La reina Isabel I de Inglaterra sentó un precedente en el arte de firmar.
Ha habido llamados para desfasar las rúbricas de la industria
bancaria. ¿Pero es realmente el momento de dejar atrás nuestros autógrafos
personales?
¿Lleva su firma una voluptuosa "y" o "g"? ¿O un punto en forma de corazón
sobre la "i"? ¿Es pequeña y ordenada o vasta y extensa?
Podría haber pasado años perfeccionando cada contorno. O quizás sea un
garabato hecho con desgano para salir del paso.
Como sea, usted tiene una firma. Está en su pasaporte, sus tarjetas de débito
y su licencia de conducir, tan importante como su fecha de nacimiento o su
número de documento de identidad.
Tal vez ya no sea para siempre.
La firma está en retirada. Los pagos sin contacto y la biometría la hacen
teóricamente superflua y los expertos dicen que son más seguros y difíciles de
falsificar.
Ahora que las tarjertas de garantía de cheques son cosa del pasado, rara vez
la cajera del supermercado revisa superficialmente el reverso de su tarjeta Visa
o American Express. Excepto en Estados Unidos, por supuesto.
Los representantes menos sentimentales de la industria financiera dicen que
ya es tiempo de acabar con esta costumbre.
En el mundo digital, muchísimos jóvenes apenas usan la escritura cursiva,
mucho menos la firma, argumenta Brett King, jefe ejecutivo de Moven, la cuenta
de débito basada en aplicaciones para teléfonos celulares. Hay maneras mucho más
seguras de evitar el fraude. Por tanto, es tiempo de avanzar, cree.
"La rúbrica es un artefacto que ya no necesitamos", afirma King. "Es un
vestigio de otra era. Creo que habrá una evolución natural cuando la firma sufra
una muerte lenta".
Aún así, hay algo profundamente satisfactorio al hacerlo.
Firmas ilustres
Es la única floritura de la personalidad que uno se permite al pie de una
carta de negocios cuidadosamente mecanografiada. Es el garabato en una tarjeta
de felicitaciones que muestra que un ser querido está pensando en uno. Es el
autógrafo que uno perfeccionó de adolescente con la ilusión de convertirse en
estrella pop o héroe deportivo.
Es una manifestación de gracia y dignidad.
Cuando Jack Lew fue propuesto como secretario del Tesoro de EE.UU. -lo cual
implicaba que su firma aparecería en todos los billetes de un dólar- muchos se
rieron de su rúbrica de bucles, cual sacacorchos. El presidente Barack Obama
anunció, aparentemente como una broma a medias: "Jack me asegura que va a
trabajar para hacer al menos una letra legible, para que no se degrade nuestra
moneda".
El diseño minimalista de la firma del ministro de Industria británico, Vince
Cable -una línea y un punto, más parecida a una carita sonriente que a una
expresión de caligrafía- fue objeto de burla.
La gente espera más de la escritura de sus líderes.
La norma establecida por la reina Isabel I -cuya elaborada inscripción real
es quizás una de las más famosas en la historia- es difícil de igualar.
La artística rúbrica de John Hancock en la Declaración de Independencia de
EE.UU. es tan celebrada, que su nombre se convirtió en sinónimo de "firma" entre
los estadounidenses.
Es más, las firmas tienen una larga historia en la cultura humana.
Una tableta de arcilla de Sumeria, de 3100 antes de Cristo lleva el nombre
del escriba Gar Ama. Los romanos las usaban al menos desde el reinado de
Valentiniano III, en 439. El Cid dejó una en 1069, pero no fue sino hasta que el
Parlamento aprobó el Estatuto de Fraudes en Inglaterra en 1677 -que requirió la
firma de contratos- que se convirtió en la demostación de asentimiento más
común.
Para su época, fue una garantía efectiva contra el fraude, aunque nunca
enteramente a prueba de fallas. Pero ahora ha sido superada.
Desplazada por la tecnología
EE.UU. es uno de los pocos países industrializados que requiere firmas en los
puntos de venta en lugar del sistema británico Chip and PIN, y según se
informa, allí ocurren más fraudes con tarjetas de crédito que en el resto del
mundo.
Comparada con una huella dactilar o un escaneo ocular, "es relativamente
fácil de copiar o alterar", indica el experto en fraude de identidad Tom
Craig.
Tal vez por esto se sienta extraño que donde más se usa la firma es en el
sistema bancario: en las cosas realmente importantes, como una solicitud de
hipoteca o un gran retiro de dinero de una sucursal.
Pero siempre hay un sistema de controles alrededor de la firma
-identificación fotográfica o verificación de crédito- que muestre que se puede
confiar en la firma por sí misma. Existe en la forma del asentimiento a un
acuerdo pero mucho menos como identificador.
Es cuestión de tiempo que la tecnología de reconocimiento de voz o la
biometría la reemplace del todo, cree Craig. "Puedo ver la muerte de la firma,
no en el futuro cercano, pero eventualmente".
Las alternativas ya están bien establecidas. En 2000, el presidente Bill
Clinton estampó la primera firma electrónica a una ley estadounidense. Ahora
Obama tiene una máquina de firmar que usó para poner su rúbrica en las leyes
cuando fue de vacaciones a Hawai.
Igualmente, la escritora Margaret Atwood creó un dispositivo llamado LongPen,
que le permite autografiar libros remotamente para sus lectores.
Por todo esto, se teme que el arte de la firma desaparezca.
Los medios canadienses están molestos porque los niños simplemente impriman
sus nombres en vez de firmarlos, debido al dominio de la tecnología digital.
En EE.UU., una iniciativa que busca asegurar la consistencia en la educación
del país, no menciona la caligrafía, aunque siete estados -California, Idaho,
Indiana, Kansas, Massachusetts, Carolina del Norte y Utah- la han hecho
obligatoria.
Apego emocional
Al otro lado del Atlántico es otra historia. El Curriculum Nacional, a
implementarse en Inglaterra a partir de septiembre de 2014, requiere que se
enseñe a los pupilos "la escritura fluida, legible y, eventualmente, veloz".
Entre los pedagogos se reconoce que "escribir es más que poner estas marcas
en una página", dice Rhona Stainthrop, profesora de educación en la Universidad
de Reading, que trabaja con la Asociación Nacional de Escritura. Y se aplica
tanto a las firmas como a la escritura común.
"Cuando hablo con niños sé que tienen este concepto de la firma", afirma. "Es
algo que ves al final de la primaria, cuando empiezan a desarrollarla. Hacen
tarjetas de Navidad y del Día de la Madre en clase y las firman".
El hecho de que esta clase de apego se forma en nuestras propias firmas a una
edad tan temprana sugiere que tenga más vida de lo que imaginan los entusiastas
de la tecnología. Si sobrevive, no será porque es más segura o eficiente, sino
por su apego emocional en la gente.
Mike Allen, analista de documentos forenses con 30 años de experiencia,
señala que "es alguien dejando su huella y diciendo 'Acepto esto'. No es sobre
estar más seguro, vale porque es de uno".
Jon Kelly BBC Última actualización: Sábado, 17 de mayo de 2014
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