presenciando cosas que están mal y son injustas en nuestro mundo de hoy (niños que se enfrentan a las peores consecuencias del sida, degradación del medio ambiente, pobreza) y no tenía nada que ofrecer.
La idea de que la educación era la clave para el futuro de aquellos niños me pareció vacía. Fue algo que sentí como sacrílego en aquel momento, pero tuve la impresión de que mi enseñanza reforzaba, en lugar de ampliar, la forma en que África se relaciona con el mundo. Recibir sabiduría de extranjeros que supuestamente saben más es un viejo lugar común que se remonta, como mínimo, a la ideología colonial europea en África y que nunca ha funcionado. ¿Qué más hacía falta para que los países africanos lograran la transformación que había visto producirse en China a lo largo de mi corta vida?
Por extraño que parezca, empecé a ver una nueva realidad a raíz de una cita a ciegas. Un chino al que le compraba habitualmente verduras insistió en invitarme a su casa a cenar para que conociera a un “buen amigo”. Acepté, sobre todo por mantener una buena relación con mi proveedor de verduras.
Su amigo resultó ser un chino hecho a sí mismo; había llegado a Namibia con 17 años y había creado toda una serie de negocios con éxito. Se acercaba a la treintena, era rico y deseaba encontrar una esposa; sin embargo, muy pocas mujeres chinas aceptaban vivir en África. Hizo cuanto pudo por impresionarme con el marisco que había hecho traer en dieciséis horas desde el océano, pero enseguida quedó claro que era analfabeto.
Fábricas chinas en África: ése es el futuro que creará una prosperidad de amplia base para los africanos y un cambio drástico y duradero en los niveles de vida, y llevará a la siguiente fase de crecimiento a una gran fracción de la economía china
Las cosas no se arreglaron cuando él y todos sus amigos exhibieron sus armas durante la cena. La conversación (bulliciosa, regada con litros de cerveza) puso de manifiesto que era igual que tantos otros empresarios chinos en África: un capitalista puro, aparentemente poco preocupado por el bienestar o los derechos de los habitantes locales.
Sin embargo, me sorprendió que ese hombre pudiera estar haciendo más por ayudar a la gente de mi aldea de lo que lograban mis bien intencionados esfuerzos. Yo enseñaba a los niños habilidades que teóricamente eran útiles para una forma de vida que, en realidad, ahí no llevaba nadie.
Él creaba empleos reales con salarios reales. Al hacerlo, y es probable que sin proponérselo, abría a miles de africanos nuevas formas de relacionarse con el mundo: como trabajadores, como clientes, como socios, incluso como adversarios dignos de ser tenidos en cuenta. ¿Quién de los dos estaba logrando un cambio para África?
No se trató de una historia de amor: nunca más volví a ver a aquel hombre, pero la semilla de esa pregunta no me abandonó. Con el tiempo, me llevó a dedicar algunos años a estudiar la inversión china en África, a llamar a las puertas de innumerables fábricas, intentando convencer a reacios empresarios chinos para que me dejaran entrar a las instalaciones y camelándolos para que me confiaran sus historias.
He visitado más de cincuenta fábricas chinas en África y he hablado con numerosos hombres de negocios chinos dedicados a otros sectores africanos, y también con un centenar de trabajadores, empresarios, funcionarios, periodistas y sindicalistas africanos asociados con empresarios chinos y que responden de diversos modos al interés chino en sus países.
En uno de esos viajes de investigación por el este de Nigeria tuve mi momento eureka. Al final de un largo y caluroso día de visita de fábricas, me presenté en la dirección de mi última cita y me encontré en un patio rodeado de edificios pintados de azul y blanco.
El azul de los muros hacía juego con el azul de los grandes camiones industriales estacionados en el patio, y ese azul tenía algo que despertó un recuerdo medio enterrado. Me di cuenta de golpe de que ese azul me resultaba familiar porque no era un azul cualquiera, era azul de la compañía FAW. Estaba en una nueva fábrica de camiones FAW en África.
FAW había recorrido un largo camino desde que me senté por primera vez en uno de sus coches, veinticinco años antes. La compañía había vendido 18 millones de coches en setenta países y empleaba a 120.000 personas.3 Ese tímido retoño de la planificación sino-soviética, salvado por la inversión alemana, se había hecho mayor y se dedicaba a construir fábricas en África.
