Montaje: El Confidencial.
El poder ha cambiado de manos. Hoy las grandes corporaciones, como ya reconoce hasta el FMI, que no suele tirar octavillas en las fábricas, son más fuertes que muchos gobiernos
En ‘The Big Country’, la vieja película de William Wyler, que en España se tradujo como Horizontes de Grandeza, Charles Bickford (Henry Terrill en la cinta), propietario de un inmenso rancho le dice de forma arrogante a James McKay (Gregory Peck) mientras mira satisfecho sus inmensas propiedades: “No hay espectáculo más bello que 10.000 cabezas de ganado; claro está, salvo que haya 15.000”.
McKay, un hombre culto y de modales refinados, recién llegado del Este para conocer a la familia de su prometida, le mira con cierto estupor, pero, en realidad, piensa para sus adentros que su futuro suegro ha perdido el juicio. No en vano, el ‘mayor’, como todo el mundo conoce al despiadado Bickford,emprende una feroz carrera por apropiarse del único río que da vida al vasto territorio del oeste más cimarrón. Su sueño es controlar el caudal para asegurarse el poder absoluto sobre el resto de explotaciones, lo que le permitiría tener no 15.000 cabezas de ganado, sino 20.000 o 30.000. O, quizás, toda la cabaña.
A las grandes corporaciones occidentales -los Google, Amazon, Facebook, Apple o, más recientemente, Netflix-, les comienza a suceder algo parecido. Su poder comienza a ser tan descomunal que hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI), poco sospechoso de tirar octavillas en las fábricas, destinó uno de los recuadros del último informe de perspectivas económicas al poder de mercado de las grandes corporaciones.
El poder de Google, Amazon, Facebook o Netflix es tan enorme que hasta el FMI, poco sospechoso de tirar octavillas en las fábricas, está preocupado
El FMI, para hacer su análisis, utilizó información procedente de alrededor de un millón de empresas de 27 economías avanzadas. Y el resultado no puede ser más llamativo. Las empresas con mayores márgenes de beneficio —es decir, las que están en el 10% superior— incrementaron dichos márgenes más de un 30% desde el año 2000, mientras que en el 90% restante esos márgenes han permanecido en su mayoría sin cambios.
Activos intangibles
Es decir, hay una evidente concentración de la riqueza en favor de las grandes corporaciones gracias, entre otras cosas, a que son más productivas e innovadoras, lo que se ha visto potenciado, como sostiene el propio FMI, por su mayor capacidad para explotar activos intangibles basados en la marca.
También, por los llamados efectos de red, que se producen cuando el valor de un producto o servicio aumenta en la medida que más personas lo usan, y por las economías de escala (costes unitarios más bajos al ritmo que se incrementa la producción). Pero también gracias a que han sabido colarse entre las rendijas de un sistema fiscal obsoleto pensado para los tiempos del capitalismo industrial, no financiero, lo que explica que los gobiernos pusieran ya en marcha hace algunos años el proyecto BEPS, destinado a impedir la erosión fiscal que se produce por una planificación tributaria tan agresiva como inmoral, que hace que el esfuerzo fiscal recaiga, fundamentalmente, sobre los asalariados.
Su poder de mercado -gracias a la ausencia de regulación- llega al extremo de que algunas compañías, como Facebook, han anunciado el lanzamiento de una criptomoneda alternativa, la Libra (para qué ser más originales), adelantándose con ello a Amazon, que ya tiene muy avanzado su proyecto de crear una divisa propia para utilizar en la red, lo que ha encendido ya las alarmas en los bancos centrales. No en vano, como ha recordado 'The Economist', si los 2.400 millones de usuarios de Facebook adoptan Libra para comprar y transferir dinero, la tecnológica podría convertirse en una de las entidades financieras más grandes del mundo.
La Libra, la criptomoneda que ha anunciado Facebook, es el viejo sueño de los anarco-liberales para liquidar a los bancos centrales
Tanto el BIS como el G-20 van a crear sendos grupos de trabajo para analizar las consecuencias contractuales que puede tener la creación de sistemas de liquidez alternativos que requieren un nivel de respaldo financiero que ninguna entidad privada puede proporcionar. Y la última crisis (tras la bancarrota de Lehman) dejó bien claro quien puede garantizar los sistemas de pago.
Banca en la sombra
En definitiva, una verdadera banca en la sombra mucho más potente que la actual que mete presión a los bancos centrales, que desde la consolidación del Estado-nación han tenido el monopolio de la creación de dinero. Es decir, el sueño anarco-liberal -liquidar el poder de los bancos centrales- llevado a sus últimas consecuencias gracias a los algoritmos, como ha explicado en este periódico Javier Molina.
