:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fa47%2Fa0a%2F91f%2Fa47a0a91fb32e5c40e3d486b7414193e.jpg)
Corea del Sur es el país con más operaciones de cirugía estética del planeta.
(Reuters/Kim Hong-Ji)
El ensayo 'Sobre la belleza', de Naief Yehya, disecciona los ideales que reflejan lo bello desde la prehistoria hasta la era de Instagram. En este fragmento se centra en las intervenciones estéticas como medio para alcanzarlos
Afirmar, sin humor o sarcasmo, ante cualquiera, que uno quiere ser más guapo o guapa de lo que es sigue considerándose una señal alarmante de vanidad o bien un deseo infantil y ridículo. Sin embargo, es incuestionable que prácticamente todo el mundo quiere verse mejor. Son pocas las personas que no se miran al espejo por lo menos una vez al día, especialmente antes de salir a la calle. En mayor o menor medida, todos somos conscientes y estamos pendientes de la imagen que proyectamos en los demás. Para algunos bastan el agua y el jabón, otros muchos necesitan un peine, para otras es indispensable el maquillaje, pero son millones los que invierten fortunas en procedimientos de belleza que van de lo placentero a lo doloroso e incluso peligroso, con tal de verse mejor.
La forma más agresiva de modificación y arreglo de la apariencia es la cirugía plástica, que se ocupa, entre otras cosas, de cortar la piel, succionar grasa, modificar las estructuras óseas o los cartílagos. En esencia, estos procedimientos pueden ser de dos tipos: reconstructivos (como el trabajo quirúrgico dedicado a reparar daños físicos de origen catastrófico, accidental, congénito o por deformidad) y correctivos (asociados con el mejoramiento de la autoestima, el estatus social e incluso las oportunidades profesionales). Los primeros tienen como objetivo una normalización de la apariencia y en algunos casos suponen una mejora de la salud y las funciones fisiológicas. Las personas que se someten a los segundos procedimientos no son consideradas pacientes sino clientes, y sus deseos están estrictamente relacionados con juicios estéticos y con la infelicidad o frustración que les produce su cuerpo. La realidad es que en muchos casos la línea entre lo reconstructivo y lo correctivo es tenue, y tiene que ver con una insatisfacción.
Durante la Ilustración surgió la idea de que el ser humano podía reinventarse porque se abrió la perspectiva de liberarse de las cadenas sociales y económicas impuestas por la clase social a la que uno pertenecía. A esto se sumó, gracias a los avances tecnológicos de la época, la posibilidad de alterar las características faciales y corporales para hacerlas más agradables a la vista. En un mundo que se urbanizaba vertiginosamente, la apariencia física comenzaba a cobrar una gran importancia. El desarrollo científico prometía remediar los defectos del cuerpo, haciendo a las personas más bellas y deseables. Ya a finales del siglo XVI los cirujanos renacentistas ensayaron la cirugía estética. Su principal tarea en este campo era la reconstrucción de narices y de otros órganos destruidos por la sífilis, para evitar el estigma social que eso implicaba.
Se considera a Gaspare Tagliacozzi (1545–1599) uno de los pioneros de la cirugía plástica por sus logros en la reconstrucción de narices mediante injertos de piel. Era un procedimiento peligroso, que supuestamente tardaba alrededor de un mes en llevarse a cabo. Como señala el historiador de la medicina Sander Gilman, Tagliacozzi enfatizaba que sus procedimientos no eran cosméticos, sino que trataban de sanar el espíritu del paciente. La cara era para este médico el espejo del alma, como había propuesto Galeno. Sus técnicas daban a los enfermos la oportunidad de “pasar por” sanos.
A mediados del siglo XIX resurgieron una variedad de técnicas quirúrgicas que habían dejado de utilizarse. Esto se debió en gran medida al trabajo del cirujano alemán Johann Friedrich Dieffenbach (1792–1847), conocido como el “padre de la cirugía plástica”. Con este término comienzan a nombrarse una serie de procedimientos quirúrgicos específicos para la cara y el cuerpo, como la rinoplastia y la blefaroplastia. Estas dos operaciones son hoy tan populares que algunos ni siquiera las consideran cirugía.