África alberga ocho de las diez economías con el crecimiento estimado más rápido del mundo durante la próxima década
Fábricas chinas en África: ése es el futuro que creará una prosperidad de amplia base para los africanos y llevará a la siguiente fase de crecimiento mundial a una gran fracción de la economía china. Eso es lo que hará que África se enriquezca y logre un cambio drástico y duradero en los niveles de vida. Hay que decirlo claro: África no se define hoy en día por la pobreza, se caracteriza por la promesa y el optimismo; el continente alberga ocho de las diez economías con el crecimiento estimado más rápido del mundo durante la próxima década.****
Pero del mismo modo que es un error adjudicar a África el manido estereotipo de una miseria extrema e incorregible, también resulta problemático pasar por alto el hecho de que en ese continente todavía viven más de 500 millones de las personas más pobres del mundo.
Durante el último medio siglo, África ha sido el campo de pruebas privilegiado de múltiples oleadas de ideas occidentales sobre cómo luchar contra la pobreza. No cabe duda de que los programas de desarrollo occidentales que ayudan con cosas como la educación de los niños son importantes por otras razones, pero no crearán 100 millones de empleos ni sacarán de la pobreza a 500 millones de personas. Si nos tomamos en serio elevar el nivel de vida en esa enorme región, es hora de probar algo nuevo. Ese algo nuevo ya ha comenzado a trasladarse a África: las fábricas.
Las fábricas son el puente que conecta China, la actual fábrica del mundo, con África, la próxima fábrica del mundo. En los últimos quince años, las fábricas chinas han sido expulsadas de China por el aumento de los costes, y muchas de ellas han acabado en África. Las empresas chinas sólo hicieron dos inversiones en África en el 2000; hoy hacen centenares todos los años.*****
Recientemente dirigí un proyecto de investigación a gran escala sobre la inversión china en África con la consultora de gestión global McKinsey; nuestro trabajo de campo en ocho países africanos descubrió más de mil quinientas empresas chinas dedicadas a la manufactura.****** Algunas de esas compañías se sienten atraídas por el rápido crecimiento de los mercados internos de países como Nigeria, cuya población superará la de Estados Unidos en el 2050.
África ha sido el campo de pruebas privilegiado de múltiples oleadas de ideas occidentales sobre cómo luchar contra pobreza
En el mercado entran fabricantes de automóviles, productores de materiales de construcción y fabricantes de bienes de consumo, todos ellos en busca de su parte en esa oportunidad. Otras empresas chinas tienen un modelo de negocio diferente: aprovechan los costes laborales comparativamente bajos de África para producir bienes destinados a la exportación a los mercados desarrollados. En Lesoto, las fábricas de ropa chinas fabrican pantalones de yoga para Kohl’s, vaqueros para Levi’s y ropa deportiva para Reebok. Casi toda la producción de Lesoto se transporta en camiones hasta los buques portacontenedores que zarpan con destino a los consumidores estadounidenses.
Ese movimiento de fábricas resulta importante, porque cuando llegan en masa las fábricas, la prosperidad no tarda en aparecer después. Desde Gran Bretaña en los inicios de la revolución industrial en el siglo XVIII, pasando por Estados Unidos en el siglo XIX, hasta Japón y otros países asiáticos en el siglo XX, las fábricas han reestructurado economías enteras y las han conducido hacia un nuevo y duradero nivel de riqueza.
La razón es que la manufactura, a diferencia de la agricultura y los servicios, emplea mano de obra masiva en formas muy productivas que participan en la economía global. Y también que, a nivel individual, la industrialización permite a los agricultores de subsistencia atrapados en sistemas de intercambio muy locales transformarse en consumidores y productores en la economía global. Por medio de la industrialización China ha pasado de ser un país pobre y atrasado a erigirse en una de las mayores economías del mundo en menos de tres décadas. Convirtiéndose en la próxima fábrica del mundo, África puede hacer lo mismo.
