La falla de San Andrés en California (EE UU) es una muestra de la tectónica de placas que ha hecho posible nuestra civilización.Lloyd Cluff (Getty Images)
La ciencia puede y debe preguntarse por cuestiones fundamentales como cuál es nuestra esencia y cómo ha llegado a ser tal. La respuesta está a caballo entre diversos campos de investigación y tiene infinidad de facetas
¿Por qué existimos? Podríamos pensar que esta es una pregunta tan básica, con tanta carga filosófica y religiosa, que hacérsela no es científico. O podemos pensar que es tan difícil de contestar que para la ciencia no puede ser posible dar una respuesta. Como científico, y eso me puede estar sesgando, creo —este es un verbo poco científico— que la ciencia puede contestar cualquier pregunta, si bien la respuesta puede —y suele— implicar romper el problema en distintos aspectos, en átomos de conocimiento, más numerosos cuanto más fundamental y difícil es la pregunta original.
Aunque hay que tener en cuenta que la ciencia nunca dará una respuesta que sea la verdad. La base del método científico es dar explicaciones —mejor llamarlas teorías—, que no se puede decir que son ciertas, sino que son válidas a menos que un experimento contradiga los resultados, implicaciones y predicciones de cada teoría. Si una teoría sobrevive a cualquier escrutinio, más válida —que no cierta— será.
La astrofísica —y más en concreto, su rama de la cosmología—, pretende responder a la pregunta sobre la existencia de todo el universo. La astrobiología es más precisa y se fija en la vida. Y la antropología es la ciencia que estudia el ser humano en todos sus aspectos, desde su aparición hasta sus detalles culturales e históricos. En medio de todas esas ciencias, responder a la pregunta de por qué existimos implica entender qué somos y por qué somos como somos.
Un aspecto de nuestra esencia es que somos una especie animal inteligente que ha desarrollado una civilización tecnológica. En nuestro caso, la forma que hemos tenido de llegar a este estado de evolución, y quizás no es la única forma —eso sería otra pregunta—, ha pasado por una revolución industrial basada en combustibles fósiles, carbón en un principio, petróleo y gas natural después. Como mi campo es la astrofísica, os hablaré de los esfuerzos que algunos astrobiólogos están llevando a cabo para entender qué es necesario para que un planeta tenga depósitos de combustibles fósiles.
En concreto, y vuelvo a romper la pregunta en átomos, recientemente se ha publicado un artículo sobre la existencia de carbón en exoplanetas. Este trabajo ha identificado el carbón como la base de nuestra revolución industrial. Su importancia radica en varios aspectos. En primer lugar, es un combustible mucho más potente que los que se tenían antes del siglo XIX. Además, las minas donde se encuentra son más superficiales y accesibles que las de otros combustibles aún más potentes, como el petróleo o gas natural. La explotación del carbón ayudó a desarrollar la tecnología para llegar a esos combustibles aún más potentes que llevaron a la última revolución energética y tecnológica; si todavía no consideramos las renovables como una revolución.
Yendo ya a la astrofísica y abandonando los jardines donde me habré metido, los factores que influyen en que un planeta como el nuestro haya desarrollado depósitos de carbón, y una civilización con una revolución industrial basada en él, son múltiples.
Entre ellos, podemos citar que debe existir en el planeta un proceso de fotosíntesis que incremente los niveles de oxígeno en la atmósfera; algo que solo pasa en la Tierra, entre los planetas de nuestro Sistema Solar. Solo con ese oxígeno fue posible que se desarrollara vida compleja. El clima del planeta y su evolución debe ser tal que, entre esa vida compleja, se desarrollen bosques tropicales con abundante agua en los que aparezcan entornos con bajo contenido de oxígeno que eviten la descomposición completa por microbios o la erosión y desaparición total. Solo así se puede formar lo que se conoce como turba, el precursor del carbón. El clima en nuestro planeta acompañó también de otra forma, con épocas en las que el planeta estuvo congelado en casi su totalidad, bajando el nivel del mar y permitiendo la aparición de zonas donde florecieron las plantas que darían lugar al carbón, seguidas de épocas más cálidas que sumergieron el material facilitando la formación de turba. Las épocas glaciares en la Tierra, su comienzo y final —que tenemos la suerte de que ocurriera, pero pudo no ser así— dependen de múltiples factores, entre ellos algunos orbitales: la distancia de nuestro planeta al Sol, la elipticidad de su órbita y la inclinación del eje de rotación.
Para la aparición del carbón también es necesario que el planeta tenga una tectónica de placas, porque el carbón sólo se puede formar si se somete a la turba a altas presiones que la convierten en una roca sedimentaria rica en carbono. Hay otros planetas en el Sistema Solar con tectónica, si bien es diferente e incluso parece haber desaparecido ya, como es el caso de Marte.
Y, finalmente, también es necesario que una especie como la humana aparezca justo en el momento en el que ese proceso de carbonificación esté listo. El timing, la sincronización, es importante, también en el caso de la tectónica, que aún hoy está activa en la Tierra.