La cirugía estética moderna aparece en 1890, cuando comienzan a operarse rostros y cuerpos que no padecen malformaciones
La cirugía estética moderna aparece en 1890, cuando comienzan a operarse rostros y cuerpos que no padecen malformaciones pero cuyo aspecto se aspira a mejorar por cualquier motivo. La práctica adquiere pronto una connotación claramente racial, pues lo que se busca más a menudo es eliminar rasgos étnicos, como la nariz corva que era asociada con los judíos, la achatada propia de los negros o los ojos oblicuos asociados con la apariencia asiática. Todo en un afán de “pasar por” algo que no se es, de crear una nueva apariencia para reinventarse y así ser mejor aceptado.
Los cirujanos que hacían este tipo de intervenciones eran considerados no tanto médicos como estafadores que brindaban a sus pacientes la oportunidad de “engañar” a la sociedad ya fuera invisibilizando las huellas de un mal pecaminoso, como la sífilis, ya borrando las diferencias de sus rasgos con los del grupo racial y social dominante, como señala Gilman.
Con la aparición de la anestesia de éter en 1846, creció el número de clientes dispuestos a hacerse operaciones para cambiar su fisonomía. A partir de 1867 las cirugías se volvieron mucho más seguras gracias a la proliferación de métodos antisépticos. La anestesia local comenzó a ser usada en 1880 y con ella disminuyeron los casos de muertes bajo anestesia general.
Desde sus comienzos, la cirugía plástica contó con menos crédito y prestigio que el resto de las especialidades médicas. Quienes se sometían a ella sin necesidad quedaban lejos de suscitar la empatía que comúnmente despiertan los enfermos o las víctimas de accidentes. Muchos de los cirujanos plásticos de finales del siglo XIX tenían una preparación nula o básica y los clientes se jugaban la vida con sus bisturís. De ahí que no faltaran médicos que denunciaban como curanderos (quacks) y charlatanes a los cirujanos de la belleza.
Muchos de los cirujanos plásticos de finales del siglo XIX tenían una preparación nula o básica y los clientes se jugaban la vida con sus bisturís
La Primera Guerra Mundial dio la oportunidad a muchos cirujanos de probar nuevas técnicas con las víctimas desfiguradas por el combate, los tristemente célebres gueules cassées (‘caras rotas’). Dado que la mayoría de la clientela de los cirujanos plásticos son mujeres (el 86,7 % del total de las cirugías cosméticas en el mundo entero se realizan en mujeres, de acuerdo con la organización Statista), se tiende a considerar que esta especialidad se orientó desde el principio a satisfacer sus demandas. Pero la realidad es que la cirugía estética no privilegia a ninguna categoría específica, y una historia de la misma que únicamente tuviera presente la perspectiva de género distorsionaría el papel y la definición del paciente, así como del cirujano, como escribe Gilman.
La celebrada teórica y académica Anne Balsamo dice que “la cirugía estética representa una forma de significado cultural donde podemos examinar la reproducción literal y material de los ideales de belleza”. Más adelante afirma: “La cirugía estética no es simplemente un lugar discursivo para la ‘construcción de imágenes de mujeres’, sino un espacio material en el que el cuerpo físico femenino es disecado, estirado, esculpido y reconstruido de acuerdo con estándares culturales y eminentemente ideológicos de apariencia física”.
El 86,7 % del total de las cirugías cosméticas en el mundo entero se realizan en mujeres
Si bien la cirugía plástica electiva —entendiendo por tal la que no es necesaria, por lo menos en lo inmediato— se ha normalizado y cada día es más común como tecnología disponible para la mujer no solo para complacer a los hombres sino para satisfacer sus propias necesidades y deseos, habrá siempre quienes la vean como una tecnología de sometimiento a los estándares y de renuncia a la individualidad, de “devaluación del cuerpo material”, en palabras de Balsamo. Pero Balsamo también anota que la cirugía plástica es una práctica en la que —conscientemente— la mujer hace que su cuerpo signifique algo para ella misma y los demás. De manera semejante a los tatuajes y los piercings, es una manera de poner en escena una identidad cultural.
