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Angela Merkel se niega a que el BCE ayude a los países del sur. Podría cambiar de opinión si la crisis empeora, pero se arriesga a que ya sea demasiado tarde.
Las dos hileras de dientes afilados son la prueba de que los lobos no se alimentan de sueños. Las mandíbulas afiladas de Berlín son la línea U-8 del metro, que recorre la ciudad de Norte a Sur, y el tren metropolitano S-Bahn, que atraviesa la capital alemana de Este a Oeste. Si hay que pasar a la categoría (Alemania es rica y manda más que nunca; Berlín es menos rica, pero sexy), lo mejor es hacerlo sin perder la anécdota de vista: viendo la capital alemana desde el vagón, no parece que esta sea la tierra prometida.
Los mil matices paradójicos que forman el tejido de un país dejan en Alemania una fenomenal historia de éxito si se atiende a las grandes cifras. Una economía que en plena debacle europea crecerá al 3% este año, una industria competitiva que exporta a manos llenas, cuyo paro está en mínimos históricos, cuyas empresas son la envidia del Atlántico norte, cuya deuda paga intereses misérrimos mientras en otros lugares el incendio fiscal es abrasador. Esa especie de paraíso de la economía, la disciplina y el rigor tiene su contrapunto en la línea U-8: la capital alemana es fascinante -marca tendencia en moda, diseño, música-, pero a la vez basta un paseo en metro para quedarse con otro Berlín en la retina. El de los barrios destartalados de esta ciudad eternamente inacabada; el de los pobres que aparecen y desaparecen en las estaciones; el paisaje de alcohol, drogas e inseguridad de algunos rincones anecdóticos, pero impactantes, a solo unas paradas del centro. Aquí y allá, vislumbres de esos siete millones de alemanes que ganan 400 euros al mes con los denominados miniempleos: "Lo que en España o Italia son parados, en Alemania son subempleados", apunta una mujer de mediana edad desde su asiento tras enterarse de que hay un periodista español en el vagón tratando de explicar qué diablos piensa Alemania de Europa. "Aquí no somos tan ricos. Por eso estamos en contra de los rescates. Porque no somos tan ricos y porque mucha gente como yo teme por la pensión y los ahorros, porque llevamos 15 años apretándonos el cinturón y ahora les toca a otros".
Les toca a otros: argumentos nacionalpopulistas que han brotado tras unos años en los que, efectivamente, Alemania hizo los deberes, activó duras reformas, congeló los sueldos, transformó el mercado laboral y puso los cimientos de la solidez económica que ahora muestra, solo manchada por la desigualdad galopante entre ricos y pobres. Clichés, tópicos, gratuidades racionalizadoras y moralizadoras: de eso, entre otras cosas, está hecho el discurso en Alemania (los vagos del sur que llevan años viviendo por encima de sus posibilidades y han puesto en peligro el euro). De la misma manera, esos lugares comunes se aplican en el resto de Europa para definir a Alemania (ese país espartano que quiere imponer disciplina, austeridad luterana y rigor fiscal a todo un continente de pecadores fiscales). Un discurso peligroso por ambos lados. Pero un discurso que cala incluso en las élites: "Alemania se ha convertido en el acelerador de la regresión de la solidaridad que afecta a toda Europa", ha dicho el filósofo de cabecera de Alemania, Jürgen Habermas.
"¿Por qué Europa?", se preguntaba la canciller Angela Merkel en el Bundestag, cámara baja del Parlamento alemán, allá por 2006. La respuesta era relativamente sencilla antes de la madre de todas las crisis: Europa es el primer destino de las exportaciones alemanas, el euro ha sido una moneda estable y ha mantenido embridados los precios durante una década; Alemania, a pesar de todo, está teniendo una crisis estupenda, y ese sortilegio de la "Alemania europea" de los Adenauer, Kohl y compañía ha mantenido bajo control a los demonios tradicionales del país: el miedo a que resurjan extremismos de cuyo nombre nadie quiere acordarse.
