sábado, 22 de junio de 2019

El terrorífico futuro detrás del experimento finlandés: llega la pesadilla neuroliberal

Foto: Pórtate bien. (iStock)
Pórtate bien. (iStock)


Propuestas como la renta básica no tienen como objetivo proporcionar más libertad a la población, sino solucionar los problemas sociales a través del cambio interno del individuo


A medida que Monna Mannevuo escuchaba las respuestas de uno de los diseñadores del experimento finlandés de renta básica, le resultaba más evidente que nada era lo que parecía. No, no se trataba exactamente de la puesta en práctica de aquella controvertida medida de protección social que durante décadas había circulado entre economistas y políticos. Había algo más. La relevancia internacional de la prueba la convertía en el primer paso en una serie de experimentos que tienen la intención de guiar al rebaño de la población fracasada por el sendero correcto. Como Manneuvo escribe, de “organizar a los desorganizados y controlar a los incontrolados”.
Para el hombre que tenía enfrente, un consultor de Tänk, el think tank que puso en marcha el experimento, la gente se parece más a Homer Simpson que al doctor Spock, y “eso hay que tenerlo en cuenta al hacer política”. “La gente es más irracional que racional cuando toma decisiones”, explicaba. “Sobre todo si hablamos de la sociedad finlandesa, que financia y sufraga los gastos médicos, por lo que es su responsabilidad intentar que esos costes no se produzcan”.
El objetivo final de esta clase de experimentos es liberar al parado de la ansiedad y la depresión sin tener que cambiar el sistema en el que vive
¿La solución para acabar con esas externalidades de nuestras malas decisiones? La “política de empujones”, que consiste básicamente en empujar a la población “irracional” para que haga lo correcto. “Cuando entiendes las falacias relacionadas con la toma de decisiones de la gente, sus sesgos y atajos, la heurística, con su ayuda puedes guiarla”. Para la finlandesa, el caso de la renta básica es una de las expresiones más claras del neuroliberalismo, el punto en el que se juntan los principios del neoliberalismo económico con medidas sociales derivadas de los hallazgos de las ciencias del comportamiento.
Un frente formado por economistas y psicólogos firmemente convencidos de que la mejor manera de conseguir que la sociedad funcione de manera más óptima ya no se encuentra en la imposición por la fuerza de normas sino a través de experimentos que desvelen los mecanismos que permitan corregir los comportamientos inadecuados de cada cual por su propio bien”. La renta básica finlandesa, en ese sentido, no tenía como objetivo proporcionar una mayor independencia económica a sus beneficiarios ni restar poder de negociación a las empresas, sino curar psicológicamente a los desempleados.
La imagen que tienen de ti. (iStock)
“En la presentación animada de Kela, el programa de renta básica, se presume que esta mejorará la salud mental y física y restaurará sus recursos cognitivos sanando el sufrimiento causado por el desempleo”, recuerda la autora en su trabajo sobre este programa publicado en 'Theory, Culture & Society'. “Por lo tanto, el estado neuroliberal ve un gran potencial en la renta básica como una ruta hacia una inclusión social que genere un sentimiento de pertenencia y que anime al emprendimiento”. Pertenencia, emprendimiento, salud mental. Suena bien, claro, y ese es el problema. Que estos cambios se lleven a cabo a costa de una intromisión silenciosa y definitiva en nuestras vidas.
“Aunque el programa del gobierno liste el ensayo entre sus proyectos de bienestar y salud, su objetivo explícito es ofrecer mayores incentivos al empleo animando a los ciudadanos a que sean responsables de sus propias vidas”, señala Mannevuo. Es la respuesta que las sociedades neoliberales han adoptado tras la crisis financiera de la pasada década y la imposición de la austeridad. El objetivo final de esta clase de experimentos es liberar al parado (o al pobre, o al discriminado) de lastres como la ansiedad y la depresión sin tener que cambiar el sistema socieconómico en el que vive. Es más fácil que se cambien ellos mismos.

