En el mundo de los negocios, la aversión al riesgo es profunda.(GraphicaArtis/Getty Images) (GraphicaArtis / Getty)
Estrechar la mano es una fórmula rápida de saludo y una manera habitual de cerrar un acuerdo. Antes de que aparezcan los abogados para redactar todo tipo de cláusulas, está la confianza entre las personas, el contacto que puede ser definitivo. Pero desde hace unos días, estrechar la mano también es un riesgo. El riesgo del contagio. Tras la aparición del coronavirus de Wuhán, las autoridades sanitarias mundiales recomiendan que hay que lavarse las manos después de habérsela estrechado a alguien. Sobre todo si ese contacto se produce en un gran espacio público entre grandes concentraciones de gente.
Se conocen todavía pocas cosas del Covid-19 , el virus de Wuhán. Parece más contagioso y menos mortal que el SARS, su pariente cercano. Los científicos tardarán meses en encontrar una vacuna. Pero insisten en que no hay razones para la alarma. Sería, salvando las distancias, menos virulento que la gripe. Pero el miedo se propaga tan o más rápidamente que un virus. Y en el mundo de los negocios la aversión al riesgo es profunda. Ante la incertidumbre, la receta siempre es quedarse quieto.
La cancelación del Mobile World Congress en Barcelona evidencia las fragilidades del nuevo orden global
Es ese miedo difuso y abstracto que avanza veloz a través de las redes, el que ha cancelado el Mobile World Congress de Barcelona. Circulan muchas teorías sobre las razones que habrían llevado a la cancelación del encuentro. Pero la más razonable es la que han difundido sus organizadores. De los 100.000 visitantes previstos, 6.000 procedían de China. La feria era el escenario ideal para la propagación del Covid-19. Un brote del virus habría arruinado la reputación del Mobile y la de Barcelona. Hasta el miércoles, la organización del Congreso estuvo dispuesta a asumir el riesgo. Pero las deserciones de los grandes participantes, para los que cada vez pesaba más la política de imagen que la oportunidad de negocio, acabaron por convencer a la organización de que lo mejor era no jugársela.
Barcelona no ha sido una excepción en esta política preventiva. Cisco ha anulado la jornada anual prevista para marzo en Melbourne; Swatch ha cancelado el “Time to Move” proyectado en Zurich, también en marzo. Sólo el Salón Internacional del Motor de Ginebra, que comienza el 5 de marzo, parece inmune al pánico.
Esas cancelaciones de eventos explican unas cuantas cosas sobre la fragilidad del nuevo orden global, en el que China ha adquirido un papel relevante.
China es la fábrica del mundo, pero hoy las cadenas de montaje se han detenido, las calles están vacías y los trabajadores, en casa
China es la fábrica del mundo. Es cuatro veces mayor y está mucho más integrada en la economía mundial que en 2003, cuando apareció el SARS. Las grandes cadenas globales de suministros, de coches a móviles, están en ese país. Pero ahora las fábricas están cerradas. Las calles vacías. El transporte, restringido. Millones de trabajadores cumplen cuarentena en casa. Cuando más tarde toda esa maquinaria en ponerse de nuevo en marcha, más se resentirá la economía china.
China no solo produce, también consume. Y viaja. Los chinos son uno de los contingentes turísticos más importantes. Pero eso es justamente lo que no van a hacer ahora. Viajar. La odisea del Diamond Princess, el crucero que ha ido de puerto en puerto la última semana con 3.600 personas a bordo, ha tenido un pésimo efecto para el márketing del sector.
Los servicios de estudios de los grandes bancos consideran ya el virus de Wuhán como la peor amenaza para la economía mundial. E incluso aventuran un peligro de recesión para el país asiático, algo inédito en las últimas décadas.
La velocidad con la que ha viajado el miedo obliga a repensar las virtudes de la globalización. Ha aumentado la prosperidad global. Pero también la desigualdad. Ha abaratado algunos productos y ha facilitado la circulación de ideas y conceptos. Pero también acelera la expansión de las enfermedades. En los primeros tiempos históricos, las enfermedades infecciosas aparecían en poblaciones aisladas y, con suerte, se quedaban allí. Siglos después, la llegada de los grandes movimientos de población trajo enfermedades como la peste bubónica, que dejó 25 millones de muertos solo en Europa en el siglo XIV. La gripe europea devastó poblaciones enteras de indígenas americanos durante la colonización. En el mundo conectado de hoy, los virus, como las ideas, pueden saltar de un continente a otro en solo 24 horas.
Los signos de cansancio ante la globalización han abundado en la última década: barreras a los inmigrantes, guerra comercial, populismo... y ahora el virus
Los signos de cansancio ante la globalización han abundado en la última década. Estados Unidos y Europa han puesto barreras a la inmigración. La pérdida de empleos en la manufactura ha despertado a los populismos. Estados Unidos y China se han enzarzado en una guerra comercial. El virus de Wuhán es una de esas noticias que nutre el argumentario de los que quieren la desconexión. ¿Tiene sentido mantener en estas condiciones esas grandes cadenas de suministro en China por razones de bajo coste? ¿Hasta dónde se sostiene un sistema que dilapida energía y recursos para importar productos de tan lejos mientras sus agricultores están en la calle porque no saben donde colocar sus productos? Revertir el proceso. Desglobalizar. Ya ocurrió entre 1914 y 1945. Nadie dice que no pueda volver a pasar.
Cada fase de la historia ha tenido su poder hegemónico dispuesto a gestionar el nuevo orden. Estados Unidos ha sido ese poder desde la segunda mitad del siglo XX. Pero desde la crisis financiera del 2008 parece haber renunciado a ese papel. La aparición de China como segunda gran potencia mundial le ha complicado todavía más las cosas. Hay quien ha visto en la rapidez de las grandes corporaciones americanas en abandonar el Mobile de Barcelona, la mano de Estados Unidos. La voluntad de aguarle la fiesta a Huawei y a Xiaomi, los grandes fabricantes chinos del 5G. Es una hipótesis plausible. Claro que, sin la ayuda de ese miedo y de ese virus, nada de eso hubiera sido posible.
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