Las reglas del confinamiento son menos estrictas en el Reino Unido (TOLGA AKMEN / AFP)
Ha comenzado en Gran Bretaña el debate sobre la sociedad del futuro y qué derechos están dispuestos los ciudadanos a renunciar
Las siete palabras que más miedo inspiran en el idioma inglés son “soy del gobierno y vengo a ayudar”, decía el ex presidente norteamericano Ronald Reagan, apóstol del individualismo y de un Estado lo más pequeño posible de bajos impuestos. Ahora, con la epidemia, tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos y muchos otros lugares, los ciudadanos, impotentes, confían en que sus líderes tomen las decisiones más sabias y hallen una solución.
En el Reino Unido, según una encuesta, un 86% de los votantes se declaran dispuestos a sacrificar libertades civiles con tal de paliar las consecuencias del coronavirus, y la policía se ha arrogado ya unos poderes sin precedentes en este país, donde no hay carnet de identidad y ni siquiera es obligatorio llevar en el coche el permiso de conducir. De repente se especula con toda naturalidad con la emisión de una especie de salvoconductos o “pasaportes de inmunidad” para que quienes ya han pasado la Covid-19 puedan abandonar el teletrabajo, viajar y vivir como se vivía antes. Y el resto, a seguir confinados en sus casas. Parece el argumento de una película distópica, de Los juegos del hambre , con la ciudadanía dividida en tribus urbanas.
Covid-19
Un 86% de los británicos se muestra dispuesto a aceptar un Estado policial para superar el coronavirus
Como las reglas del confinamiento no son tan estrictas como en España, Francia o Italia, y el tiempo parece de verano en el puente de Semana Santa, las autoridades han recurrido a drones para vigilar que la gente no vaya de excursión a los parques nacionales y las costas, lanchas patrulleras y agentes en tablas de surf se dedican a ahuyentar a aquellos que osan a ir a las playas de Cornualles en desafío a las reglas de distancia social, se han establecido controles de carretera para impedir el acceso a las segundas residencias, y la policía incluso ha tirado un tinte negro en las aguas de un lago idílico para que los turistas y los senderistas no se sientan tentados de visitarlo. Aquí, lo nunca visto.
La bolsa o la vida, amenazaba el bandolero Dick Turpin, que operaba desde el Spaniards Inn de Hampstead, un pub cerrado como todos. La libertad o la vida, dice ahora el Estado. De un plumazo se han acabado la libertad de culto (las iglesias están cerradas), la libertad de movimiento (todo el mundo es exhortado a permanecer en casa), la libertad de reunión (no se puede salir a pasear más que con otra persona, y las fiestas, mítines y celebraciones están estrictamente prohibidos). El control de dónde se encuentra cada uno y quiénes son sus contactos mediante aplicaciones del teléfono móvil (y tal vez collarines electrónicos) se halla a la vuelta de la esquina como un paso hacia el progresivo retorno al trabajo y la normalidad. La pandemia es la excusa perfecta, dicen los defensores de las libertades civiles, para que los gobiernos espíen cibernéticamente y marquen mucho más de cerca a sus ciudadanos. El 1984 de George Orwell se está haciendo realidad a marchas forzadas en el 2020, sólo con treinta y seis años de retraso. ¿Han de ser los policías ciudadanos en uniforme, o una jerarquía no disciplinada que opera a las órdenes del Gran Hermano sobre una base legal arbitraria? En Gran Bretaña el debate ha comenzado, y con virulencia, antes de que se supere la crisis.
“En el 2008 se salvó a los bancos, y el precio a pagar fue el deterioro del Estado de bienestar, sanidad incluida (algo que estamos pagando muy caro), y la disminución de los servicios sociales. Ahora se trata de salvar vidas, y el precio a pagar va a ser una renuncia colectiva a las libertades. Viene un nuevo orden político, social y económico. De la crisis financiera surgieron Obama y el Tea Party, de la Gran Depresión salieron Hitler y Franklin Delano Roosvelt. ¿Por dónde tiraremos ahora?”, se pregunta el sociólogo Anthony Radcliffe.
Boris Johnson (que ha mejorado mucho desde que fue ingresado en la UCI y ya camina por el hospital) fue elegido para sacar al Reino Unido de la Unión Europea a base de una sobredosis de nacionalismo inglés, pero no para llevar el timón en una pandemia. “La política de vaudeville no sirve ahora para nada –señala Thomas Henderson, profesor de Ciencias Sociales–. Lo que necesita el país es un dirigente con un compás moral sólido”. El primer ministro se pasó la vida ensayando el papel de Falstaff, pero se encuentra con que tiene que interpretar el de Enrique V, que en tiempos de guerra lidera en base al buen juicio, el carisma y la convicción.
Siempre ha habido dos Gran Bretaña, la de Retorno a Brideshead y la de las películas de Ken Loach. El Brexit amplió la brecha a las de los viejos y jóvenes, los intelectuales cosmopolitas y los habitantes del campo, la gente con y sin estudios. Una nueva división se avecina, la de los infectados y los que no, los libres y los presos.
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