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Una tendencia, a camino entre la filosofía y la psiquiatría, ha emergido en los últimos tiempos como respuesta a la exigencia de que debemos de estar satisfechos para siempre
En la fantástica película de 'Melancholia' (Lars Von Trier, 2011) una estelar Kristen Dunst empuja a su hermana en la ficción (interpretada por Charlotte Gainsbourg) y a su sobrino a permanecer bajo “una cueva mágica” construida por cuatro ramas. El Apocalipsis va a llegar de forma inminente. Esta escena cinematográfica final nos desvela una peculiar razón de ser frente a la tragedia que supone el hecho de saber que el mundo se acaba: el personaje de Dunst, al contrario que su hermana, sufre de una fuerte neurosis con tintes depresivos que ha llevado su vida familiar a la ruina. Pero es precisamente esa pulsión de muerte, esas ganas de que todo termine de una vez, la que le despierta y concede cierto heroísmo al final de la película, al menos el suficiente como para salvar a su familia de ellos mismos frente al desastre.
Minutos antes, el marido se ha escondido en el granero y toma un frasco de pastillas que le hacen perder el conocimiento al instante para así no tener que presenciar el final. Él era el protagonista que acarreaba el papel racional y vitalista de la película, reprendiendo varias veces a Dunst por su errático comportamiento. Así pues, el mundo se acaba y parece que todo adquiere una perspectiva mucho más lejana: los sueños, las aspiraciones y las riquezas materiales se desvanecen a medida que pasan los minutos, ya no tienen ninguna validez, pues la muerte instaura su verdad demoledora y absoluta. Para los humanos, la vida parece ya no tener sentido: se va a acabar.
En nuestro mundo, la psicología llena un vacío dejado por la religión, sirve para dar explicaciones y esperanza de una vida mejor
Esta actitud de Dunst que supo representar tan bien el director, aquejado también de diversas dolencias mentales y trastornos depresivos, ha tomado forma en los últimos años hasta el punto de que algunos autores, filósofos e investigadores, contemplen con no tan malos ojos la condición del deprimido, sobre todo en oposición a la noción de felicidad que se ha constituido como imposición categórica total dentro del sistema productivo capitalista.
Un mundo lleno de sonrisas
La felicidad como sentimiento de afirmación personal que se deja relucir en todas las relaciones sociales existentes: en el plano laboral (nadie quiere a un deprimido de empleado por el temor a que se coja bajas médicas, o voluntarias, o en cualquier caso que no resulte proactivo), en el plano virtual (la mayoría de las fotos y contenidos que se suben a plataformas como Facebook o Instagram poseen el afán de demostrar éxito y satisfacción, opulencia y exclusividad) o en el plano relacional o afectivo (vivimos tan dentro de la cadena que no podemos dedicar ni un solo segundo a ese tipo de personas que parecen estar desligadas de ella).
Estos aspectos son algunos de los que se denuncian en 'Happycracia', de Edgar Cabanas y Eva Illouz, quienes aseguran que la felicidad se muestra como una especie de decisión individual por la que, si no eres feliz, es porque no quieres. Al igual que si no has conseguido el trabajo de tus sueños (en este caso porque no te has esforzado lo suficiente) o estás enfermo (no te has cuidado tanto como deberías).
Pero, ¿qué es la depresión? ¿En qué se diferencia de la tristeza común que todos sentimos en ciertos momentos de nuestra vida? Para saberlo, habría que acudir a la etimología. La palabra y su uso emergieron con el auge de las disciplinas psicoanalíticas del siglo XIX. Antes, el término que refería a esta condición era el de "melancolía" (curiosamente, la obra de Von Trier se titula así), y “depresión”, solo era su síntoma, cuando en la actualidad parece ser lo contrario. Dependiendo de los autores a los que se consulte, el motivo de esta inversión semántica es diferente.
Contra la psiquiatría y sus terapias
Una de las más interesantes es la del psicoanalista británico Darian Leader, presidente del College of Psychoanalysts, quien recoge la tradición de otros pensadores como Michel Foucault, por la cual la clínica psiquiátrica no es más que otro dispositivo de poder biopolítico que instaura un sentido de dominación. “La depresión aquí es concebida como un problema biológico, parecido a una infección bacteriana. La cual requiere un remedio biológico específico. Los pacientes deben ser devueltos a sus estados anteriores, productivos y felices. En otras palabras, la exploración de la interioridad humana está siendo reemplazada con una idea fija de higiene mental. Hay que eliminar el problema, más que comprenderlo”, escribe Leader en su libro 'La moda negra: duelo, melancolía y depresión' (2012), en un fragmento recogido de un gran artículo sobre el tema en 'Reflexiones Marginales'.