Determinadas operaciones de cirugía estética se han vuelto extremadamente populares en las primeras décadas del siglo XXI y hasta cierto punto se han abaratado, con lo que someterse a ellas es considerado como algo comparable con la moda del vestir, el ejercicio físico y la terapia psicológica. Tan solo en Estados Unidos, el país líder en esta tendencia, en 2022 se llevaron a cabo oficialmente (no se cuentan los realizados clandestinamente) más de 26,2 millones de procedimientos quirúrgicos cosméticos y tratamientos, desde los más complejos hasta los mínimamente invasivos. Las cirugías más populares fueron, en este orden: aumento de senos, liposucción, remodelación de la nariz, cirugía de los párpados y abdominoplastia. Los procedimientos menos invasivos son las inyecciones de bótox, los rellenos de tejidos blandos, la exfoliación química, la depilación láser y la microdermoabrasión. Conforme a las estadísticas de la Sociedad Estadounidense para la Cirugía Plástica Estética, el aumento de intervenciones es del 457 % entre 1997 y 2018. En este año, en Estados Unidos se gastaron 16,5 mil millones de dólares en este tipo de procedimientos. De todos ellos, solo el 9 % fueron realizados en hombres. Además, es llamativo que países con serios problemas económicos y de desigualdad social, como México y Brasil, ocupen lugares muy altos entre aquellos en que se hacen más operaciones y procedimientos estéticos.
En 2022, más de nueve millones de estadounidenses recibieron inyecciones de bótox y más de tres millones se inyectaron relleno para labios y otras partes del cuerpo. Llama la atención el dato de que un porcentaje superior al 50 % de estos procedimientos los solicitan personas cuyos ingresos familiares los asignan a la clase media. Y dado que este tipo de tratamientos rara vez son cubiertos por los seguros médicos, eso indica que la gente está dispuesta a grandes sacrificios para modificar su apariencia.
Las operaciones más populares son: aumento de senos, liposucción, remodelación de la nariz, cirugía de los párpados y abdominoplastia
Jason Diamond, célebre cirujano plástico de Beverly Hills, define su trabajo así: “Siempre estamos intentando crear un equilibrio en la cara. Y cuando miras a Kim [Kardashian], Megan Fox, Lucy Liu, Halle Berry, encontrarás elementos en común: los pómulos altos contorneados, la barbilla fuerte y proyectada, la plataforma plana debajo de la barbilla que forma un ángulo de noventa grados”. Numerosos cirujanos plásticos afirman que sus clientes a menudo se presentan en la oficina con fotos de sus celebridades favoritas para que les sirvan de modelo. Pero también los filtros y aplicaciones para modificar rostros han sido fundamentales en la manera en que se ha popularizado la cirugía plástica, ya que no es raro que las pacientes ofrezcan a sus doctores imágenes suyas que ellas mismas han manipulado digitalmente, para que sean tomadas como referencia para sus cirugías, por mucho que a menudo esas fotos reclamen intervenciones irrealizables o irreales, como por ejemplo tener ojos más grandes o hacer desaparecer del todo las líneas nasolabiales, las de la risa, que van de la nariz a los extremos de la boca, y sin las cuales una cara no parecería realmente humana.
El trabajo del cirujano plástico siempre se realiza en caras y cuerpos singulares a los que aplican medidas y lineamientos generales con el fin de acercarse lo más posible a los ideales dominantes. Los labios carnosos tan comunes actualmente, resultado de altos niveles de estrógeno, fueron popularizados por la cultura de las celebridades e influencers, y las Kardashians son su principal motivación. La masificación de estos procedimientos implica una estandarización de las apariencias, la creación de una especie de hermandad de rasgos manufacturados en pos de un ideal de belleza dominante. Esto ha popularizado procedimientos que antes eran exóticos, inusuales o prácticamente desconocidos, como puede ser la cirugía de reducción o reconfiguración de los labios vaginales, el rejuvenecimiento o esculpido de los pezones o los implantes de glúteos. Parte de estos tratamientos son un reflejo de la pornificación de la cultura y de la aspiración a cumplir con los estándares de las y los modelos que protagonizan los vídeos pornográficos.
Si bien es imposible negar que la imagen de la belleza caucásica sigue dominando en los medios de comunicación, el “modelo Kardashian” se ha impuesto en buena parte del mundo. Cabe sostener que, al menos en estos tiempos, su ideal de belleza se ha universalizado y consiste en una colección de rasgos híbridos en los que se superponen diferentes etnicidades: la piel bronceada, las caderas anchas, los labios carnosos, los senos grandes y redondos, la nariz puntiaguda.
