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La historia de la periodista francesa Judith Duportail podría ser la de cualquier joven que, con 32 años, un día se despierta sin novio y con el corazón hecho trizas, pero con un amplísimo catálogo de posibilidades gracias a las aplicaciones para buscar pareja. Ella escogió Tinder, un "auténtico supermercado a la carta con más de 60 millones de usuarios". La cosa prometía, pero después de 870 fracasos y un tropel de decepciones, sintió curiosidad: ¿Cómo serían las tripas de este negocio? ¿Qué falso Cupido trabaja en él para flechar tan rematadamente mal?
Su intriga la llevó a destripar la maquinaria de Tinder y a narrarla con detalle en su libro'L'amour sous algorithm'. Enseguida entendió que cualquier propósito romántico queda en este tipo de aplicaciones bajo los designios de un algoritmo que decide cuándo y con quién te citarás. Y lo hace, tal y como describe en sus páginas, de acuerdo con los prejuicios sexistas y discriminatorios de quienes idearon el sistema. Le sorprendió saber que la espontaneidad queda reducida a cero.
El amor en la era de Tinder, según indica Duportail, representa una nueva forma de capitalismo sexual. Para cumplir sus objetivos, el algoritmo tiene que satisfacer las expectativas de una buena parte de sus clientes dejando a un margen la sensiblería para centrarse en lo que de verdad importa: el sexo. Cuanto más rápido y menos comprometido, mejor. Algunas investigaciones corroboran que la intención primera de los suscriptores masculinos de estas apps es ésta. Otra cosa es que consigan rematar su objetivo, tal y como indica un estudio de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología. El profesor Leif Edward Ottesen Kennair, uno de sus autores, explica que, generalmente, el hombre va directo al sexo, si bien es verdad que los logros no son mayores que cuando lo buscan en la calle.
Los hombres van directos al sexo
Así las cosas, los algoritmos han desarrollado sus propias triquiñuelas para facilitarle una búsqueda eficiente y rápida. El objetivo es, siguiendo con las conclusiones de la investigación noruega, contactar con el mayor número de candidatas en el menor tiempo posible. La mujer, sin embargo, se comporta de manera más cauta y perspicaz. Ottesen Kennair ve en ello una razón evolutiva: "Ellas tienen más que perder si interactúan con parejas sexuales de baja calidad". Las estadísticas dicen que por cada doce éxitos hay 988 rechazos.
Trato discriminatorio
En sus pesquisas, Duportail encontró que el trato discriminatorio empieza en la suscripción con diferentes tipos de tarifas y un trato diferencial según lo que se pague. Más de 4 millones de usuarios de Tinder eligen algún servicio premium y más del 60% se suscribe a la opción Gold, la más cara pero también la que ofrece mayores ventajas. Ejemplo de esta práctica es la reciente condena de Tinder que le exige el abono de 23 millones de dólares a los 230.000 demandantes que se sintieron discriminados cuando se les obligó a pagar el doble por tener más de 30 años. La empresa se comprometió a abandonar esta práctica, pero sólo en California.
La autora asegura que el algoritmo se basa en un modelo patriarcal que favorece el encuentro de hombres mayores con mujeres más jóvenes, con poca formación y sin recursos, dejando en clara desventaja a las mujeres maduras y a los hombres más jóvenes. El sistema identifica la inteligencia, intereses, físico o etnia del usuario a partir de la biografía, fotos y contenido de los mensajes privados. Denuncia también que la app posiciona a sus usuarios a partir de lo que ellos denominan factor de deseabilidad con un sistema de puntaje, llamado Elo. También el periodista Austin Carr descubrió hace unos meses qué lo que te hace deseable para el resto de los usuarios, según los parámetros de Tinder, nada tiene que ver con la foto o del número de personas que hayan indicado que les gusta el perfil. "Es como llegar a una fiesta y a todas las personas que son consideradas demasiado feas, demasiado guapas, demasiado ricas o demasiado pobres, no tener oportunidad de verlas", escribe en la periodista francesa.
Tinder una fábrica de generar y vender datos
A raíz de estas acusaciones, Tinder va tomando nota y, hace poco más de un mes, anunció que ya no usa el sistema Elo y, en su lugar, muestra los perfiles en función de la actividad reciente, preferencias y ubicación. Amparándose en la protección de datos de la legislación europea, Duportail quiso conocer su posición en este servicio o, dicho de otro modo, cuán deseable aparecía en la aplicación. La compañía le envió un tocho de 802 páginas con todos los datos personales recopilados, desde el contenido de los 1.700 mensajes intercambiados hasta la hora de lugar y hora de conexión, además de su información de Facebook e Instagram.
Son sólo algunos de los entresijos de este capitalismo sexual cuyas cifras tienen muchos ceros. En 2018, la matriz de Tinder, Match Group, ingresó 1.700 millones de dólares. Pero la polémica llega al conocer que una buena fuente de ingresos para las aplicaciones de búsqueda de pareja es la venta de toda esa información y datos que recogen de cada perfil. Basta recordar el escándalo de Grindr, la app de ligue gay más extendida del planeta, con más de 27 millones de registros y 3,6 millones de usuarios cada día. La aplicación compartió con varias compañías los datos de sus perfiles, incluido si tenían VIH.
Duportail no reniega de las aplicaciones, pero sí aconseja informarse bien sobre la privacidad y entender que en ellas el amor se aleja de ese sentimiento de atracción emocional o sexual, para quedarse en mero producto con una rentabilidad. Son los riesgos de confiar el enamoramiento a una inteligencia artificial, algo, por otra parte, cada vez más común. De acuerdo con la Universidad de Stanford, casi el 40% de parejas nacen en ellas. Son parejas que, además, tienden a ser más sólidas, según detectó un equipo del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
La ética que debería regir los algoritmos
La necesidad de amor es imperiosa, pero no olvidemos que cada individuo que se registra tiene un precio y sus datos personales cotizan al alza. Itziar de Lecuona, subdirectora del Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona, apela a la ética como parte de la reflexión sobre lo bueno, lo correcto y lo adecuado en el mundo digitalizado. "Debería aplicarse tanto a la mercantilización de los datos como a los parámetros que nutren la inteligencia artificial. El algoritmo no hace sino reproducir nuestros prejuicios. De ahí la necesidad de responsabilidad social y ética de quienes programan. La ética debería actuar también de semáforo entre intereses y proteger los derechos de las personas a través de la protección de sus datos en cuanto a intimidad, confidencialidad, libertad, elaboración de perfiles e incluso nuestro derecho al olvido".
MARIAN BENITO
27 ABR. 2019 08:22
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