Pero eso era antes. La crisis es una especie de gozne para esa historia de amor entre Alemania y Europa que ha caracterizado los últimos 60 años, los posteriores a la tierra quemada de la II Guerra Mundial. Todo eso está cambiando. No hay desamor, pero quizá puede que haya algo de desencanto. "Europa es mi pasión, pero es una pasión a la Merkel", ha dejado dicho la propia canciller: Europa se ve desde las calles de Berlín, y desde algún despacho oficial, con cierta desconfianza. Y viceversa: la mecha de la germanofobia prende en toda Europa. "Alemania: es hora de que aprendas cuán implacablemente se te odia", escribe el sociólogo Ulrich Beck en su último libro.
La Alemania europea ha dejado paso a una Europa más alemana que nunca. Los acuerdos de la última cumbre europea son una especie de diktat, algo que en Grecia algún periódico ha llegado a llamar, en un exceso propio de estos tiempos excesivos, IV Reich: austeridad, disciplina fiscal, sanciones para los incumplidores, reglas de déficit cero en las constituciones, cambios en los tratados y todo ese lenguaje de cartón piedra de esta época con el sello inconfundible del método alemán. Merkel ha conseguido todo lo que quería. Pero, atención, "esta crisis es financiera y está provocada por los excesos de los últimos años, por la acumulación de deuda privada, por los graves desequilibrios comerciales europeos, de los que Alemania tiene parte de culpa. No es un problema de deuda pública, aunque Merkel se empeñe e imponga austeridad y dogmas. No va a funcionar: vienen tiempos de depresión y todo eso volverá hacia Berlín como un bumerán: ¿quién va a comprar BMW dentro de un par de años en los tradicionales mercados alemanes del sur de Europa con esta cura draconiana?", cuestiona Ulrike Guérot, del think tank CEPR.
Pero ese acuerdo es el que quería Merkel. El guion de Europa lo escribe Merkel, y como mucho lo explica Sarkozy: la canciller se ha hecho con las riendas de la UE y el mundo entero escruta cada uno de sus gestos para saber cuál va a ser su próximo paso. Que nadie espere trucos: "Esta crisis no se puede resolver con una varita mágica", dijo en agosto. Merkel no va a ejercer de hada madrina, pero el suyo es el asiento del conductor. La pregunta es qué liderazgo va a ejercer. Y para ello hay que bucear en su currículo.
El itinerario personal de la canciller es conocido: hija de un pastor protestante, creció en el Este, tiene formación científica y una vocación política tardía: el día en que cayó el Muro se quedó en la sauna, y solo al caer la noche se dio un corto paseo por el Oeste. En medio de la deriva euroescéptica de Alemania, de Europa entera, su liderazgo está en perpetua crisis: la UE solo avanza a golpes, y ni los alemanes ni los europeos parecen cómodos con el liderazgo de Berlín. Para entender a la democristiana Merkel hay que fijarse en la desconfianza que se ha granjeado en Bruselas, pero también en Atenas, Lisboa, Dublín, Madrid y Roma. Y hay que poner el oído en lo que dice la gente que va en el metro de Berlín. Y quedarse con un par de anécdotas que puede que expliquen algunas cosas. Una: conoció a su primer marido, Ulrich Merkel, en la universidad. Durante tres años compartieron un apartamento en Berlín mientras ella completaba su doctorado en Física. Un día, mientras Ulrich estaba fuera, simplemente se fue. Sin previo aviso. De todo lo que compartían solo cogió la nevera. Su biógrafo cuenta que esa es Angela Merkel: una mujer que se va de casa con la nevera. Y dos: cuando estaba en la escuela, en su primera clase de natación decidió quedarse tumbada en el trampolín, incapaz de saltar al agua. Mientras los demás chapoteaban, ella no acababa de lanzarse: solo cuando sonó el timbre que anunciaba el final de la clase decidió tirarse. A ultimísima hora, sobre la campana.
