El país se esmera en cuidar su imagen ante la avalancha de extranjeros que recibirá por el mundial de rugby y los juegos olímpicos
Las tiendas 24 horas, llamadas en japonés konbini, una síntesis de supermercado, farmacia, gran almacén, banco, papelería y quiosco, dejarán de ofrecer este año uno de sus productos más caros: las revistas pornográficas.
Dos de las principales cadenas del sector, Seven-Eleven y Lawson, retirarán las estanterías etiquetadas “solo para adultos” en agosto, un mes antes del inicio de la Copa del Mundo de Rugby y como anticipo de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio del verano del 2020.
La previsible avalancha de visitantes extranjeros, que podrían encontrar estos expositores de mal gusto, la intención de preservar la imagen del país y la idea de no ofender a las posibles clientas figuran entre las razones citadas para la histórica medida que excluirá de 34.000 tiendas de todo Japón un producto no exento de polémica y cada vez más desplazado por su sustituto digital.
Relegada a la esquina menos transitada de las tiendas, la sección pornográfica del konbini sitúa a la altura de los niños japoneses de ocho años títulos como Torori Hito-tsuma (La adúltera derretida) y portadas con fotografías o dibujos de modelos semidesnudas que miran expectantes al lector.
La pornografía japonesa navega desde el final de la Segunda Guerra Mundial por una serie de leyes peculiares que se aplican con inciertos grados de rigor. La prohibición de mostrar vello púbico obligó durante años a los importadores japoneses de revistas como Playboy o libros de arte con desnudos, a emplear escuadrones de habilidosos estudiantes para que, armados de bisturíes, rasparan el sexo de cada imagen y lo ocultaran tras un enjambre de rayas a manera de hoja de parra.
La posesión de pornografía infantil fue penalizada a mediados de 2014 con una ley que prohíbe el uso de modelos reales, pero que permite los dibujos eróticos de manga y anime con el argumento de que estos entran en la categoría de la ficción.
Como resultado, las protagonistas de apariencia inocente son una presencia dominante en el mercado pornográfico actual y sirven el ya conocido gusto por las colegialas de muchos japoneses adultos que de regreso a su casa pasan por el konbini del barrio para comprar un par de cervezas, patatas fritas y una revista de sexo.
A medida que este tipo de consumidor envejece y el porno se consume a menor precio o gratis por internet, las tiendas de conveniencia prefieren aprovechar el espacio para ofrecer lo que vende, una medida que, junto a otras, las ha mantenido durante años en la vanguardia del sector minorista.
Los konbini lograron sobrepasar las ventas de los grandes almacenes y acercarse a las de los supermercados ofreciendo productos en paquetes más pequeños y usando tecnología para reducir el tiempo en la estantería de cada producto y garantizar su frescura.
Creados en los años setenta como franquicias de las tiendas de conveniencia norteamericanas, los konbini adoptaron el minucioso sistema de distribución japonés, ampliaron su horario a 24 horas y expandieron su oferta hasta el promedio actual de 3.000 productos.
Se calcula que un 70% de los productos que ofrecen las tiendas se renueva cada año o se sustituye por una versión modificada del mismo artículo dando lugar a una encarnizada batalla entre proveedores y rivales del sector.
La pornografía impresa es una baja de esa guerra, y los comerciantes más optimistas vaticinan que volverá a las librerías japonesas para, al menos por algún tiempo, darle un último empujón al maltrecho mercado editorial.
Tokio
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