Las llamas arrasan la aguja de Notre-Dame. Efe
Las llamas deben hacernos pensar en todo lo que queremos que se mantenga en pie. Somos los europeos, y no el fuego, los únicos que podemos destruir Notre Dame
Ver caer la aguja de la catedral de Notre Dame me produjo un dolor hondo, básico y espacioso, que me fue subiendo hasta la garganta. Es un sentimiento de pérdida que lo supera a uno, porque te arranca el consuelo de que hay cosas que permanecerán cuando nosotros nos hayamos ido.
Me asaltaron recuerdos de infancia. El piso de mis padres está frente a la catedral. Yo jugaba de pequeño en un jardín que está al lado de Notre Dame y fui monaguillo en esa catedral extraordinaria. De niño me impresionaba la altura, la grandeza de la catedral; pensaba en el poder que tiene el hombre para construir tanta belleza...
Siempre hemos pensado que la piedra dura, el monumento, nos ha de sobrevivir, por eso nos resistimos a aceptar incluso la posibilidad de su desaparición. Y estamos hablando del principal icono de París, estamos hablando del que tal vez sea el monumento más emblemático de Europa, estamos hablando de la catedral gótica más conocida y admirada del mundo.
La memoria de las piedras de Notre Dame acumulan mil años de historia. Siempre protagonista en momentos estelares de la humanidad: las luces y las sombras de los episodios que ha vivido contribuyen por igual a otorgarle valor. Es valiosa como hito magnífico de la fe medieval, de la pericia luminosa de los constructores, y también es valiosa por las guerras y por las epidemias que la cercaron, por los ataques de los miembros de la comuna o porque no ardió en 1944 a pesar de las órdenes de Hitler y sí sonaron sus campanas el 26 de agosto para anunciar la liberación de París.
Notre Dame es por supuesto, asimismo, una maravillosa joya del arte; una joya de la arquitectura, de la escultura, del arte de los vitrales y de la construcción de órganos, de la pintura y de la orfebrería... y Notre Dame es un eje que articula la cultura de Occidente, el templo que inspiró a Victor Hugo una de las obras maestras de la literatura o a Picasso uno de sus lienzos más felices.
Es la intuición de todo esto lo que nos embarga al verla bajo las llamas. Es la pátina de lo sagrado, lo extraordinario, lo antiguo, lo lejano, todo eso que hace que una obra sea singular e irrepetible, lo que sucumbe ante nuestros ojos. Stendhal experimentó esa emoción estética abrumadora saliendo de la Santa Croce y Walter Benjamin racionalizó ese no sé qué espiritual que hace que una obra o un monumento tenga valor de culto, y lo denominó aura.
Por eso, aunque sabemos que Notre Dame se reconstruirá, aunque no nos cabe duda alguna de que volverá a ser magnífica, lloramos por Notre Dame. Porque hay belleza que es irrecuperable, hay aura consumida para siempre en esta tragedia.
Pero no es esa historia milenaria, ni esa espléndida belleza, que confieren su aura a esta catedral lo que la hace grandiosa.Notre Dame es grandiosa por su condición de símbolo. Símbolo del cristianismo católico y símbolo de Europa. Y los símbolos no pueden destruirse con fuego.
Notre Dame ha sido devastada por las llamas, pero no habrá ruinas en Notre Dame. La catedral volverá a abrirse al culto de los fieles y a la visita de los turistas, remozada. Ni siquiera es esperanza, es convencimiento.
Y su valor de símbolo permanecerá intacto mientras los europeos sigamos apreciando ese legado que la catedral representa: lo que somos, todo lo que ha hecho que exista Europa.
Esas llamas deben hacernos pensar en todo lo que queremos que se mantenga en pie. Defendamos esa Europa hoy amenazada, porque somos los europeos, y no el fuego, los únicos que podemos destruir Notre Dame.
MANUEL VALLS Martes, 16 abril 2019 - 20:47
https://www.elmundo.es/cultura/2019/04/16/5cb5f82d21efa0a31e8b473b.html
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