Así que la aparición de una especie como la humana, que podríamos también identificar con una especie que se pregunta sobre si hay vida, o, extendiendo la importancia de la pregunta, la aparición de vida inteligente en otros planetas, depende de múltiples y pequeños factores. ¿Cuán frecuentes son esos factores en nuestra galaxia, o en el universo más allá de ella? ¿Cómo de probable es que aparezca vida inteligente con un proceso parecido al que se ha dado en la Tierra, que “se repita nuestra historia”? ¿Hay procesos, no ya parecidos sino análogos o alternativos, para repetir llegar al mismo punto? Más átomos de conocimiento, nada fáciles de abordar, porque una cosa es identificar los factores que hay que estudiar para contestar una pregunta y otra es cuantificar esos factores. Y además, las preguntas difíciles siempre llevan a otras preguntas, quizás incluso más importantes o fundamentales. Termino entonces diciendo que las casualidades no existen, siempre hay leyes físicas detrás, y la vida no escapa a ellas.
Vista general de Woven City, la ciudad inteligente de Toyota construida a los pies del monte Fuji.
Toyota
Toyota ha inaugurado Woven City en Japón, una ciudad experimental a los pies del monte Fuji donde ya circulan coches autónomos, robots de reparto y sistemas de movilidad inteligente. En esta primera fase vivirán 300 residentes.
Llevábamos un lustro oyendo hablar de ella y otros países han querido copiar su aire futurista, aunque casi siempre sin mucho éxito. Hoy al fin está aquí: Toyota abre las puertas de Woven City, una urbe diseñada para ensayar cómo será la vida en las ciudades los próximos años.
Susono, al pie del monte Fuji, es desde ahora escenario de pruebas reales. Allí se ha levantado un pequeño barrio de 47.000 metros cuadrados en el que ya se han instalado unas 300 personas, en su mayoría empleados de Toyota y sus familias. Llamados 'weavers' por la compañía automovilística, no son simples residentes: son los primeros beta testers de una ciudad donde los coches se conducen solos, los robots llevan paquetes a domicilio y los semáforos cambian según la marea de peatones.
La urbe está pensada como un ecosistema vivo en el que movilidad, energía y arquitectura funcionan de manera integrada. Bajo las calles, una red de caminos subterráneos permite poner a prueba los vehículos sin la interferencia de la luz solar ni del polvo, mientras que en la superficie se han diseñado tres tipos de vías distintas: unas exclusivas para coches autónomos más rápidos, otras para peatones y movilidad personal y un tercer modelo mixto que combina tránsito lento y caminantes.
La vida comunitaria también está muy presente: plazas, zonas verdes y parques de barrio buscan fomentar la interacción entre vecinos, recordando que Woven City no es solo un escenario tecnológico, sino también un lugar para habitar.
El objetivo no es solo probar tecnología, sino diseñar un ecosistema urbano seguro, eficiente y fluido, aseguran sus responsables.
Woven City acaba de nacer, pero Toyota tiene planes ambiciosos: crecer hasta 294.000 metros cuadrados y albergar a unas 2.000 personas. Y no solo empleados. La compañía ha confirmado que, si todo va bien, los visitantes podrán recorrer esta ciudad futurista a partir de abril de 2026 y comprobar de primera mano cómo funciona este prototipo de ciudad inteligente.
Sostenibilidad como punto de partida
La sostenibilidad es otro de los pilares de este proyecto. Los edificios se construyen principalmente en madera, incorporan paneles solares y funcionan con pilas de combustible de hidrógeno. Con este planteamiento, Toyota ha conseguido que la Fase 1 reciba la certificación medioambiental LEED Platinum, un reconocimiento reservado a los desarrollos urbanos más eficientes y respetuosos con el entorno.
El diseño de la ciudad corre a cargo del prestigioso arquitecto Bjarke Ingels, autor de proyectos icónicos como la sede de Google en California o la Lego House en Dinamarca. Su visión se ha centrado en crear un espacio entrelazado —de ahí el nombre Woven— donde la tecnología, la naturaleza y la vida humana convivan en equilibrio. Además, Toyota ha abierto la puerta a universidades, startups e investigadores de todo el mundo para que utilicen Woven City como un banco de pruebas real y ha anunciado un programa de aceleración que permitirá desplegar allí proyectos innovadores en energía, salud, movilidad o bienes comunes.
Privacidad, el talón de Aquiles
Si Woven City es un escaparate de innovación, también lo es de las dudas que generan este tipo de entornos hiperconectados. La ciudad está repleta de sensores, cámaras y dispositivos conectados que monitorizan desde el flujo de peatones hasta la eficiencia energética de los edificios o la circulación de vehículos. Todos esos datos son oro para mejorar el funcionamiento de la urbe, pero también plantean una cuestión inevitable: ¿quién controla la información y con qué fines?
Los expertos advierten de que la gestión de datos personales en un espacio como Woven City puede convertirse en un campo de batalla entre la innovación y la privacidad. Saber a qué hora sale un vecino de casa, con quién se cruza, cómo se mueve por la ciudad o qué consumo energético tiene su hogar supone un nivel de trazabilidad que nunca antes se había alcanzado.