Para Freud, su misión consistía en ayudar a los pacientes a aceptar y reflexionar sobre el infierno que suponía la vida
Julie Reshe, filósofa y psicoanalista de la Universidad de Tyunmen en Siberia, recoge una idea clave en un estudio académico publicado en 'Aeon' que no solo nos invita a pensar, sino que de alguna forma refrenda la teoría de la psiquiatría como dispositivo de control de los cuerpos y los deseos humanos mal dirigidos: “Las raíces de la tendencia moderna a la positividad pueden encontrarse en el pasado religioso, que una vez proporcionó a las personas ciertas pautas para la vida y la noción de salvación, ofreciendo una imagen sólida del mundo con un final feliz. En nuestro mundo secular, la psicología llena un vacío dejado por la religión, sirve para dar explicaciones y esperanza en una vida mejor”, escribe, dejando bien claro su pasado como paciente de depresión. En este sentido, hoy en día cabría comparar el mundo de la literatura de autoayuda con los viejos catecismos como torpes formas de aliviar una desesperación imposible de aliviar, como también pensaría el filósofo Kierkegaard.
Reshe no habla desde la fría objetividad, sino que también se reconoce a sí misma como paciente y víctima del sistema psiquiátrico, habiendo combatido con los cuadros depresivos durante toda su vida. Así, por ejemplo, critica los tratamientos a los que se somete a los pacientes, la terapia cognitiva conductual (TCC), como una especie de sesión teatral en la que vas a escuchar lo que quieres escuchar por parte de una figura de rigor que ejerce de sacerdote de los nuevos tiempos o guía espiritual: es decir, un psiquiatra. También cita a Freud, el cual después de haber estructurado un pensamiento sólido y firme sobre la psique humana, acababa reconociendo que “la neurosis es una mentira” o que “el psicoanalisis como terapia no tiene ningún valor”. En este sentido, la filósofa afirma: “Para Freud, su misión consistía en ayudar a los pacientes a aceptar y reflexionar sobre el infierno que suponía la vida. No más allá, sino aquí, en la Tierra”.
El nacimiento del “realismo depresivo”
Un 'paper' titulado '¿Más triste pero más sabio?' y publicado por los psicólogos estadounidenses Lauren Alloy y Lyn Yvonne Abramson profundizaba en la rama psicológica que se centra en la tradición filosófica pesimista para exponer ciertos aspectos “útiles” de la depresión, si es que verdaderamente se puede sacar algo provechoso. En este sentido, la enfermedad concede a sus pacientes la facultad de ser más realistas, y por tanto, más sabios respecto al mundo que les rodea.
Las personas felices son más propensas a dejarse guiar por los estereotipos, a seguir la corriente
Así, en un experimento realizado en estudiantes, los investigadores demostraron que los menos melancólicos eran más propensos a vivir bajo una falsa ilusión de control sobre sí mismos basada en el autoengaño en aras de mejorar su autoestima. Esta hipótesis del realista deprimido, apunta Resche, “no deja de ser conflictiva, porque pone en tela de juicio los principios del TCC”, lo que quiere decir que de ninguna forma sería tolerada por la psiquiatría más ortodoxa.
El “realismo depresivo” se trata, pues, de una corriente de pensamiento a camino entre la filosofía y la psiquiatría, que desdice los preceptos de ambas o se origina a raíz de una intersección de las mismas. Hay más estudios. Joseph Forgas, psicólogo social, demostró en una investigación que esa tristeza patológica fomenta el pensamiento crítico en los individuos: “ayuda a reducir los prejuicios, mejorar la atención, aumentar la perseverancia y, en general, promueve un estilo de pensamiento más escéptico. En definitiva, “las personas felices son más propensas a dejarse guiar por los estereotipos, a seguir la corriente”.
Otra de las paradojas más llamativas de este “realismo depresivo” es la posibilidad de que se trate de un mecanismo mental de carácter evolutivo. Como que esa tristeza fuera semejante a la fiebre que provoca una infección biológica en el cuerpo. A partir de esta metáfora, algunos pensadores aseveran que la causa de la enfermedad no es para nada la fiebre, sino uno de los síntomas. Por tanto, “la fiebre no es producto del mal funcionamiento biológico, sino un mecanismo para combatir a la infección, aunque sea desagradable”. Del mismo modo, “la rumia depresiva podría ser una herramienta de análisis de problemas que esperan resolverse”, concluye Reshe.
Una ética de los cuidados
Por último, el personaje de Dunst en 'Melancholia', incapacitado para llevar lo que se dice una vida convencional, lanza un mensaje amargo a las almas presas de estos tiempos tan acelerados. Lo más importante, al fin y al cabo, son los cuidados que mantenemos entre nosotros, aunque en muchos casos consistan en una humilde y frágil estructura fabricada con cuatro palos de madera para resguardarse de un huracán que promete llevarse todo por delante. Como decía la filósofa española Marina Garcés, este es el progreso de una vida sana y “feliz” con los demás, hacia el que hay que apuntar, la verdadera revolución.
AUTOR
ENRIQUE ZAMORANO 10/02/2020
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