Coronavirus en Nueva York. (EFE)
El problema que enfrentamos es amplio y global pero, desafortunadamente, las respuestas son cada vez más estrechas y de parroquia
Aunque apenas empezamos a enfrentar la magnitud de la conmoción causada por la pandemia de Covid-19, tenemos que asimilar ya una verdad dolorosa. Estamos en las etapas tempranas de lo que ha de convertirse en una serie de crisis en cadena, resonando a lo largo y ancho del mundo. Y no lograremos volver a nada que se parezca a la normalidad a menos que las grandes potencias encuentren la manera de cooperar y gestionar estos problemas en conjunto.
La primera fase ha sido la crisis sanitaria en las mayores economías del mundo. La que sigue es la de parálisis económica, cuya magnitud apenas empezamos a concebir. En las últimas dos semanas se han perdido 10 millones de empleos en los Estados Unidos, lo que excede los 8,8 millones que en total se perdieron durante las 106 semanas de la recesión de 2008-2010. Y esto no es más que el principio.
Lo siguiente sin duda es el riesgo de 'default' de los países. Italia entró en esta crisis con el nivel de deuda pública más alto de los países de la eurozona, y el tercero más elevado del mundo. La deuda del país se disparará conforme gaste dinero para combatir las repercusiones del Covid-19. Italia es la tercera economía de Europa, pero es solo uno de los muchos países europeos que corren riesgo de un colapso fiscal. Y esto viene en un momento en que las economías más dinámicas de Europa, las que a menudo proveen los fondos y garantías para rescates y mecanismos de apoyo, se encuentran también en problemas. Alemania, que no ha tenido una recesión en serio en los últimos 40 trimestres, anticipa que su economía se contraerá 5% durante este año.
Luego vendrá la 'explosión' de los países en desarrollo. Hasta ahora, los números de gente infectada han sido bajos en países como la India, Brasil, Nigeria o Indonesia. Probablemente se deba a que son países menos interconectados por el comercio y el turismo que el mundo desarrollado. Además, estos países han hecho pruebas a relativamente poca gente, lo que mantiene sus números artificialmente bajos. Sin embargo, a menos que tengamos suerte y resulte que el calor sí que obstaculiza al virus, estos países se verán golpeados, y mucho. Todos los mencionados tienen con problemas de liquidez, y la pérdida de ingresos fiscales, combinada con la necesidad de nuevos e importantes subsidios, puede precipitarles fácilmente a sus propias versiones de la Gran Depresión.
Y entonces vendrán los países petroleros. Incluso si la lucha entre Arabia Saudí y Rusia se resuelve, en este punto la demanda de petróleo ha colapsado y no se recobrará pronto. Una fuente en la industria me ha dicho que su empresa prevé que el petróleo bajará seguramente a 10 dólares el barril, y se quedará ahí. Consideren lo que esto significa para países como Libia, Nigeria, Irán, Irak o Venezuela, donde los ingresos del petróleo representan la amplia mayoría de los ingresos del Gobierno (muy a menudo de su economía entera), pero que solo obtienen ganancias de las ventas del petróleo cuando los precios están por encima de los 60 dólares el barril. Habrá agitaciones políticas, refugiados, quizá incluso revoluciones, a un nivel inédito en las últimas décadas, no desde la última fase del petróleo a 10 dólares, cuando colapsó la Unión Soviética.
Esta crisis ocurre cuando la cooperación global ha colapsado y el líder y organizador tradicional de estos esfuerzos, Estados Unidos, ha abandonado enteramente ese rol
El mundo ha entrado en esta pandemia con dos desafíos. Está inundado de deuda, gubernamental y privada. Con un producto interior bruto total de 90 billones de dólares, la deuda pública y privada suman hasta 260 billones de dólares. Las dos economías líderes en el mundo, Estados Unidos y China, tienen ratios de deuda con respecto al PIB del 210 y 310 por ciento respectivamente. Esta crisis está teniendo lugar en un tiempo en el que la cooperación global ha colapsado y el líder y organizador tradicional de estos esfuerzos, Estados Unidos, ha abandonado enteramente ese rol.
El mes pasado, el encuentro del G7 no fue capaz de publicar un comunicado conjunto porque Estados Unidos se negó a firmar nada que no etiquetara la enfermedad como “el virus de Wuhan”, una disputa que suena como de patio de colegio. La piedra angular de cualquier esfuerzo global tendría que incluir una cercana cooperación entre Estados Unidos y China. En su lugar, la relación está en caída libre, con cada bando rechazando culpas y culpando al otro. La reunión de seguimiento del G20 fue también un fiasco. Incluso la Unión Europea tardó en reconocer la seriedad y la escala de la pandemia. Unas declaraciones imprudentes de la presidenta del Banco Central Europeo provocaron el peor desplome bursátil de Italia en la historia del país.
¿Qué se lograría con una mayor cooperación global? Dado que gran parte de la estrategia de contención involucra los desplazamientos entre países, sería mucho más efectivo si se coordinaran las prohibiciones de viaje y las advertencias. Durante la recesión de 2008-2009, los bancos centrales y los gobiernos trabajaron entre sí, ayudando a contener y amortiguar el contagio financiero. Sin ayuda y esfuerzos coordinados, países como Irak y Nigeria seguramente terminarán explotando, lo que probablemente significará la multiplicación de refugiados, enfermedades y terrorismo más allá de sus fronteras. Si los países más ricos agrupan fondos y comparten información, se acelerará la llegada de tratamientos y vacunas. Y cuando llegue el momento de reabrir las economías, la acción coordinada, por ejemplo, en el comercio y los viajes, tendremos los mejores resultados de nuestra inversión.
El problema que enfrentamos es amplio y global pero, desafortunadamente, las respuestas son cada vez más estrechas y de parroquia.
AUTOR
FAREED ZAKARIA 06/04/2020
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