El canciller alemán Olaf Scholz durante una visita a las instalaciones de la Agencia Espacial Europea (ESA) en Colonia.
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El Gobierno de Scholz no consigue acordar un paquete de ayudas energéticas impulsado por Los Verdes. Berlín aglutina la mitad de las ayudas de Estado acordadas en la UE
Alemania está sufriendo con virulencia los efectos de la guerra en Ucrania. Apostar todos los huevos a la cesta rusa para obtener energía barata le ha terminado saliendo muy cara. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que la germana será la única economía industrializada en terminar este año en recesión. En este derrape de la locomotora europea, el Gobierno que dirige Olaf Scholz ha presentado un macroplán de estímulos fiscales, pero ha sido incapaz de sacar adelante el tsunami de subsidios a las compañías energéticas, lo que amenaza con un fuerte éxodo industrial.
La coalición semáforo, que echó a rodar en 2021 de mano de los Socialdemócratas, Liberales y Verdes, destaca por sus profundas divisiones en materia económica y energética. Un choque de posturas que se materializó en Bruselas tras un veto inesperado de Berlín a la legislación europea que prohíbe los coches de combustión a partir de 2035. Las convulsiones internas hacen temblar la estabilidad del Gobierno y achican su apoyo popular. Una encuesta reciente de YouGov reveló que el 69% de los alemanes no confían en la capacidad de su Ejecutivo para resolver los problemas que afronta el país.
Ahora, los liberales comandados por Christian Lindner han frenado los planes de sus socios de coalición verdes para lanzar un paquete de ayudas de Estado en materia energética. El estímulo busca aliviar el impacto de los altos precios de la luz sobre las empresas. La propuesta que los ecologistas revelaron en mayo pasa por imponer un precio reducido de la energía a seis céntimos por kilovatio hora. Estaría en vigor hasta 2030 y costaría a las arcas nacionales unos 30.000 millones de euros. El triple objetivo, desgranado por su líder y ministro de Economía y de Clima, Robert Habeck, era el de dar un balón de oxígeno a las compañías manufactureras, avanzar en el camino hacia las renovables y fomentar la competitividad del tejido industrial del país.
Pero el retiro de dos días de los miembros del Gobierno en el Palacio de Meseberg no ha servido para limar asperezas y sacar adelante una medida que los de Lindner consideran contraria a las dinámicas del libre mercado. De la cita celebrada a las afueras de Berlín sí que salió una batería de ayudas fiscales cuantificada en 7.000 millones de euros para el próximo lustro. El plan de 10 puntos contempla desgravaciones para las pequeñas y medianas empresas, como recortes del impuesto de sociedades, o una mayor flexibilidad para asumir las pérdidas. "El crecimiento económico actual no va todo lo bien que nos gustaría, con estas medidas queremos animar a las compañías a que continúen invirtiendo", resumió Scholz.
Pero las medidas pueden no ser suficientes en un momento en el que la cuarta economía del mundo y la primera de la UE camina sobre la delgada línea de la recesión técnica. Muchas empresas han dado la voz de alarma amenazando con marcharse a países que cuenten con precios energéticos más bajos. Ante la creciente presión, el líder socialdemócrata ha defendido que el coste de la electricidad está ahora mucho más contenido que hace unos meses. Pero la menor presión sobre la factura energética no ha calmado las aguas. Una encuesta reciente llevada a cabo por la Cámara de Comercio de Alemania revelaba que un tercio de las firmas estaban dispuestas a expandirse en el exterior, motivadas por la presión creciente de los precios de la luz y la incertidumbre de un futuro sin gas, carbón y petróleo ruso. Se trata del doble que el año pasado.
El parque energético de Alemania saltó por los aires con la invasión rusa a Ucrania. Antes del 24 de febrero de 2022, más de la mitad de todo el gas consumido en el país procedía de los depósitos de Moscú. Desvincularse de ello ha sido para Alemania, que con la anexión de Crimea no solo no frenó su dependencia energética con el Kremlin, sino que la aumentó, una prueba de fuego. Y todo ello ha llegado en medio de la transición ecológica en un país todavía muy dependiente del carbón. Un cóctel molotov que ha disparado el precio de la electricidad.
UE de dos velocidades
Alemania es con diferencia el país europeo que más ayudas de Estado ha desembolsado en el marco de la flexibilización que autorizó la Comisión Europea en marzo. Aglutina la mitad de todas las ayudas europeas y duplica a Francia. Según recoge la agencia Reuters, su escudo fiscal aumentará entre 2021 y 2024 con 30.000 millones de euros, buena parte de ellos destinados a impulsar la transición ecológica.
El macroescudo fiscal alemán levanta mucho polvo en las capitales europeas, algunas de las cuales temen que se produzca una UE de dos velocidades entre los países que tienen manga presupuestaria y los más pequeños. Todo ello amenaza ya con hacer saltar por los aires la esencia del Mercado Interior, por lo que Bruselas pide ya a todos los países que vayan poniendo fin de forma gradual a todas las medidas de emergencia impulsadas en el marco de la crisis sanitaria y energética. Pero París y Berlín no están dispuestos a poner en riesgo la competitividad de su industria, mientras en paralelo China y Estados Unidos toman la delantera con grandes espaldarazos a su tejido productivo.
Ante las turbulencias financieras globales y la creciente asertividad china, Washington no titubeó. El año pasado, la Administración de Biden puso en marcha una ley para reducir la inflación, bautizada como IRA, que desató las alarmas en Bruselas. Con un despliegue brutal de 369.000 millones de euros en subsidios verdes, el inquilino de la Casa Blanca buscaba atraer la inversión extranjera de su país, dejando a sus aliados europeos en pañales y bajo un gran riesgo, especialmente en Alemania, de una salida en cadena de sus firmas hacia el otro lado del Atlántico. Berlín y muchas capitales lo interpretaron como el mismo proteccionismo de Trump, con distinto nombre y formas.
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