Para Toyota, la clave está en garantizar que esa información se use únicamente para optimizar servicios, pero los críticos temen que pueda derivar en un modelo de vigilancia permanente y creen que este será el verdadero reto: que el futuro conectado no se convierta en un escenario de vigilancia constante a lo Gran Hermano.
Woven City se presentó en el CES de Las Vegas en 2020 como la gran apuesta de Toyota para dejar de ser solo un fabricante de coches y convertirse en una compañía de movilidad basada en software. De momento es un proyecto a pequeña escala, pero un vistazo a lo que vendrá: lo que hace unos años sonaba a ciencia ficción empieza a tomar forma en Japón.
Varios turistas en las inmediaciones de la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona a comienzos de este 2025 (EFE Alejandro García)
Ya fue criticada en su día por arquitectos como Le Corbusier o el barcelonés Oriol Bohigas, pero el desenfrenado turismo vuelve a poner al templo en la palestra: ¿es la gran obra de Gaudí una oda al mal gusto?
El Templo Expiatorio de la Sagrada Familia -así es su nombre largo- recauda más dinero de lo que se gasta en su mantenimiento y construcción. En 2024 ingresó 134 millones de euros apoquinados por los más de cinco millones de visitantes que entraron para admirar su llamativo interior. Cada uno de ellos se dejó 26 euros. Mientras tanto, otros 19 millones de personas bordearon su exterior fotografiando sin parar sus ventanas ojivales, sus paredes que parecen panales de abejas y esos pináculos que durante tanto tiempo convivieron con la grúa de carga. A día de hoy, la Sagrada Familia de Barcelona, la gran obra de Antonio Gaudí, es el monumento más visitado en España, incluso por delante del Museo del Prado. Es un centro religioso y litúrgico, sí, pero en este tiempo de turismo de masas también es una máquina de hacer dinero.
Todos estos datos los aporta la revista The New Yorker en un extenso reportaje en su último número firmado por el periodista D.T. Max que abre un interesante debate que tiene mucho que ver con la religiosidad de Gaudí, el hecho de que fuera una obra inacabada en vida y esta afluencia turística pospandemia con móviles en la mano: ¿es el famosísimo templo una obra de arte o un monumento kitsch? ¿Lo debemos admirar como una gran creación arquitectónica y religiosa o está casi a la par de la rimbombancia sentimentaloide del castillo de Disneyland? ¿Es algo bueno o es una oda al mal gusto y el feísmo tan de nuestra época? Porque no olvidemos que en 2025 Instagram y TikTok son capaces de arrasar con todo.
Las obras de la Sagrada Familia comenzaron en 1882 y desde 1909 Gaudí se dedicó con devoción a ella hasta su muerte en 1926 (el famoso accidente del tranvía). Y devoción es una gran palabra para describir la relación, ya que el arquitecto era un fervoroso católico que pretendía que la basílica fuera recibida por el visitante como “un shock que nos despoja de nuestro yo cotidiano y nos lanza hacia algo más puro y sagrado”, según escribe D.T. Max. De ahí todas esas formas exageradas tan características del ornamento que la teoría de la estética conceptualizó décadas más tarde como kitsch. Gaudí pretendía impactar. Hoy, más de cien años después, “impacto” en el sentido religioso ya no es quizá la palabra que lo defina.
“Los primeros críticos de la Sagrada Familia ya acusaron a Gaudí de ser demasiado exagerado, pero hoy su compromiso con la abundancia visual se ha convertido en un aspecto universal de la cultura pop; pensemos en los recargados paisajes urbanos generados por ordenador de películas como La Guerra de las Galaxias", escribe Max resaltando que nuestro ojo es ya tan pop que nunca podremos ver la basílica con los mismos ojos que la hubiera visto Gaudí (y hubiera deseado que todos la viéramos). Desde que llegaron el LSD y las luces estroboscópicas, las formas gaudinianas poco tienen que ver con la espiritualidad religiosa que a él le hubiera gustado.
La crítica de Le Corbusier
En realidad, algunos como el arquitecto Le Corbusier ya observaron que esto ocurriría hace ya unas cuantas décadas, sobre todo porque Gaudí murió con la obra inacabada. El debate, por tanto, en sí mismo no es nuevo, pero cobra nueva fuerza con la relevancia turística adquirida por el monumento (que, por otra parte, empezó a cobrar entrada solo treinta años después de su primera piedra: alguien ya vio ahí el potencial).
Durante una visita a Barcelona en 1928, el suizo tuvo la oportunidad de conocer las Escuelas de la Sagrada Familia, un edificio diseñado por el catalán en 1909 para los hijos de los obreros que trabajaban en el templo. A diferencia de su reacción ante la Sagrada Familia, que no le había gustado, Le Corbusier mostró admiración por este modesto edificio, destacando su simplicidad y funcionalidad. Este contraste en sus apreciaciones refleja las diferencias en sus enfoques arquitectónicos: mientras que Gaudí apostaba por una arquitectura orgánica y simbólica (como le ocurre a la basílica), Le Corbusier defendía la funcionalidad y la racionalidad en el diseño (como muestran las Escuelas).
