Una de las playas de East Hampton, en el Estado de Nueva York.GETTY IMAGES
El éxodo masivo de millonarios de Nueva York por el coronavirus adelanta la temporada alta en los lugares de veraneo exclusivo y amenaza sus infraestructuras sanitarias
“Estoy subiendo a la familia en el coche. En dos horas estaré en la carretera. Tengo 200.000 dólares. Quiero una casa con seis o siete habitaciones. Y quiero dormir en ella esta noche”. La llamada la recibió una mañana de marzo Eddie Shapiro, presidente de la inmobiliaria NestSeekers, especializada en propiedades de lujo en los Hamptons, lugar de recreo predilecto de los millonarios neoyorquinos. “Encontramos la casa que necesitaba y le enviamos las fotos. Las miró y tomó la decisión enseguida. Transfirió el dinero desde el coche y esa misma noche, después de una limpieza y desinfección a fondo, se instaló en la casa con su familia para dos meses", cuenta por teléfono Shapiro.
Los móviles de los agentes inmobiliarios de la zona bullen con peticiones semejantes. Las perspectivas de confinamiento en la ciudad de Nueva York, uno de los epicentros globales de la pandemia del coronavirus, ha producido un elitista éxodo hacia lugares más abiertos y espaciosos donde pasar el trance. La migración empezó hace tres semanas. Los rumores de una cuarentena generalizada e inminente se extendían por los grupos de WhatsApp. Quienes tienen segundas residencias (o terceras, o cuartas o quintas) corrieron a ocuparlas. Y la demanda de alquileres vacacionales se ha disparado en los destinos de veraneo habituales de los neoyorquinos más pudientes. Porque el coronavirus no conoce fronteras geográficas. Pero las de clase son más difíciles de desmontar.
Unos llegan precedidos de su propio equipo de limpieza. Otros la encargan a un proveedor y piden que se grabe en vídeo cómo desinfectan cada habitación. ”Ya nadie se fía de nadie”, explica Shapiro. Piden piscinas, neveras adicionales, pistas de tenis. También caprichos más extravagantes: desde asesoría par celebrar “una fiesta de cumpleaños virtual para un niño” hasta “un jugador de tenis profesional para pegar bolas”.
La temporada alta en los Hamptons va de finales de mayo a principios de septiembre. Pero ahora se están pagando ya los precios máximos. “Incluso estamos teniendo que hablar con propietarios que normalmente no alquilan sus casas, pidiéndoles poner sus propiedades en el mercado al precio que deseen”, asegura Shapiro. “Este va a ser el año de mayor ocupación de la historia de los Hamptons”.
El fenómeno se repite en otros destinos de lujo cercanos a otras grandes ciudades como San Francisco o Chicago. Una excepción a una industria de los viajes que por lo demás, básicamente, se ha evaporado con la pandemia.
Esta especie de temporada vacacional adelantada, y en medio de una emergencia sanitaria sin precedentes, plantea retos a las autoridades locales. En muchas de estas localidades, preocupa la capacidad de la limitada infraestructura sanitaria autóctona para responder a un eventual aumento de personas que necesiten hospitalización en las semanas venideras.
“No viajen aquí desde otra zona que esté experimentando una transmisión alta de Covid-19. Esta zona tiene recursos sanitarios limitados, también hay existencias limitadas de comida y otros productos esenciales”, publicaron en un comunicado los servicios de emergencia del condado rural de Schoharie, en las montañas de los Catskills, popular destino vacacional de los neoyorquinos. “Por la salud y bienestar de la comunidad”, anunciaban las autoridades de una isla entre Long Island y Connecticut, “si uno no necesita venir ahora a Fishers Island por una razón específica, le imploramos que retrase su viaje al menos un mes”. Al otro lado del país, en la frontera entre California y Nevada, Carol Chaplin, presidenta de la autoridad de turismo del lago Tahoe, tenía un mensaje parecido para quienes escapan del confinamiento: “Esto es algo que creí que nunca iba a tener que decir en toda mi carrera en el turismo, pero por favor quédense en casa en este momento”, decía en un comunicado este lunes.
También la convivencia entre lugareños y visitantes se ha visto afectada. Sobre todo desde que, la semana pasada, la Casa Blanca recomendó a todos aquellos que hubieran salido de la ciudad de Nueva York que se sometieran a una cuarentena de 14 días. El súbito acopio de víveres por parte de algunas familias recién llegadas, además, ha provocado desabastecimiento en algunos comercios. “Siempre ha habido una cierta relación amor-odio entre los locales y los veraneantes”, explica Shapiro. “La economía local está alimentada por los visitantes. A los locales les encanta odiarlos, pero también les encanta su dinero. Eso sí, cuando alguno entra en pánico y pide llevarse la mitad de la carne que hay en una tienda, como ha sucedido, los tenderos han tenido que tranquilizarlo y recordarle que, de momento, se seguirá reponiendo el género cada día”.
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