Por medio de la industrialización China ha pasado de ser un país pobre a ser una de las mayores economías del mundo; África puede hacer lo mismo
Hay que ser claros, el auge de la fabricación no es una historia del todo feliz. Visto de cerca, a menudo es fea. Algunos de los directivos chinos que he conocido en África son realmente desagradables. Muchos son racistas, y muchos no dudarían en pagar sobornos. No son pocos los que escupen en público, se exceden con la bebida y frecuentan prostitutas. Y sus acciones tienen consecuencias: los sobornos afectan al buen funcionamiento de los gobiernos locales, las prácticas medioambientales de las fábricas tienen efectos sobre la calidad del aire y el agua en África y el trato otorgado a los empleados determina no sólo sus salarios, sino también, en algunos casos, si viven o mueren en el trabajo.
La propia China –con sus escándalos de corrupción y su aire denso y contaminado– ofrece ejemplos inquietantes de las consecuencias sociales y ambientales de una expansión económica desenfrenada. La industrialización desencadena fuerzas nuevas y poderosas, susceptibles tanto de hacer el bien como el mal, y esas fuerzas ya son evidentes hoy en día en África.
Aunque la industrialización en África tendrá sin duda un lado oscuro, otra certeza es que el continente experimentará la industrialización de modo diferente a China. Los países y las sociedades africanas no se parecen a China, ni económica, ni política ni socialmente.
Aunque las fábricas llevan a un conjunto de cambios predecibles cuando se establecen en cualquier lugar nuevo (desde el aumento de los ingresos hasta los escándalos laborales), la forma, la secuencia y el sabor de esos cambios varían considerablemente.
En Nigeria, el curso de la industrialización está marcado por los artículos de una prensa libre; en Lesoto, por un fuerte movimiento sindical; en Kenia, por las lealtades tribales y étnicas: todo ello está en gran medida ausente en China.
En realidad, en el encuentro entre inversores chinos y toda una serie de agentes africanos locales (trabajadores, proveedores, distribuidores, gobiernos, medios de comunicación) se inventarán nuevos tipos de organizaciones, asociaciones y estructuras de poder.
El auge de la fabricación no es una historia del todo feliz. Algunos de los directivos chinos que he conocido en África son racistas, pagan sobornos, no se preocupan por el impacto medioambiental de sus empresas o tratan mala sus empleados
Por medio de ese proceso, África no sólo tiene la oportunidad de repetir el tipo de industrialización que se ha producido hasta ahora, sino también de mejorarlo; en la medida en que sea capaz de eliminar las tensiones aparentemente inevitables entre desarrollo y democracia, crecimiento económico y salud ambiental, podría lograr que al menos fueran menos severas. El tema puede ser viejo, pero la historia será nueva.
Con una estructura en dos partes, The Next Factory of the World analiza cuatro países en particular: Nigeria, Lesoto, Kenia y Etiopía. Las historias de esos cuatro países tan diferentes permiten entender la enorme diversidad africana sin perder de vista las características específicas. Nigeria es un gigante en todos los sentidos: posee la mayor población y la mayor economía del continente. La mejor descripción del país quizá sea la del nigeriano Chinua Achebe: “muy multiétnico, multilingüe, multirreligioso, algo caótico”.*******
El petróleo domina la economía nigeriana, pero el irrefrenable espíritu emprendedor se aprecia en todas partes y en todos, desde los vendedores ambulantes que se materializan como por ensalmo en cualquier atasco hasta Aliko Dangote, originario de Nigeria, el hombre más rico de África. La capacidad de respuesta a las necesidades de los consumidores es el factor clave para las fábricas chinas en Nigeria, ya que los empresarios chinos apuntan a puntos de precios cada vez más bajos para acceder a los mercados masivos.
A unos 7.000 kilómetros de distancia, encajonado en las tierras altas de África meridional, el pequeño Lesoto es casi el polo opuesto de Nigeria en todos los sentidos. Sin salida al mar y completamente rodeado por un vecino mucho más grande, Sudáfrica, tiene pocos recursos naturales y una población de sólo dos millones de habitantes. Con esos escasos recursos, debe enfrentarse a la tercera tasa más alta de infección por sida en el mundo.********
Aunque incluso ahí las fábricas chinas han encontrado un nicho debido a la posición favorable de Lesoto aprovechando la política comercial estadounidense. La consecuencia es que el país se ha convertido en un eslabón de la cadena mundial de suministro que produce camisetas y pantalones de yoga omnipresentes en Estados Unidos.