Un grupo de turistas visita las Escuelas de la Sagrada Familia, obra de Gaudí. (iStock)
Las críticas de Le Corbusier a la Sagrada Familia se enmarcan en un debate más amplio sobre la conservación y evolución de las obras arquitectónicas. Si bien reconocía el genio de Gaudí, consideraba que la continuación de su obra sin su presencia comprometía su esencia. El suizo no apreciaba la Sagrada Familia tal como se estaba continuando después de la muerte del catalán ya que sin su supervisión directa se había desviado su espíritu original. Le Corbusier fue uno de los primeros en calificarla como de mal gusto o kitsch con toda esa sobrecarga decorativa.
Precisamente, en 1965 el arquitecto firmó una carta publicada en La Vanguardia junto a otros destacados intelectuales y arquitectos (muchos de ellos catalanes) como Bruno Zevi, Nikolaus Pevsner, Antoni de Moragas, José Antonio Coderch, Nicolás María Rubió Tudurí, Oriol Bohigas, Joan Miró, Antoni Tàpies, Jaime Gil de Biedma y Joan Brossa en la que solicitaban la paralización de las obras de la Sagrada Familia, argumentando que la continuación del proyecto sin Gaudí comprometía la integridad artística y conceptual de la obra original. Consideraban que la intervención de arquitectos posteriores había alterado el espíritu y la visión del maestro. Nadie pareció hacerles mucho caso.
"Vergüenza mundial"
No obstante, las críticas no cesaron. En 2015, el barcelonés Oriol Bohigas insistió en La Vanguardia en que la Sagrada Familia le parecía “una vergüenza mundial” y “una anomalía arquitectónica”. Según él, esto se debía a varios motivos:
Por un lado, la desviación del proyecto original. El arquitecto sostenía que la continuación de la obra tras la muerte de Gaudí había alterado su visión original, resultando en una construcción que no respetaba los planos ni el estilo del arquitecto. Por otro, el templo representaba un estilo arquitectónico del pasado que no tenía cabida en la modernidad, y su presencia en el siglo XXI era inapropiada. Y además, criticaba la falta de coherencia urbanística que la basílica aportaba al entorno de Barcelona, señalando que su construcción no se integraba adecuadamente en el tejido urbano de la ciudad.
Vista de Barcelona y de la Sagrada Familia. (iStock)
Pero no quedó ahí la cosa. En 2017, el propio Ayuntamiento de Barcelona, entonces gestionado por el equipo de Ada Colau, publicó el libro Kitsch Barcelona, escrito por la profesora de Teoría e Historia del Diseño Anna Pujadas y en el que se recogían las opiniones de una treintena de expertos en arquitectura, arte y urbanismo. Y la Sagrada Familia salía bastante mal parada. En él, el pintor y escritor Narcís Comadira, calificaba la fachada original como un "horroroso monumento al kitsch" y añadía que lo que se estaba haciendo "no tiene nombre ni perdón". Consideraba a la basílica “un monumento a la mentira, al mal gusto, al sentimentalismo”.
Los campanarios tampoco se salvaron del ensañamiento. “Se entendieron como una conexión más que forzada con la senyera, apareciendo como símbolo de la ciudad, cuando eran un fragmento kitsch de un concepto apostólico que acabará en un 12 que no le interesa a nadie”, manifestaba Jeffrey Swartz, crítico de diseño.
En definitiva, la Sagrada Familia lleva casi un siglo teniendo grandes detractores. The New Yorker ha decidido volver a poner el debate sobre su feísmo en primera página, pero se enfrenta una fuerte oleada muy difícil de esquivar porque quizá lo que ocurra simplemente es que estamos en tiempos muy kitsch y qué mejor símbolo que el templo barcelonés. Aunque sea todo lo contrario a lo que Gaudí hubiera deseado.
Pintalabios de Louis Vuitton.Cortesía Louis Vuitton
Dicen los expertos que a partir de los 30 euros estamos pagando marca, experiencia y aspiración, ingredientes intangibles pero poderosos que mueven la industria de la belleza de lujo
Hace un par de días, la maquilladora profesional Christelle Ewa (más conocida como frenchtouchofmakeup en Instagram) publicó un vídeo en la red social probando la nueva barra de labios de la que todo el mundo habla: LV Rouge, de Louis Vuitton. “Muy caro para un pintalabios, pero bonito rojo”, decía. Ante los más de 5.000 comentarios de sus seguidoras, pronto grabó un nuevo clip, esta vez comparando el famosísimo labial que acaba de lanzar la marca francesa, con un precio de 140 euros, con otro de L’Oréal Paris que no llega a los 20 euros (una edición limitada con Mugler, color Red 1974). Aplica el primero a un lado de sus labios, continúa con el segundo al otro. ¿Alguien nota la diferencia? ¿Acaso hay alguna? Y si la hay ¿cuál es exactamente?