Anthony Elliott, autor del ensayo Making the Cut, en donde explora cómo la cirugía cosmética transforma a la sociedad, señala tres factores cruciales en las modificaciones de la apariencia. El primero es el culto de las celebridades. El segundo, el consumismo y la posibilidad de mejorar el aspecto tanto del propio rostro como de diferentes partes del cuerpo. El tercero, la economía globalizada, que tiene impacto en el empleo y la flexibilidad de la identidad.
Cuando los cosméticos y la cirugía plástica se emplean en narices, párpados, mandíbulas y dentaduras para modificar características no deseadas y que no son resultado de los efectos de la edad, tenemos que, en esencia, de lo que se está tratando es de engañar a la evolución. Estos métodos diseñados para alterar u ocultar los supuestos defectos en la apariencia física, así como para enfatizar el atractivo al acentuar, agrandar, marcar, reducir, disimular, mutilar o transformar rasgos de la fisonomía, tienen la singularidad de que alteran el aspecto pero obviamente no el código genético. Es decir, que estos supuestos defectos o imperfecciones rechazados por la persona se mantienen latentes en los genes para resurgir en sus descendientes, en el caso de que los tenga. De esta manera es casi inevitable que un hijo o hija herede las características que fueron corregidas por su madre o padre en sus propias fisonomías. Es de imaginar que ellos también quieran eliminar ese rasgo en su descendencia, y que al hacerlo se perpetúe la imposibilidad de aceptar las características heredadas y se desarrollen fijaciones obsesivas con lo que se percibe como defectos o deformidades.
La cirugía plástica ofrece el ideal de un mundo sin diferencias, donde todos son felices con su apariencia, donde la estandarización del ideal no deje a nadie fuera, donde todo mundo pueda “pasar por” lo que sea que ambicione; supone escapar de las categorías negativas en que se tiende a encasillar a determinadas personas por su apariencia y adoptar los rasgos físicos del grupo dominante. Esta es una fantasía cíborg por excelencia: ingeniería social por medio de la modificación corporal.
De lo que se trata antes que nada es de no llamar la atención de manera negativa, y, en segundo lugar, complacer con lo convencional, lo común. Para eso recurrimos a un cuerpo simbólico, modificado, capaz de contender con las exigencias sociales, aunque su utilidad sea limitada y eventualmente la carne traicione al ideal de belleza, envejezca, se colapse, se arrugue y se deteriore. Es obligado considerar también que el número de procedimientos cosméticos masculinos se ha multiplicado en los últimos años, y que sus principales beneficiarios son hombres de negocios, ejecutivos de corporaciones, políticos, abogados y profesionales que creen que necesitan de una apariencia juvenil y atractiva para sobrevivir y ser competitivos en el mercado laboral. Por tanto, no consideran estas modificaciones como un síntoma de vanidad o narcisismo, sino como inversiones profesionales.
Hombres de negocios, políticos, abogados y profesionales creen que necesitan de una apariencia juvenil y atractiva para ser competitivos
En las últimas décadas los procedimientos de belleza de Corea del Sur se han convertido en una obsesión planetaria. Es el país con más cirugías plásticas cosméticas per cápita en el mundo, con entre 13,5 y 20 procedimientos por cada 1000 individuos, y una de cada tres mujeres entre 19 y 29 años han tenido algún tipo de intervención. Pocas culturas tienen una obsesión semejante a la coreana con tener la piel “naturalmente pálida y brillante, lo que llaman ‘piel de cristal’”, un mentón suave en forma de uve, ojos grandes (con la ayuda de la blefaroplastia o cirugía de doble pliegue del párpado, uno de los regalos de graduación más populares en el país), labios carnosos y un cuerpo delgado y atlético. La obsesión popular con estas características tiene orígenes en la tradición, el confucianismo y el clasismo. Su impacto se ha debido en buena medida al éxito mundial del k-pop y sus atractivos ídolos. Esto ha dado lugar a una sociedad que tal vez como ninguna otra aspira a una homogenización de las apariencias.
* Sobre la belleza' (Alpha Decay): Este ensayo de Naief Yehya sobre la belleza humana, más en particular la femenina, parte de la certeza de que la apariencia ocupa un lugar crucial en nuestras vidas y opera como un "campo gravitacional" que distorsiona percepciones y moldea comportamientos. Trazando un arco fascinante desde la prehistoria hasta la era de Instagram, de los primeros pigmentos y ornamentos corporales a la cirugía genética, Yehya demuestra que la tecnología ha sido siempre el mediador clave en la construcción de ideales de belleza.