Edificios en el 22 arroba, en Barcelona (Xavier Cervera)
La capital catalana y la segunda potencia económica del Canadá han hecho de la tecnología su gran activo tras vivir la fuga de sedes de grandes empresas
Pocas ciudades en el mundo han visto a sedes empresariales esfumarse por temor a la independencia del territorio donde nacieron. Barcelona es una de ellas y Montreal también. Las comparaciones son odiosas pero devienen inevitables al dar cuenta que ambas guardan otras semejanzas. Son ciudades con una población parecida, un gran puerto comercial y buena calidad de vida. Se ubican relativamente cerca de la frontera y son la segunda potencia económica en su país. También han celebrado Juegos Olímpicos, la quebequense en 1976 y la catalana en 1992.
Pero cuando la emprendedora Christine Bertrand, que a sus 39 años dirige la start-up Netlift, asegura convencida que Montreal se ha convertido en un lugar ideal para los profesionales de la tecnología, el parecido con Barcelona parece aun más razonable.
El sector financiero de la ciudad crece pese a la fuga de los grandes bancos durante los setenta y los ochenta
Entre los rascacielos que se alzan por las calles largas del centro de la ciudad (nada que ver con el casco antiguo de Barcelona, ni tampoco con el distrito tecnológico del 22@: Montreal es una ciudad norteamericana), se encuentran grandes compañías de software como CGI, IBM, Ubisoft, Element AI, Hopper o Electronic Arts. También multinacionales tecnológicas como Google, Microsoft, Facebook y Samsung han elegido la ciudad para instalar sus laboratorios de inteligencia artificial. Como un regimiento de hormigas, los emprendedores están conquistando la metrópolis. Más de 2.300 start-ups tienen su sede en Montreal, una cifra superior a la de Barcelona (1.500), aunque la quebequense no aparezca tan bien posicionada como lo hace la catalana en los rankings de lugares ideales para montar un negocio emergente.
“Estudié Contabilidad en Montreal, pasé años trabajando en grandes consultoras y en el 2017, decidí entrar en el mundo de las start-ups. Desde que nací, la ciudad se ha modernizado mucho. Para los emprendedores, es un lugar que lo tiene todo. Talento, capital, alquileres asequibles, calidad de vida, seguridad, dinamismo, diversidad, oferta cultural. Hace mucho frío en invierno pero sabemos cómo pasarlo bien”, dice Bertrand con un inglés afrancesado, o como lo llama con sus amigos, franglais. La emprendedora pertenece a los dos tercios de la población francófona que vive en la ciudad y que hace años que ha asumido que el inglés es más necesario que nunca en la empresa. Las divisiones históricas entre francófonos y anglosajones están superadas. Antiguamente, los primeros eran la gran mayoría, la clase obrera que vivía en el este de la ciudad. Los segundos eran herederos de los colonos británicos, el establishment instalado al oeste de la ciudad. Los separaba el Boulevard Saint Laurent o el Main Street. Ahora, se ha convertido en uno de los principales ejes multiculturales de la ciudad.
Quizás el ejemplo más claro de la reconversión que explica Bertrand sea el antiguo edificio del Royal Bank of Canada, que desde hace un par de años se ha transformado en un moderno espacio de co-working para profesionales independientes. Y aunque, de momento, la economía barcelonesa no haya sufrido el de forma acusada el “efecto Montreal” –centenares de empresas y 200.000 personas se mudaron a Toronto durante el auge del independentismo en los setenta y ochenta– la capital catalana parece seguir la misma senda que la segunda ciudad de Canadá. En Barcelona, también se empiezan a instalar centros de innovación de multinacionales del sector tecnológico como Facebook, Oracle, HP o Lidl.
Montreal vive ahora su momento más dulce. Está en pleno crecimiento. Desde las alturas del verdísimo Mont Royal se divisan decenas de grúas en el horizonte de la ciudad. Los datos también demuestran su resurgir. En el 2018, el PIB del área metropolitana de Montreal creció un 3,6% respecto al 2017, hasta alcanzar los 194.000 millones de dólares canadienses, unos 125.000 millones de euros. (Una cifra superior a los 120.000 que registró en 2017 el área metropolitana de Barcelona, según últimos datos disponibles).
Se trata de la mayor tasa de crecimiento que Montreal registra en 20 años. Fue más alta que la de Toronto, Vancouver, Calgary y Ottawa. En el 2017, el PIB creció otro 3%. Además, la tasa de paro está en mínimos históricos, rozando el 6%, incluso por debajo de Toronto. (Aunque eso se debe al gran número de jubilaciones que hay en el Quebec. La región necesita nueva mano de obra. Por eso, su política inmigratoria es muy abierta).
Pero la industria tecnológica no es el único factor que explica la buena marcha de la economía de la ciudad, comenta Jean-Guy Côté director asociado del Instituto del Quebec. “En los años 90, todas las administraciones –federal, regional y local– apostaron por la especialización de la ciudad en buenas universidades, tecnologías de la información, software y videojuego. Y eso ha funcionado. Pero también es cierto que la industria manufacturera y el sector servicios nunca han dejado de exportar a Estados Unidos. La bonanza de nuestro vecino y la debilidad del dólar canadiense también explican el crecimiento. Particularmente, Montreal lo ha hecho mejor que lo habitual en exportaciones de servicios de consultoría y de productos de la industria aeroespacial. La urbe es un importante hub de este sector: tiene las sedes de Air Canada y Bombardier. Además, grandes proyectos públicos han impulsado la construcción. Este año, las previsiones son más moderadas”.
Para el economista Henri Diaz, del centro de investigación The Conference Board of Canada, tampoco hay que menospreciar el peso del sector financiero. “Aunque las sedes centrales de los grandes bancos se mudaron a Toronto y no volvieron nunca (tampoco la del Banco de Montreal) las oficinas se quedaron en la ciudad. Al final, el capital va donde están sus clientes. Y los datos lo demuestran. Si en el 1987, el sector de las finanzas, seguros e inmobiliaria tenía un peso del 20% en la economía de la ciudad, y generó 21.000 millones de dólares, en el 2018 su peso fue del 24% y aportó más de 45.000 millones”.
Para saborear este dulce momento, Montreal ha tenido que esperar más de tres décadas desde la fatal crisis que se prolongó durante los ochenta. Diaz recuerda que no sólo estalló por la inseguridad que crearon los anhelos independentistas del Quebec, que quedaron apaciguados con la victoria del “no” en los referéndums de 1980 y 1995. La obligatoriedad del francés en la administración también ahuyentó al talento y los negocios internacionales, más próximos al mundo anglosajón. Asimismo, la ciudad también sufrió la deslocalización de la industria textil y manufacturera hacia mercados del Asia Oriental. Montreal dejó de ser la primera la potencia económica del Canadá y Toronto la desbancó hasta el día de hoy. “El complejo de inferioridad duró unos años, pero ahora el trauma ya está superado”, apunta el sociólogo Mario Polese del Instituto Nacional de la Investigación Científica. “Ahora, Montreal quiere potenciar la tecnología ser una ciudad verde, tolerante y moderna. La independencia se ha vuelto un affaire secundario para la mayoría de la población y especialmente, para los jóvenes, que la ven como una reivindicación del pasado. Barcelona puede aprender de Montreal, claro, pero vive una situación política muy distinta que, para los quebequeses es, como mínimo, sorprendente”, concluye.
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