El lanzamiento del pintalabios de Vuitton es un acontecimiento por varios motivos. Primero, porque forma parte de la primera línea de maquillaje de la marca, llamada La Beauté. Segundo, porque detrás de esta barra (también de los bálsamos y de las sombras de ojos que completan la colección) está la reverenciada maquilladora profesional dame Pat McGrath, considerada una de las artistas que ha moldeado el lenguaje del maquillaje moderno. “El maquillaje es cultura. Es poder. Es presencia. Y es personal. Aplicado al maquillaje, el lujo es eficacia, artesanía y sensorialidad. Las texturas han de ser exquisitas; los colores, cautivadores, y las fórmulas deben cubrir sin dejar rastro. El verdadero lujo tiene en cuenta cada detalle, desde cómo se funde el pigmento con la piel hasta la sensación que una barra de labios produce al tenerlo en la mano. Es la fusión del arte y la tecnología, de la herencia y la de innovación”, explica en el comunicado de prensa. En el corazón de La Beauté yacen 55 tonos de barras de labios (un guiño a los números romanos que conforman las siglas LV) con una intensa pigmentación satinada o mate, una sensorialidad exquisita bajo la que subyace una fórmula que en la marca llaman de alto rendimiento, elaborada con ceras naturales de flores de rosa, jazmín y mimosa y enriquecida con manteca de carité y ácido hialurónico que contiene un 85% de tratamiento cosmético. Todo esto concede a los labios un color vívido durante ocho horas y una hidratación de 12 horas con un confort duradero.
“La barra de labios es presencia. Es una seña de identidad en una sola pasada. Es la forma con la que las mujeres se mueven por el mundo”, declara McGrath, que para hacer aún más sofisticado el producto ha colaborado con Jacques Cavallier Belletrud, Maestro Perfumista de Louis Vuitton, para empapar los pintalabios de una huella olfativa completamente exclusiva en la colección: los pintalabios están impregnados de una mezcla personalizada de mimosa, jazmín y rosa. Inspirado en los olores de las barras de labios clásicas del pasado, Cavallier Belletrud pasó cuatro años para “crear un aroma para un labial es un reto completamente diferente que hacerlo para la piel. El aroma se asienta mucho más cerca de la nariz de quien lo lleva, por lo que debe ser delicado pero expresivo, algo que seduzca primero a quien lo lleva y después a todos los demás”, y añade que “a diferencia de los perfumes tradicionales, que se sustentan en el alcohol, esta base debía funcionar con la cera y el aceite. Técnicamente es mucho más complejo. Pero con ingredientes naturales de la calidad más exquisita creamos un aroma que se sostiene suavemente y eleva el ritual al completo. Nos llevó cuatro años hacerlo como teníamos en mente y estoy muy orgulloso de ello”.
Esto no es todo: el diseñador industrial Konstantin Grcic ha diseñado los envases de la línea, minimalistas e inconfundiblemente lujosos, en aluminio y latón. “La sensación que produce al tenerla [una barra de labios] en la mano, el sonido de su cierre, la temperatura de los materiales... Todo ello es parte de la conexión emocional”, explica. “Eleva lo que suele ser un producto funcional del que uno suele deshacerse a una reliquia eterna”. Todo esto no es solo una preciosa barra de labios sino una invitación a formar parte del universo de la marca.
Esta idea de la barra de labios como una reliquia de lujo no es exclusiva de Vuitton. En el mercado existen opciones como un pintalabios rojo de Clé de Peau Beauté -la marca de maquillaje hermana de Shiseido- con un precio de 119 euros, el de Carolina Herrera que incluye una carcasa y un colgante y que cuesta 131 euros, los labiales de Hermès o Celine que están alrededor de los 70 euros, la barra de labios más exclusiva de Chanel que viene en un estuche de cristal facetado por 170 euros o el lujoso estuche bañado en oro de Dior con un precio de 550 euros. Sin embargo, este lanzamiento ha resonado por todas las redes sociales de manera singular.
Aunque numerosas influencers han mostrado ya con emoción sus nuevos pintalabios y sombras de Louis Vuitton en sus perfiles sociales, Christelle no es la única en plantearse lo adecuado del precio en el contexto actual. En otro vídeo reciente, Ivelisse Vásquez (lafashionistarealista en Instagram) lanza su reflexión sobre la nueva línea de maquillaje de Vuitton: “¿Qué nos está diciendo la marca con estos precios? (…) Nos está diciendo ‘you can’t sit with us’ -no te puedes sentar con nosotras- porque esto no es para todo el mundo. Están trazando una línea en la arena para diferenciarse de las demás marcas de lujo (…) Lo veo totalmente desproporcionado y esto yo creo que incluso aleja a algunas consumidoras como yo, por ejemplo, que podemos consumir maquillaje de gamas de lujo de Givenchy, de Dior, pero no necesariamente tenemos ropa ni bolsos de estas marcas en el armario, pero sí consumimos un maquillaje".
