Imagen del Londres del siglo XIX (ilbusca / Getty Images/iStockphoto)
El breve reportaje de apenas 150 páginas de Jack London sigue siendo estremecedor
El día 9 de agosto de 1902, nada más llegar a Londres, presenció el aventurero y escritor norteamericano Jack London cómo miles de súbditos británicos agolpados en el Trafalgar Square celebraban con grandes muestras de júbilo la coronación de Eduardo VII, que heredaba de su difunta madre, la reina Victoria, el inabarcable Imperio británico. Pero Jack London no había venido para celebraciones, sino para documentarse para un libro que le había encargado una editorial sobre la abyecta pobreza en la que malvivían miles y más miles de personas en barrios no muy lejos del palacio de Buckingham.
Lo primero que hizo fue vestir harapos sucios y hacerse pasar por un marinero yanqui sin blanca. De esta guisa compartiría miseria y fatigas durante varios meses con sus nuevos y paupérrimos amigos londinenses. El fruto de esta investigación periodística que lo llevó a pasar una temporada en ese infierno que se hallaba en el corazón mismo del imperio más grande y poderoso de la historia, fue “La gente del abismo”, que publicaría al año siguiente, en 1903. Sigue siendo realmente estremecedor lo que cuenta en este breve reportaje de apenas 150 páginas.
Pero si cuesta creer que pueden existir semejantes grados de degradación humana, resulta incluso más difícil aceptar el maltrato y el hostigamiento que recibían las personas sin hogar de la mano de las autoridades, empezando por la policía, que día y noche perseguían, cachiporra en mano, a los pobres diablos, hombres y mujeres, y ya no digamos a los niños, que intentaban echar una cabezada en un parque o en el umbral de una casa. Los metían cada dos por tres en un asilo donde les obligaban a trabajar a cambio de dormir en un catre, un mendrugo y un plato de bodrio, sólo para, al cabo de unos días, echarlos otra vez a la inhóspita calle.
Por esas mismas fechas fotografiaba Jacob Riis algunos de los muchos pobres de solemnidad que pululaban por Nueva York. Y estos trabajos de Riis y Jack London al menos sirvieron para llamar la atención de algunos de los acomodados biempensantes que vivían felizmente ignorantes de que pudiera existir tamaña miseria a tan pocos metros de sus confortables hogares.
En el siglo XIX, ya había realizado similares trabajos de campo entre los pobres Friedrich Engles, que relató las insalubres condiciones de los barrios de Manchester en La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), antes de escribir a cuatro manos con su amigo Karl Marx el Manifiesto del Partido Comunista (1848). E Idelfons Cerdà llevó a cabo algo parecido a la investigación de Engles, que tituló Monografía estadística de la clase obrera de Barcelona (1856).
Otro autor que pasó una temporada en el infierno fue George Orwell, que aunque es recordado sobre todo por 1984 (1949) o Rebelión en la granja (1945), ya había publicado en 1933, es decir, en plena Gran Depresión, Sin blanca en París y Londres, en cuyas páginas describe la extrema dureza de la vida de los desamparados de aquella época.
Enclaves de pobreza
Enclaves de pobreza
Si ahora alguien piensa que tanta miseria es cosa del pasado, debería acercarse a cualquiera de las cada vez más numerosos enclaves de pobreza que hay en nuestras ciudades para constatar que aún existe el infierno descrito por Jack London. Porque, un vez más, nadie sabe muy bien qué hacer con tantos pobres, ni tampoco parece importarles reconocer que en su gran mayoría son víctimas de la desigualdad rampante que ya amenaza con volar por los aires nuestra democracia social.
El Gobierno del ultraderechista húngaro Victor Orbán ha aprobado una ley que prohíbe a las personas sin techo dormir en la calle. La policía está autorizada a ordenar a las personas sin hogar a que se muden a refugios (asilos). En caso de negarse tres veces a obedecer la nueva orden en un periodo de 90 días, la policía puede proceder a detenerlos e incluso obligarlos a participar en programas laborales.
Ser una persona sin hogar se interpreta en Hungría como una vulneración de la Constitución del país. Ahora bien, los refugios o asilos estatales sólo tienen unas 11.000 plazas, pero se calcula que hay más de 20.000 personas sin techo. Por ahora.
Lo de Hungría es lamentable, sí, ¿pero lo estamos haciendo mejor aquí? No hace falta emular los métodos empleados por Jack London o Orwell para dar con la respuesta: basta con abrir los ojos y echar un vistazo al mundo que nos rodea.
https://www.lavanguardia.com/cultura/20181208/453398088138/gente-abismo-dormir-londres.html
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