"Esa historia se anticipa varias décadas a lo que ha ido haciendo la canciller a lo largo de esta crisis: Merkel se ha negado a dar un solo paso hasta que ya no ha tenido más remedio; pero al final ha avanzado, rompiendo incluso algunos tabús", apunta Joachim Bitterlich, exasesor de Helmut Kohl. "Esa anécdota funciona incluso como un indicio de lo que puede ocurrir: la canciller ha impuesto sus ideas, pero se sigue negando a aceptar a cambio soluciones como los eurobonos o la compra masiva de deuda, que levantaría ampollas entre los alemanes, en el Bundesbank y en Karlsruhe [sede de un Tribunal Constitucional temido en Europa]". Merkel tiene que lidiar con el ala derecha de su partido y con los liberales, que no aceptan esas salidas por razones históricas, por el miedo a la inflación, porque la gente de la calle tampoco las quiere. "Pero Europa está ante un momento muy difícil. Las decisiones que ahora se tomen marcarán el futuro de una generación. Para cambiar ese discurso euroescéptico que se impone hace falta liderazgo, visión de futuro, una narrativa clara de la Europa que queremos. Merkel ha dado pasos en esa dirección, pero carece de esa visión: carece del tipo de liderazgo capaz de arrastrar a la ciudadanía", sostiene Bitterlich en su despacho del grupo Veolia, a cuatro pasos de la Puerta de Brandeburgo.
Fuera de Alemania, las sensaciones son parecidas. El expresidente español Felipe González ha pasado por Berlín esta semana y deja sus impresiones en declaraciones a este periódico: "Es evidente que la Alemania europea que quería Kohl y la generación de líderes alemanes de esa época está desapareciendo. Merkel cree que el resto de Europa tiene que seguir pautas alemanas. Es un error, en primer lugar político, pero también económico, con graves consecuencias para el conjunto de la Unión, incluida Alemania". González deja un toque de atención: "Políticamente se están generando pulsiones nacionalistas en todos los países. El nacionalismo, con sus secuelas de populismo y rechazo al otro, ha sido el virus destructor de Europa durante un siglo". Y discute el recetario aprobado en Bruselas con el sello alemán: "Se está haciendo poco, tarde y mal. Se olvida que el problema del euro no es de solvencia, aunque haya que controlar rigurosamente y con ritmos adecuados los déficits y la deuda, sino de liquidez y crecimiento generador de empleo. Esto es precisamente lo que estamos agravando con decisiones equivocadas, que nos llevarán a una contracción económica brutal: el efecto será más paro, más ajuste, más dificultad para reducir los desequilibrios que se pretenden combatir. Como se siga en esta deriva, vamos a provocar innecesariamente problemas de solvencia. Alemania cree que será inmune a las consecuencias de la contracción de las economías de Italia, España, Francia y otros; no será así. He percibido que no hay una sola posición en Alemania, por eso tengo esperanza de que las cosas cambien. Aunque debo reconocer que será (una vez más) muy tarde y demasiado doloroso para los ciudadanos que no provocaron la crisis".
Las razones de los alemanes son poderosas: pertenecen al ámbito de la historia económica, pero también al de la sociología económica. Alemania tiene un miedo atroz a las subidas de precios, pero no solo por las archicitadas razones históricas, la famosa hiperinflación de Weimar. Los alemanes son grandes ahorradores, y la inflación funciona como un impuesto que se come los ahorros. De ahí que no guste la compra de bonos por parte del banco central -que, salvo en Alemania, se percibe como la única salida del laberinto europeo a corto plazo- por sus efectos nocivos si la inflación aumenta. "No sé si queda claro: no a los eurobonos, no a la compra masiva de bonos", reitera Merkel en cada una de sus comparecencias. Aunque incluso Berlín empieza a abrir la mano: entre bastidores se considera que, en última instancia, si a Europa se le va de las manos la disciplina de mercado impuesta por Alemania, el BCE podría abrir fuego. Pero no ahora: ni la situación es tan grave, sostienen varias fuentes en Berlín, ni se han hecho las reformas imprescindibles para que los alemanes se traguen esa píldora.
Un portavoz del Ejecutivo lo expresa así: "El problema básico al que se enfrenta la zona euro es la falta de confianza en la capacidad de algunos Estados para hacer frente a sus deudas. El camino a seguir es una unión fiscal: 26 países han decidido ir por este camino. El Gobierno alemán cree que cualquier decisión a favor de los eurobonos ahora estaría enviando una señal equivocada, destruyendo cualquier incentivo para hacer lo que se tiene que hacer. El desequilibrio entre una unión monetaria y las políticas fiscales todavía nacionales tiene que ser superado. Al final de todo, si ese proceso es un éxito, será posible volver a pensar en instrumentos de deuda comunes [eurobonos]. Pero solo después de haber establecido una verdadera unión fiscal". Ese último matiz es importante. La traducción libre de esa doctrina es la negativa a las compras de bonos, la negativa a los eurobonos, el ya mítico nein merkeliano a todo. Pero solo por ahora: las cosas pueden cambiar y después del palo (en forma de recortes) vendrá la zanahoria (el bazuca del BCE, eurobonos).