Más allá del lanzamiento, opina que las marcas de lujo “están intentando empujar el límite, normalizar unos precios que no son ni medio normales (…), llevan tiempo intentando como empujar ese límite para normalizar unos precios ridículos que en este momento actual en el que estamos viviendo con la situación económica a nivel mundial creo que no encajan nada”, añade, e invita a sus seguidoras a compartir su opinión “porque ustedes saben lo que están dispuestas a pagar por un maquillaje, pero tengan en cuenta una cosa. Cuando compran bolsos y ropa de lujo, quizá lo puedes tener muchos años y puedes incluso dejárselo en herencia a tu hija, puedes venderlo más adelante y ganarte un buen dinero, pero un pintalabios una vez te lo pones en tus labios ya no lo puedes vender y además acabará caducando”.
En el universo del lujo -en el capitalismo, en realidad- un objeto cuesta lo que uno esté dispuesto a pagar por ello. Una cuestión importante es si uno sabe qué está pagando por ese precio (producto o marca, materia prima o aspiración), así que para saber si realmente hay una diferencia entre una barra de labios de 140 euros y una de poco más de 30, consultamos con una experta en la materia.
Cristina Carvajal es ingeniera química y divulgadora en Instagram (@caldesnud) y comienza explicando a S Moda que, en esencia, “en una barra de labios clásica, la base suele ser similar ceras, aceites y a veces mantecas, en función del acabado (si es mate pueden incluir algún matificante) y los de larga duración pueden incluir algún polímero para que genere un film que potencie la duración”. Lo que suele marcar la diferencia es la textura que dejan en los labios, el acabado y el color: “Sobre todo el color, ya que para afinar estos detalles se requiere más tiempo, más pruebas en el laboratorio y por lo tanto se encarece el producto”, apunta. En su opinión, no hay “diferencias sustanciales entre la fórmula de un pintalabios de lujo y otro de precio asequible. En la mayoría de marcas de lujo lo que estás pagando es la marca, de hecho es algo que se utiliza bastante de forma aspiracional. Una persona que desea un bolso de Dior, pero no puede adquirirlo porque se le sale de presupuesto, probablemente sí pueda permitirse un pintalabios”.
La experiencia de marca es una parte fundamental en el proceso de compra, y en el universo del lujo el precio final suele estar muy por encima del que tendría el producto sin ese sello. “En casi todas las marcas pagas una parte de packaging, marketing y marca. En un labial de 30€ ya estás pagando una parte de esto, a partir de ese precio, aún más”, apunta esta experta.
Los famosos Jardines de la Bahía de Singapur combinan la flora tropical con los icónicos "superárboles", estructuras artificiales que proporcionan un jardín vertical y sombra.
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El calor es la amenaza climática más letal para la humanidad; cada año mueren más personas por el calor que por las inundaciones, los huracanes y los incendios forestales sumados.
Y el riesgo es mayor en las ciudades, que se están calentando el doble de rápido que el resto del planeta debido al efecto isla de calor urbano.
A medida que las temperaturas peligrosas se vuelven más comunes, los líderes de ciudades de todo el mundo, desde París hasta Phoenix, están planeando estratégicamente ampliar la cobertura de sombra.
Pero es la sofocante nación insular de Singapur la que bien podría contar ya con la mejor infraestructura de sombra de cualquier ciudad del planeta.
Sus habitantes han tenido desde hace tiempo sus propios trucos para lidiar con la lluvia torrencial y el calor pegajoso.
Y el principal de ellos podría ser las aceras cubiertas.
El origen de esta sombra pública no está claro. Aunque estos "pasillos de metro y medio" que atraviesan las plantas bajas de tiendas y casas con arcadas se asemejan a los pórticos de Bolonia, podrían ser originarios del sudeste asiático.
Stamford Raffles, el funcionario colonial británico considerado fundador de Singapur a principios del siglo XIX, los incluyó en el primer plano urbano en 1822.
Raffles exigió pasajes despejados, continuos y cubiertos a ambos lados de cada calle para garantizar un tránsito eficiente en condiciones climáticas adversas.
Con el tiempo, sus "vías con veranda" (galerías techadas abiertas) cayeron en desuso. Pero Lee Kuan Yew, el poderoso primer ministro que guió a Singapur hacia la independencia en la década de 1960, los recuperó en una forma moderna.
Lee era un microgestor y tenía un interés particular en el clima y la comodidad. Creía que la humedad estaba frenando la productividad económica del país.
En interiores, transformó Singapur en lo que el periodista Cherian George llamó la "nación con aire acondicionado".
En exteriores, era un fanático de la sombra.
Pasarelas cubiertas
Lee era conocido por sermonear a sus subordinados sobre el mal diseño de senderos y paseos, a veces arrodillándose sobre el suelo abrasador para demostrarlo.
En las décadas de 1960 y 1970, mientras el gobierno autoritario de Lee construía imponentes complejos de viviendas públicas, los arquitectos mantuvieron las plantas bajas de todos los edificios al aire libre, preservando estas áreas como "patios comunitarios" donde los residentes podían reunirse para disfrutar de la brisa.
A finales de las décadas de 1980 y 1990, las agencias de vivienda y transporte de Singapur ordenaron la construcción de marquesinas metálicas independientes sobre las aceras para garantizar senderos secos hasta el autobús o tren más cercano.
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Singapur podría contar ya con la mejor infraestructura de sombra de cualquier ciudad del planeta.
