lunes, 24 de junio de 2019

La desigualdad llega al arte

La desigualdad llega al arte

La brecha en el mercado se ensancha. Unas pocas obras caras disparan sus precios en las subastas, mientras que el resto lucha por resistir ante el reto de la digitalización


¿De verdad el Salvator Mundi atribuido a Leonardo da Vinci (subastado por 400 millones de euros) ahora está colgado en el yate de un príncipe saudí?
¿La pistola con la que se mató Van Gogh, vendida por 162.500 euros, casi tres veces el precio previsto, fue realmente la que usó el pintor para quitarse la vida?
El mundo del arte vive también de estos debates. Como dijo Marcel Duchamp, “no son los pintores, sino los espectadores quienes hacen los cuadros”. Y el mercado es quien fija los precios. Hace unos días el multimillonario Patrick Drahi dio un golpe de efecto. Se hizo con Sotheby’s por 3.300 millones de euros. El arte en sí mismo no siempre tiene por qué ser una buena inversión. Pero, al parecer invertir en los que gestionan el arte sí que tiene números para serlo. Sotheby’s (y su eterna rival, Christie’s) dominan ellas solas el 40% de las subastas de un mercado que no para de crecer. En el 2018 las ventas a escala global subieron en términos de valor un 6%, hasta los 60.000 millones de euros, el segundo nivel más alto en diez años, mientras que el número de transacciones, casi 40 millones, es el más elevado de la década, según los datos que maneja Clare Mc Andrews en el estudio de referencia del sector de Art Basel UBS. Aunque Asia es el continente que puja con fuerza en el mercado, en EE.UU., el mayor mercado mundial (44%), se tocó el récord histórico en ventas.

Nadie habla de burbuja, pero en la franja alta los precios marcan récords históricos


¿El arte es entonces un negocio floreciente? Depende para quién. Igual que ocurre en otros sectores de la economía, es un mercado cada vez más desigual y dispar. Más de la mitad de los vendedores, un 57%, tuvieron que asumir un descenso de las ventas el año pasado. Parece una contradicción, pero refleja una fractura evidente, que remonta en realidad a la última década, en la que el valor de las ventas se incrementó un 9%, pero el número de las obras vendidas cayó un 9%. Esto significa que unas pocas piezas muy caras, en manos de unos pocos marchantes, han inflado las cifras del conjunto.
En este mercado el 5% de los intermediarios cuenta por más de la mitad del valor de las ventas. En esta liga, los que facturan más de 10 millones de dólares crecen a un ritmo de hasta dos dígitos, mientras que en los que mueven menos de 500.000 dólares las ventas están en caída, según consta en el informe de Art Basel.
Así, quien consigue estar en la parte alta de la tabla, tiene cada vez más billetes en su cartera. Es lo que Clare Mc Andrews califica de efecto superestrella. “La brecha entre la gama alta y el resto del mercado se ha vuelto más pronunciada en los últimos años. Los trabajos con precios superiores a los 10 millones de dólares han superado a otros mercados. Hay un enfoque limitado en un pequeño número de artistas. Adquirir una obra de arte es una compra muy grande, poco frecuente y de alto riesgo para muchos, y una forma de reducir este riesgo es observar lo que hacen los demás y consumir lo que otros consumen. La atención se enfocan alrededor de unos pocos artistas en la gama alta. A medida que todo se concentra más, los nuevos compradores comienzan a pensar que eso es todo lo que hay en el mercado del arte”.

Las instituciones que facturan menos de 500.000 euros ven sus ventas bajar


Algún ejemplo: de acuerdo con los datos de Deloitte Art Finance Report, sólo en el 2017 se registraron 752 obras valoradas en más de dos millones de dólares, el doble respecto al año anterior. Además, el valor de las subastas superó el año pasado los 25.000 millones de euros, un 30% más de lo que se consiguió en el 2016.
Como reconocen en Sotheby’s (beneficio neto de 97 millones de euros en 2018), “los criterios importantes para los coleccionistas de hoy en día son que las obras hayan permanecido invisibles durante más de medio siglo en sus colecciones privadas”.
Por género, lo que más interés despierta entre los coleccionistas es el de la posguerra y arte contemporáneo (posterior a 1910) y el arte moderno (artistas nacidos entre 1875 y 1910), que acaparan dos tercios de las subastas en valor, seguidos por impresionistas y grandes maestros (posterior a 1250).
No obstante, en estas condiciones, hablar de burbuja, cuentan los expertos, sería incorrecto, porque la polarización es extrema. Sí es cierto que algunos autores consagrados cotizan a niveles inverosímiles y baten récords en las subastas públicas. Pero en los otros canales o en las ventas privadas hay una gran cantidad de obras artísticas a precios menores a las que les cuesta incluso hallar comprador. Por ejemplo, en los últimos diez años el número de galerías que abren cada año ha caído un 86%.
“En el fondo siempre ha sido así”, comenta el veterano galerista barcelonés Carles Taché. Las ­casas de subasta cuentan con una red de promoción y difusión inalcanzable para cualquier otro ­marchante, gracias también a un mecanismo de ofertas al alza que causa una cierta “inquietud compradora”. En cuanto al resto de circuitos y canales, el discurso es diferente (y los resultados económicos, también).

El valor de obras alcanzado en las subastas el año pasado es el 30% más que en 2016


“Las galerías más pequeñas dedican tanto esfuerzo, tiempo y dinero a los artistas al comienzo de sus carreras, pero luego éstos cogen su propio camino”, señala Mc Andrews. “Esto significa que, a diferencia de los inversores en el ámbito empresarial, estas galerías rara vez ven un rendimiento significativo de su inversión”.
“Quien hace dinero, si está bien asesorado, es el coleccionista. Pero el galerista y los marchantes trabajan para alimentar y hacer sobrevivir, a otra escala, el entorno cultural y artístico en que trabajan”, sostiene Taché. El verdadero problema, en su opinión, es cuando coinciden, en un triángulo peligroso, “artistas facilones que copian lo moderno, marchantes que quieren hacer negocios y compradores con poco bagaje cultural, cuando el arte debería ser una historia de amor que da sentido a nuestras vidas”.
Tampoco este mercado es ajeno a la llamada revolución 4.0, porque la digitalización ha entrado de lleno y puede cambiar el tablero. Según un estudio de la aseguradora Hiscox, el arte online sigue creciendo de forma ininterrumpida y en el 2018 creció casi un 10%, hasta los 4.000 millones de euros.
Alejandro Sánchez, director para España de la plataforma Catawiki, una de las web de subastas más populares de Europa, explica que, aunque en internet el público es más joven y los precios son más bajos, la segmentación no está tan clara. “El coleccionista compra en varios canales de forma simultánea. Pero sí es cierto que los millennials se sienten cómodos en este formato y acostumbran a entrar con precios más accesibles. Muestran interés no sólo en el contemporáneo, sino especialmente en el street art ”.

Para Sánchez, “en un entorno de tipos bajos e incertidumbre hay personas que invierten en el arte también como refugio. Pero es difícil prever la evolución de los precios en el futuro”. Y es que invertir por amor al arte no es invertir.

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