Trabajadores en las obras de construcción del estadio Al Bayt, en Al Jor, al norte de Doha (Kamran Jebreili / AP)
El clima, la fecha y las leyes cuestionan la idoneidad de la cita qatarí
Pocas veces el sol se deja ver en su plena nitidez en Doha (Qatar), oculto siempre detrás de un velo de polvo en suspensión de la arena del desierto, la bruma del golfo Pérsico y ahora también las obras –omnipresentes, del metro, el tren, el tranvía, los estadios– para el Mundial 2022. Luz mortecina filtrada como metáfora de la falta de transparencia que ha caracterizado a Qatar como sede de la Copa del mundo desde que fue elegida por la FIFA en diciembre del 2010.
En estos nueve años desde que la candidatura qatarí ganó a la de EE.UU. (14 votos a 8), las polémicas y escándalos de corrupción, de vulneración de derechos laborales y humanos, y de inconveniencia de fechas han marcado el camino de la sede del fútbol global del 2022. Un Mundial antinatural, a todas luces.
La denuncia de las oenegés
“El planeta debe saber que el Mundial 2022 se jugará en estadios manchados con sangre”
Para empezar, la cuestionable idoneidad de un escenario que combina la falta de tradición futbolística –ha tenido que construir de cero los ocho estadios, así como una inexistente infraestructura de transportes, al obsceno precio de 200.000 millones de euros (presupuesto total estimado)– con unas condiciones climatológicas adversas. Con temperaturas infernales (de 38ºC a 45ºC de máxima entre mayo y octubre), humedad insoportable de hasta el 80%, y un molesto viento del desierto, hacen que sea imposible cualquier actividad diurna al aire libre en los meses de primavera-verano.
Así que, ante la imposibilidad de jugar el Mundial entre junio y agosto (como es habitual), trasladaron las fechas a las puertas del invierno, del 21 de noviembre al 18 de diciembre. Problema: el torneo global colisiona con el calendario de competiciones de Europa, ligas nacionales y continentales. Por ejemplo, en ese periodo la Champions deberá aplazar y trasladar cuatro jornadas, igual que las ligas de cada país, con el consiguiente rompecabezas y densidad de partidos en un calendario ya de por si sobrecargado. ¿Han pensado en el riesgo de lesiones que se deriva?
Más inconvenientes. Los condicionantes geopolíticos de Oriente Medio no son nada favorables a tener un campeonato tranquilo. Seis países árabes, sus vecinos que le hacen boicot comercial (Arabia Saudí, Yemen, Mauritania, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto) ya pedían en julio del 2017 a la FIFA que quitase el Mundial a Qatar. Lo consideran “una base del terrorismo”. Como señalaba el Papa Francisco, “para llegar a Qatar hay que dar toda la vuelta’’, ya que Arabia no deja sobrevolar su espacio aéreo a los vuelos que tienen como origen o destino Doha.
Para completar el círculo, Qatar no es el país ideal en materia de derechos humanos. Según un informe del 2018 de Amnistía Internacional, en el emirato está restringida la libertad de expresión, de asociación y de reunión, prohibidos los partidos políticos y sindicatos de trabajadores extranjeros, las mujeres están discriminadas en la legislación y en la práctica, se vulneran los derechos de la infancia, todavía impera la pena de muerte (hubo dos sentencias), y los derechos laborales y humanos están más que cuestionados en las obras de construcción para el torneo.
“Todo el planeta debe saber que el Mundial del 2022 se jugará en estadios manchados con sangre”, denunció la oenegé Fundación para la Democracia Internacional, que cifra en 2.000 los trabajadores muertos en obras del Mundial, la mayoría nepalíes, indios y bangladesíes. La propia organización admitía hace dos semanas que el “elevado número” de muertes de trabajadores es “una tragedia”.
19/06/2019 00:51
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