Hoy en día, las autoridades afirman haber erigido alrededor de 200 kilómetros de pasarelas cubiertas.
Intenta imaginar si los omnipresentes andamios de construcción de Nueva York fueran arquitectura permanente en las aceras y podrás hacerte una idea de cómo luce este logro, tan poco atractivo aunque funcional.
En Estados Unidos, los promotores inmobiliarios deben alejar sus edificios de la calle para que entre más luz, pero en Singapur deben contribuir a la red de sombras creando entre 2,4 y 3,7 metros de aleros peatonales en las plantas bajas de sus edificios. Las investigaciones sugieren que las marquesinas tienen un efecto similar al de una parada de autobús limpia y bien diseñada.
Así como una parada puede agilizar la espera del autobús, los singapurenses también afirman que un paseo bajo las pasarelas se siente un 14% más corto que uno bajo el sol.
"Estamos en una región tropical donde siempre hace muchísimo calor y mucha humedad", afirma Yun Hye Hwang, arquitecta paisajista y profesora de la Universidad Nacional de Singapur.
Con temperaturas máximas diarias que rondan los 31-33 °C durante todo el año, "siempre se necesita sombra", añade.
En cuanto a la sombra, casi todos preferirían un exuberante techo formado por las ramas y hojas de los árboles a uno tosco de aluminio, pero la vegetación no siempre es la solución, afirma Lea Ruefenacht, exinvestigadora de Cooling Singapore, una iniciativa gubernamental para el calor urbano.
Sin embargo, señala que los árboles generan refrigeración mediante la sombra y la liberación de agua al aire: en la húmeda Singapur, una mayor humedad puede agravar la situación.
Sombras verdes y grises
Para mayor comodidad, Ruefenacht recomienda un equilibrio entre tonos verdes y grises.
En Singapur, la sombra gris más densa se encuentra al ras del hormigón del bosque de rascacielos del centro.
Los promotores inmobiliarios deben proporcionar lo que las autoridades consideran suficiente sombra en las plazas exteriores, refrigerando al menos el 50% de las zonas de descanso entre las 9:00 y las 16:00.
La sombra puede provenir de diversas fuentes (árboles, sombrillas, toldos), pero en sus circulares diseños, las autoridades demuestran que también puede proporcionar la sombra penetrante de una torre cercana.
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Una zona comercial a un metro y medio de Little India, Singapur. Estos túneles porticados atraviesan las plantas bajas de las tiendas y viviendas de la ciudad.
Este enfoque contrasta con el de la ciudad de Nueva York, donde se desaconseja la sombra de los edificios en espacios exteriores, y la mera amenaza de su existencia puede frustrar un nuevo desarrollo.
En ese clima más frío, se indica a los promotores que ubiquen sus plazas en las aceras orientadas al sur, con luz solar, para generar calor invernal (de hecho, no se permite que las plazas estén orientadas al norte).
Singapur tiene una prioridad diferente.
Idealmente, los promotores ubican las plazas en la acera este de sus edificios, para que puedan refrescarse con la sombra de la tarde. Es un lugar inusual donde se fomenta la sombra urbana como un beneficio público.
"En las regiones tropicales del mundo, parte del problema siempre ha sido que los asentamientos heredan los códigos de construcción de las regiones templadas, y no necesariamente tienen los medios para revisarlos y preguntarse: '¿Esto nos conviene?'", cuestiona Kelvin Ang, director de conservación de la Autoridad de Reurbanización Urbana de Singapur.
"En Singapur, de alguna manera, existía una gran conciencia de que los códigos de construcción y los códigos de planificación debían fomentar la sombra, debido a la intensidad del sol", agrega.
Los urbanistas creen que si un espacio público no tiene sombra, nadie lo usará.
"Primero deme sombra"
A pesar de los posibles efectos sobre la humedad, el primer ministro Lee exigió árboles por todas partes, convencido de que un Singapur "limpio y verde" resultaría atractivo para los inversores extranjeros.
Bajo su mando, una recién formada unidad de parques y árboles embelleció los principales bulevares, cubriéndolos con las amplias copas de angsanas, árboles de lluvia, caobas y acacias.
"Las flores están bien", le dijo Lee al jefe del departamento, "pero primero deme sombra".
En la década de 1970, al implementar la tarifa de congestión y otros planes para que los singapurenses dejaran de usar el auto y se pasaran al transporte público, Lee centró su atención en las aceras, los cruces peatonales y las paradas de autobús, donde un sol abrasador podría haber ahuyentado a posibles nuevos usuarios.
En Los Ángeles, por ejemplo, los árboles son la última pieza del rompecabezas del diseño de calles, arrojados a través de hoyos de concreto y colocados desordenadamente en las aceras después de que se haya cavado cada bóveda y cada metro, se haya construido cada bordillo, se haya cortado cada cuneta y se haya vertido cada entrada.
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Muchas de las plazas y edificios de Singapur han sido diseñados para proyectar sombra y así ayudar a mantener más frescos a los peatones.
En Singapur, sin embargo, Lee ordenó a sus planificadores del uso del suelo que los consideraran desde el principio.
