Varias personas hacen cola para recibir alimentos en Massachusetts (EE UU).BRIAN SNYDER / REUTERS
No presten atención al Dow Jones; concéntrense en esos puestos de trabajo que están desapareciendo
Las noticias económicas han sido tremendas. El informe sobre el PIB publicado el miércoles en referencia al primer trimestre no tiene importancia. Una economía que se contrae a una tasa anual cercana al 5% se habría considerado algo terrible en tiempos normales, pero este informe solo captaba las primeras gotas de una precipitación torrencial. Datos más específicos muestran que la economía está cayendo por un precipicio. La Oficina Presupuestaria del Congreso proyecta una tasa de desempleo del 16% a finales de año, y ese cálculo podría quedarse corto.
Sin embargo, los precios de las acciones en EE UU, que bajaron las primeras semanas de la crisis de la covid-19, han recuperado buena parte de esas pérdidas. En la actualidad han vuelto más o menos al lugar donde iniciaron la caída, cuando se hablaba de lo bien que iba la economía. ¿Qué está ocurriendo?
Bien, siempre que se reflexione sobre las repercusiones económicas de los precios bursátiles se deben recordar tres normas. La primera, que la Bolsa no es la economía. La segunda, que la Bolsa no es la economía. Y la tercera, que la Bolsa no es la economía.
Es decir, la relación entre el comportamiento de las acciones –regido en buena medida por la oscilación entre la avaricia y el miedo– y el crecimiento económico real siempre ha sido entre laxa e inexistente. Recordemos la famosa ocurrencia del gran economista Paul Samuelson, allá por la década de 1960, cuando dijo que el mercado bursátil había predicho nueve de las cinco recesiones anteriores.
Pero yo diría que hay razones más profundas para la actual desconexión entre el mercado bursátil y la economía real: los inversores están comprando acciones en parte porque no tienen ningún otro sitio al que ir. De hecho, se tiene la sensación de que las acciones están tan altas precisamente porque la economía en conjunto está tan débil.
¿Cuál es, en resumidas cuentas, la principal alternativa a invertir en acciones? Comprar deuda pública. Sin embargo, en los tiempos que corren, la deuda pública ofrece una rentabilidad increíblemente baja. El tipo de interés de los bonos del Estado estadounidenses a 10 años es de solo el 0,6%, frente al 3% a finales de 2018. Y si lo que quieren son bonos protegidos contra la inflación futura, la rentabilidad es negativa, de -0,5%.
De modo que comprar acciones de empresas que siguen siendo rentables a pesar de la recesión provocada por la covid-19 parece de lo más atractivo.
¿Y por qué están tan bajos los tipos de interés? Porque el mercado de bonos prevé que la economía se mantenga deprimida varios años, y cree que la Reserva Federal mantendrá las políticas de dinero fácil en un futuro predecible. Como he dicho antes, se tiene la sensación de que las acciones están fuertes precisamente porque la economía real está débil.
Ahora bien, una pregunta que sin duda podrían plantearse es por qué, si la debilidad económica es en todo caso buena para las acciones, el mercado se hundió brevemente a principios de año. La respuesta es que durante unas semanas de marzo el mundo se balanceó al borde de una crisis financiera similar a la de 2008, lo que hizo que los inversores huyesen de todo lo que presentara el más mínimo asomo de riesgo.
Sin embargo, esa crisis se evitó gracias a las medidas extremadamente audaces de la Reserva Federal, que se apresuró a comprar activos en un volumen y una gama sin precedentes. Sin esas medidas estaríamos afrontando una catástrofe económica aún mayor.
Y esta es, por cierto, una de las razones por las que deberían preocuparnos los intentos de Donald Trump de nombrar personas afines y sin preparación, con historial de haber apoyado doctrinas económicas descabelladas, para el consejo directivo de la Reserva Federal. Imaginemos dónde estaríamos ahora si la Reserva Federal hubiera respondido a una crisis financiera inminente de la misma manera que el Gobierno de Trump ha respondido a una pandemia inminente.
Pero volviendo a la desconexión entre las Bolsas y la realidad económica, resulta que este es un fenómeno de larga duración, que se remonta al menos a mediados de la década de 2000. Piensen en todas las cosas negativas que hemos descubierto de la economía contemporánea desde, digamos, 2007. Hemos descubierto que las economías avanzadas son mucho menos estables, están mucho más sujetas a crisis periódicas, de lo que prácticamente todos creíamos posible.
El aumento de la productividad se ha desplomado, demostrando que la expansión impulsada por la tecnología de la información en la década de 1990 y comienzos de la de 2000 fue un hecho aislado. Los resultados económicos generales han sido mucho peores de lo que la mayoría de los observadores preveía hace unos 15 años.
Sin embargo, a los mercados bursátiles les ha ido muy bien. En vísperas de la crisis de la covid-19, la relación entre la capitalización bursátil y el PIB –la medida favorita de Warren Buffett– estaba muy por encima de su nivel de 2007, y un poco por encima del máximo alcanzado durante la burbuja de las puntocom. ¿Por qué?
Sin duda, la principal respuesta es considerar la alternativa. Si bien el empleo acabó recuperándose de la Gran Recesión, esa recuperación solo se alcanzó gracias a unos tipos de interés históricamente bajos. La necesidad de mantener los tipos bajos era un indicio de la debilidad económica subyacente: las empresas parecían reacias a invertir a pesar de los altos beneficios, prefiriendo a menudo recomprar sus propias acciones. Pero los tipos bajos eran buenos para los precios bursátiles.
¿He mencionado que el mercado bursátil no es la economía?
Nada de esto debería tomarse como afirmación de que las actuales valoraciones bursátiles son perfectas. Intuyo que los inversores están demasiado ansiosos por recibir buenas noticias; pero la verdad es que no tengo la menor idea de adónde se dirige el mercado.
La cuestión, más bien, es que la resistencia de los mercados tiene, de hecho, cierto sentido a pesar de las terribles noticias económicas, y por la misma razón, no contribuye a que esas noticias resulten menos terribles. No presten atención al Dow Jones; concéntrense en esos puestos de trabajo que están desapareciendo.
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