La situación es tan alarmante, que, incluso, en EEUU cada vez hay mayor presión -y no sólo procedente de líderes izquierdistas como Bernie Sanders- para que la Administración dé una nueva vuelta de tuerca a la regulación de las grandes corporaciones. Precisamente, para evitar poner a las democracias a los pies de las empresas tecnológicas -la nueva materia prima son los datos- gracias a su enorme poder de mercado.
En definitiva, una verdadera banca en la sombra mucho más potente que la actual que mete presión a los bancos centrales
Tanto la Comisión Federal de Comercio (FTC, por sus siglas en inglés) como el Departamento de Justicia van a investigar a las verdaderas ‘big four’ -que no son las auditoras- para ver si su actuación es coherente con la legislación antimonopolio, en buena medida heredada del New Deal. Entre otras cosas, porque las multas impuestas hasta ahora por comportamientos repugnantes en el tratamiento de datos u otro tipo de fechorías han sido poco eficientes para debilitar su posición de dominio.
La FTC, de hecho, fue creada en 1934 para la supervisión de las telecomunicaciones y de la radiodifusión, y aunque durante décadas (hasta los primeros 80 no se produjo la segregación) permitió que la legendaria AT&T fuera un monopolio regulado a nivel nacional, como los existentes en los países europeos, al final acabó troceándola en pequeñas unidades de negocio -las célebres ‘baby bells’- para asegurar la competencia. Es decir, se tardaron al menos cuatro décadas en desmontar un monopolio privado.
El origen de la revolución actual coincide en el tiempo con la voladura de AT&T, que favoreció un ecosistema tecnológico más abierto y competitivo
El regulador tomó cartas en el asunto en aras del interés general, que es el bien a proteger, sin que ello haya afectado a la capacidad de innovación. Y, por supuesto, haciendo posible aquello que decía Keynes de la economía, que era, fundamentalmente, una “ciencia moral”.
Voladura controlada
De hecho, el origen de la revolución tecnológica actual coincide en el tiempo con la voladura controlada de AT&T, lo que favoreció un nuevo ecosistema tecnológico más abierto y competitivo.
Como ha puesto de manifiesto recientemente el economista Raghuram G. Rajan, a sus espaldas con uno de los mejores libros sobre la Gran Recesión, un reciente estudio de la Universidad de Maryland ha mostrado que la velocidad de incorporación al mercado de las empresas nuevas (una medida de la innovación) cayó de forma intensa en los últimos 12 años. Fundamentalmente, porque las grandes corporaciones -en particular las llamadas FAANG (Facebook, Amazon, Apple, Netflix y Google)- hacen ofertas multimillonarias a las compañías pequeñas antes de que crezcan y así se evitan un competidor sacándolo del mercado. No es, por lo tanto, una cuestión de eficiencia, sino que el proceso hay que relacionarlo con el poder de las grandes corporaciones.
Lo que se aprendió de la voladura de AT&T, sin embargo, es que compañías más pequeñas, por lo tanto, no mermaron la célebre destrucción creativa de Schumpeter. Como tampoco la existencia de una fiscalidad justa impidió el desarrollo de determinadas actividades de la que hoy escapan muchas compañías tecnológicas gracias, paradójicamente, a los diferentes caballos de Troya -Irlanda, Luxemburgo, Países Bajos…- aceptados y hasta tutelados cínicamente por la UE como una válvula de escape para ahorrar costes a sus grandes corporaciones. Luxemburgo, por ejemplo, es el centro de operaciones de la banca alemana.
Las nuevas reglas se aplicarán a las cadenas convencionales de TV, pero también a plataformas como Netflix, YouTube o Facebook
Caballos de Troya para la elusión fiscal (dentro de la legalidad) que hoy utilizan compañías como Netflix, que en su último informe corporativo reconoce a sus accionistas “riesgos regulatorios”, que es una forma amable de admitir que su tributación es residual y que en cualquier momento las autoridades de la Unión Europea tomarán cartas en el asunto.
Europa todavía no lo ha hecho, aunque ha empezado a dar señales a través de la directiva correspondiente, que incluye los llamados servicios OTT (las plataformas de video a la carta) en su política audiovisual.
Las nuevas reglas, de hecho, se aplicarán a las cadenas convencionales de televisión, pero también a plataformas como Netflix, y de distribución de videos, como YouTube y Facebook, así como a las retransmisiones en directo en estas plataformas. Por lo tanto, las equipara a las telecos tradicionales que pagan impuestos en España y cubren con el coste de la protección de las producciones europeas. Eso es mejor que estar a por uvas mientras EEUU (primero con Obama y después con Trump) protege a sus megacorporaciones, más grandes que muchos países. Y, desde, luego, más influyentes.
AUTOR
CARLOS SÁNCHEZ 23/06/2019
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