Los cables de electricidad aéreos que desfiguran las aceras de Los Ángeles y reducen la densidad de los árboles son escasos. La mayoría de los servicios públicos se instalan bajo tierra en bóvedas que discurren junto a los árboles de la calle y sus raíces.
La infraestructura verde es planificada por urbanistas, diseñada por agencias de obras públicas y gestionada por una junta de parques cuyo presupuesto se multiplicó por diez bajo el liderazgo de Lee.
La financiación y la coordinación han demostrado ser la diferencia entre un bosque urbano próspero y un montón de árboles urbanos tristes.
Además de las carreteras, los planificadores urbanos de Lee impusieron zonas verdes en desarrollos privados, regenerando una nueva ciudad jardín para compensar la selva tropical natural que prácticamente había desaparecido.
Factor de igualación social
El gobierno de Singapur tenía mucho poder. Gracias a las estrictas normas de dominio eminente, poseía aproximadamente el 90% del terreno, y los inspectores de construcción no autorizaban la ocupación de un edificio hasta que veían árboles en el suelo.
Las extensas urbanizaciones públicas de Singapur también contaban con césped, patios frondosos y senderos arbolados que conectaban con parques y reservas naturales.
Como resultado, los árboles abundan en Singapur, tanto en barrios ricos como pobres.
"No hicimos distinción entre zonas de clase media y clase trabajadora", escribió Lee en sus memorias, y señaló que habría sido "políticamente desastroso" para el Partido de Acción Popular.
Esto distingue a Singapur de las ciudades estadounidenses, donde la sombra es un indicador fiable de desigualdad económica.
Gracias a las inteligentes políticas de planificación de Lee, que incluyeron el desarrollo de miles de hectáreas de parques locales y ambiciosos esfuerzos de recuperación de tierras, Singapur logró algo notable: se volvió simultáneamente más denso y verde.
Las autoridades aseguran que el bosque urbano creció de 158.600 árboles en 1974 a 1,4 millones en 2014, en una ciudad que sumó tres millones de habitantes.
Hoy en día, casi la mitad de la isla está cubierta de pastos, arbustos y árboles de copa ancha, lo que echa por tierra la idea de que las ciudades no pueden dejar espacio para la naturaleza a medida que crecen.
"El entorno biofísico es un factor diferenciador", sostiene Daniel Burcham, exinvestigador de la junta de parques, al explicar el éxito de Singapur.
"Es fácil cultivar árboles cuando es verano todos los días y llueve más de 2 metros al año", agrega.
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A pesar de la vegetación y la sombra, Singapur todavía depende en gran medida del aire acondicionado para mantener frescos los hogares y las oficinas.
Pero sin consenso político, añade, no habría habido espacio para que esos árboles crecieran.
"Este era un objetivo que (el gobierno de Lee) iba a perseguir, y era una visión que todos compartían".
Burcham ahora enseña arboricultura (el cultivo de árboles y bosques) en la Universidad Estatal de Colorado en Fort Collins, una ciudad semiárida donde los líderes políticos tienen pocos años en el cargo, no décadas.
"Algunos caracterizarían a Lee Kuan Yew como un hombre fuerte o una figura semiautoritaria, y hasta cierto punto, eso es muy cierto", dice Burcham.
"Pero esto es algo positivo que surgió de ese sistema. Él estableció este objetivo y proporcionó recursos materiales y apoyo político para que la gente lo lograra", puntualiza.
Planificar la sombra
Si bien requeriría coherencia entre administraciones, no hay razón, en principio, para que los gobiernos elegidos democráticamente en ciudades tropicales como Miami u Honolulu no pudieran también sostener un proyecto así.
Entonces, ¿toda esta sombra protege a los singapurenses?
Por la tarde, las calles del distrito financiero de Singapur, a la sombra de los rascacielos, son las más frescas de la ciudad.
Este efecto desaparece al ponerse el sol y los edificios liberan la radiación solar que absorbieron.
Por la noche, los verdes jardines de una urbanización pública pueden ofrecer el mayor alivio, ya que el aire es entre 1 y 2 °C más fresco que las corrientes de aire que silban en una bulliciosa zona comercial.
El vínculo epidemiológico bien establecido entre la temperatura del aire y las enfermedades causadas por el calor indicaría que estos barrios más sombreados son, de hecho, los más seguros de Singapur frente al calor.
La infraestructura de sombra, como árboles y edificios, no será suficiente para contrarrestar todos los efectos del calentamiento global, pero marcará la diferencia.
Es improbable que los gobiernos locales estadounidenses puedan ser tan eficaces como el de Singapur, un estado-nación autocrático gobernado durante mucho tiempo por un hombre fuerte con un interés personal en la sombra.
La mayoría de las ciudades estadounidenses tampoco tienen la suerte de contar con el clima ideal de Singapur para el cultivo de árboles.
Pero Singapur demuestra lo que se puede lograr con la planificación gubernamental intencionada de la sombra.
Una ciudad más fresca para todos está al alcance. No creamos que es imposible.
* Este artículo se basa en un extracto del libro de Sam Bloch Shade: The Promise of a Forgotten Natural Resource, publicado en julio de 2025.