Pero en Berlín hay voces disonantes. Achim Post, secretario internacional del socialdemócrata SPD, recuerda que los continuos palos en las ruedas de Merkel y su Gobierno a la solución al problema europeo "le han hecho perder elecciones en un land tras otro: eso demuestra que la respuesta que quiere la gente no es más nacionalismo, sino más Europa. La austeridad es la vía equivocada: las desigualdades están creciendo en Europa, e incluso en Alemania, con estos programas de recortes que no son más que una segunda revolución conservadora. Las socialdemocracias europeas se suicidaron hace años cuando abrazaron ese ideario. Es hora de cambiar". Las elecciones se celebrarán en 2013: de momento, las encuestas muestran un empate virtual entre el partido de Merkel y los socialdemócratas, un desplome de los liberales y un rápido ascenso de los Verdes. La gestión de la crisis será fundamental. Y ahí Merkel, de momento, no las tiene todas consigo.
En la academia hay también voces que disparan en contra de la gestión del Gobierno. Sebastian Dullien, de la Universidad HTW, opina que Merkel "no ha entendido una sola palabra de qué va esto". "Sigue convencida de que los excesos fiscales causaron la crisis y que hay que apretarse el cinturón. No hay una sola voz en el Gobierno que reclame una estrategia de crecimiento para Europa, que pasa por aumentar el consumo interno en Alemania: por un plan de estímulos potente. A cada declaración desafortunada de Merkel, Alemania paga menos por su deuda y provoca aumentos de los tipos de interés en Italia, en España, incluso en Austria, Bélgica o Francia. Eso puede acabar trayendo problemas". El economista Joerg Bibow es aún más duro: "Merkel ha ido por detrás de los acontecimientos y sigue escuchando a asesores borrachos de ideología económica alemana: los viejos dogmas antiinflacionistas, esa locura de la disciplina de mercado que puede provocar una crisis existencial en Europa". "Merkel solo ha dado un paso atrás, y muy suavemente, cuando ha visto que también a Alemania llegará la recesión en 2012", declara. Aunque quien más claro lo dice es uno de los sabios del comité de asesores económicos de Merkel, Peter Bofinger, un economista keynesiano en Alemania: "Mi impresión es que Berlín quiere una camisa de fuerza para sus socios basándose en la fe completamente equivocada en que la rectitud fiscal es la clave para estabilizar el euro. Pero confío en que al final el BCE se atreva a dar el paso".
Pero Merkel no escucha esas críticas. Al contrario: cierra filas con la austeridad y la disciplina. Su definición de unión fiscal supone un ajuste deflacionario y sin eurobonos. Alemania se ha atrincherado ahí, y no cabe esperar ni el bazuca del BCE ni los esquemas de garantía de deuda que serían los eurobonos a corto plazo, al menos hasta que vuelvan los líos -que volverán- a los mercados de deuda. Europa ha hecho todo, prácticamente todo lo que Alemania quería; cabe preguntarse qué más tendrá que pasar para que Berlín abra la mano. Porque el drama no ha acabado. España y sobre todo Italia tienen ante sí un 2012 peliagudo, una recesión profunda y multimillonarios vencimientos de su deuda. "Los mercados son los mercados", decía hace unos días Jacques Delors en un remedo de aquel genial "fútbol es fútbol", y están esperando esa señal para mostrar los colmillos. Puede que Europa necesite ser más alemana, pero es seguro que necesita una Alemania menos alemana, una Merkel con un enfoque menos moralista ahora que la historia llama a su puerta. Los lobos están cerca, y ya dijo el poeta que dos hileras de dientes afilados son la prueba irrebatible de que ni siquiera en esta Europa que se empeña en precarizar su identidad, su viejo modelo económico y social, se alimentan de sueños.
Por CLAUDI PÉREZ from elpais.com 18/12/2011
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