A la conquista de lo interno

¿Qué libros tienen en la mesilla estos neuroliberales? Muy probablemente, 'Un pequeño empujón', de Cass R. Sunstein y el Premio Nobel Richard Thaler, los asesores de Obama, que mostraron, según la siempre sabia contraportada del libro, “cómo nuestras percepciones y decisiones dependen del modo en que se organizan ante nosotros las diferentes opciones”. Los gobiernos y las empresas, por lo tanto, deben ser las que nos incentiven a tomar las mejores decisiones. Por ejemplo, con la ley antitabaco que redujo el número de fumadores dificultando que se consumiese tabaco en lugares públicos.
Como inspiración del neuroliberalismo figuran Milton Friedman, Daniel Kahneman o Richard Thaler, el asesor de Barack Obama

Si la gente no es capaz de ahorrar para su jubilación, señalaba el libro, hay que empujarlos a un sistema de aumento gradual del ahorro explotando su vaguería; si no come fruta, hay que dejarla en un lugar donde sea accesible eliminando otras opciones; y si no es capaz de apuntar cuando orina, basta con poner una mosca de mentira en el urinario para que jueguen intentando acertarle. Un empujoncito no es un mandato. Se trata, simplemente, de que la mejor opción sea casi la única que podamos elegir. Algo que, recuerdan los detractores del neuroliberalismo, se parece sospechosamente al paternalismo, cuando no a algo peor.
En la contraportada también figuraba Daniel Kahneman, que se alzó con el Nobel en 2002 “por haber integrado aspectos de la investigación psicológica en la ciencia económica, especialmente en lo que respecta al juicio humano y la toma de decisiones bajo incertidumbre”. La teoría del israelí sobre los procesos cognitivos, que divide entre los sistemas automáticos, irracionales y predeterminados, y los conscientes y con significado, que entiende el cerebro humano como una máquina, ha fascinado a legisladores y economistas del mundo desarrollado. Su nombre aparece también citado en la propuesta de renta básica finlandesa.
Busca tu paguita. (iStock)
El país escandinavo sigue la estela de Reino Unido y EEUU a la hora de adoptar esta clase de enfoque de reducción del gasto a través de la observación y control de la población. Mannevuo encuentra en el gobierno de David Cameron y en el de Barack Obama el punto de giro en el que la política comenzó a inspirarse en la neurociencia. Una especie de revisión paternalista de Milton Friedman. “La gente es libre para tomar decisiones, siempre y cuando encajen en la arquitectura postburocrática construida por el estado”, añade la autora de la Universidad de Turku.

Todos somos ratas en el laboratorio

Según todos estos defensores del neuroliberalismo, y como supuestamente confirmó la crisis, la teoría económica tradicional, según la cual todos somos 'homo economicus' que toman decisiones racionales para maximizar nuestro beneficio, estaba equivocada. La solución se encuentra en que el estado, la empresa o tu padre te guíe para que tu conducta sea la racional. ¿Qué es lo racional? Lo que dicta el “sentido común”, es decir, lo que dicta la ciencia de la felicidad, la neurociencia y la psicología conductista. ¿Cómo sabemos si funciona? Realizando experimentos.

Cabe la posibilidad de que los gobiernos castiguen a todos aquellos que sean incapaces de modular su comportamiento en la dirección deseada
Para Mannevuo, se parece demasiado a utilizar a la población como cobayas. Estos experimentos, escribe, “borran las fronteras entre la medicina clínica y la política”. Debido a que programas como Kela se desarrollan de manera semejante a las pruebas de nuevos fármacos, pasan por “ciencia dura”. Otro problema emerge cuando estos “empujones” son utilizados en el consumo. Como recordaba Leslie Albrecht, Uber ha utilizado esta clase de atajos para conseguir que sus conductores trabajen más horas, por ejemplo, presentándole a su próximo cliente antes de que haya dejado al anterior. Exactamente lo mismo que hace Netflix con las series. La neurociencia les ha enseñado cómo funciona nuestra mente adicta.
La tecnología y el 'big data' han utilizado los “empujones” para conseguir que le gente “compre cosas”. Cabe la posibilidad de que los gobiernos comiencen a hacer lo propio, castigando, como advirtieron Foucault y sus sucesores, a todos aquellos que sean incapaces de modular su comportamiento en la dirección deseada. Como diría una vez más Mozorov, se trata de solucionismo tecnológico pasado por el filtro de la neurociencia, la única que parece capaz de proporcionar la solución definitiva a “la depresión y la ansiedad en tiempos precarios”. ¿A qué coste?



AUTOR
HÉCTOR G. BARNÉS    21/06/2019

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