Sin nada que ver con Nigeria y Lesoto, Kenia es la principal economía de África oriental y presume de tener un sello propio en iniciativa empresarial e innovación. Aunque el desempleo juvenil es preocupante y los temores sobre seguridad en relación con la vecina Somalia no se alejan, el PIB de Kenia ha crecido de modo constante en los últimos cinco años a un sólido ritmo de un 5-6% anual; y su floreciente sector tecnológico le ha valido a Nairobi el apodo de Silicon Savannah (sabana del silicio). Ahí, no son pocas las empresas chinas que también están intentando innovar, introduciendo nuevas tecnologías en el mercado keniano y experimentando nuevas asociaciones con el gobierno local.
Etiopía se encuentra hoy en una transición parcial hacia una economía de mercado, con estrictos controles de capital y monopolios estatales sobre muchos sectores que recuerdan muchísimo a China
Por último, al norte de Kenia, en el Cuerno de África, se encuentra la orgullosa Etiopía, el único país africano que no ha sido nunca colonizado por una potencia europea. Sin embargo, sus 100 millones de habitantes se han dedicado en los últimos veinticinco años a la reconstrucción del país tras unos convulsos años de hambrunas y terror rojo infligida por una brutal dictadura marxista a partir de 1974.
Etiopía se encuentra hoy en una transición parcial hacia una economía de mercado, con estrictos controles de capital y monopolios estatales sobre muchos sectores que recuerdan muchísimo a China. No es de extrañar que las empresas chinas se sientan ahí a gusto, construyendo zonas económicas especiales e invirtiendo en sectores considerados prioritarios por el Gobierno etíope.
Tomados en conjunto, esos cuatro países no constituyen en modo alguno una imagen representativa de África, pero sí dan una idea por medio de varias dimensiones importantes: países grandes, medianos y pequeños; África oriental, occidental y meridional; economías ricas en recursos, pobres en recursos y en algún punto intermedio. A pesar de esos diferentes contextos, hay algo que comparten: en ellos echan raíces las fábricas chinas. Debemos prestar atención.
*. El porcentaje de la producción manufacturera mundial correspondiente al 2014 está extraído de Mark Levinson, “U.S. Manufacturing in International Perspective”, Congressional Research Service Report, 26 abril 2016, https://fas.org/sgp/crs/misc/R42135.pdf. El PIB de China fue de 358,97 billones de dólares en 1990 y ascendió hasta 10,87 cuatrillones de dólares en el 2015 (World Bank, “GDP [current US$]”, http://data.worldbank.org/indicator/NY.GDP.MKTP.CD?end=2015&name_desc=false&start=1990. **. Las cifras per cápita son del Banco Mundial, “GDP per capita (current US$)”, http://data.worldbank.org/indicator/NY.GDP.PCAP .CD?end=2015&name_desc=false&start=1990. En 1990, el PIB per cápita de China era de 316,20 dólares, el de Kenia 365,60, el de Lesoto 340,90, el de Nigeria 321,70 y el de EE.UU. 23.954,50. Hoy, aunque nominalmente EE.UU. sigue teniendo la mayor economía, la de China es mayor en paridad de poder adquisitivo. (Banco Mundial, “GDP ranking, PPP based”, http://data.worldbank.org/data-catalog/GDP-PPP-based-table).
***. Perfil de la compañía, procedente del sitio web de FAW, www.faw.com/aboutFaw/aboutFaw.jsp?pros=Profile.jsp&phight=580&about=Profile.
****. Center for International Development (Universidad Harvard), “Growth Projections based on 2014 Global Trade Data”, The Atlas of Economic Complexity, http://atlas.cid.harvard.edu/rankings/growth-predictions-list/.
*****. Lista de registro del Ministerio de Comercio chino (MOFCOM), datos del 2015.
******. Irene Yuan Sun, Kartik Jayaram y Omid Kassiri, “Dance of the Lions & Dragons: How Are Africa and China Engaging, and How Will the Partnership Evolve?”, McKinsey & Company, junio 2017, www.mckinsey.com/africa-china.
*******. Chinua Achebe, The Education of a British-Protected Child, Knopf, Nueva York, 2009, pág. 39.
********. La tasa de sida de Lesoto procede del CIA World Factbook, estimación del 2014, www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/rankorder/2155rank.html.
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