Para poder evitar el consumo de ultraprocesados, antes hay que saber cuáles son. (iStock)
Distinguir entre un alimento fresco y otro que no lo es resulta muy sencillo. Ahora bien, discernir entre un procesado y un ultraprocesado ya no lo es tanto. Estas son las claves
Cereales de desayuno, margarina, palitos de cangrejo o unos snacks tipo nachos o ganchitos... ¿Qué es lo que tienen en común estos productos, a priori, tan dispares? Todos ellos forman parte de lo que se conoce como productos ultraprocesados. Uno de esos términos que han dado el salto desde el ámbito sanitario hasta la población en general y que, por el camino, se ha dejado algunas de las características más importantes haciendo que, en muchas ocasiones, llegue desvirtuado, se malinterprete e incluso se emplee de manera inadecuada.
Un producto ultraprocesado no tiene por qué ser insano
Uno de esos puntos críticos es el que hace referencia a sus posibles efectos dañinos sobre la salud. La creencia que circula al respecto es que efectivamente no son alimentos saludables, lo cual es cierto, aunque es importante mostrar ciertos aspectos que matizan tal afirmación. Y es que el quid de la cuestión de la malignidad de un producto ultraprocesado no reside tanto en que haya sido sometido a varios procesos en su elaboración como en que en su composición contenga exceso de sal, azúcar, grasa y aditivos. Ahora bien, la realidad es que ambas circunstancias suelen coincidir. Así lo refiere Begoña Pérez Llano, profesora de Tecnología de los Alimentos del Grado en Nutrición Humana y Dietética de CUNIMAD-UNIR, quien define este tipo de alimentos como un "producto elaborado mediante formulación y mezcla de varios ingredientes que a continuación se someten a varios procesos. En el producto final, esos ingredientes no son reconocibles". Por ejemplo: unos nuggets de pollo.
Una lata de atún no se considera un producto ultraprocesado, ni unos guisantes congelados
Por otro lado, y para dejar el asunto aún más claro, la experta puntualiza: "No sería ultraprocesado una lata de atún, ya que lleva pocos ingredientes y un solo proceso de conservación por esterilización y, además, reconocemos el alimento o ingrediente principal. En este caso, es un procesado, pero no ultraprocesado". Y añade: "Tampoco serían ultraprocesados unos guisantes congelados. Los productos lácteos son productos procesados, no ultraprocesados (fermentación en yogur, fermentación, cuajado y curado del queso). Y lógicamente tampoco los alimentos frescos".
¿Cómo reconocer un ultraprocesado en el supermercado?
Es posible que la experta haya tirado por tierra el método que muchas personas aplican para identificar un ultraprocesado; esto es, que esté envasado o simplemente que no sea fresco. Sin embargo, no es exactamente así. Hay dos pistas que, según la profesora, serían un buen aliado en esta tarea de investigación, que son: "Que no se distinga el ingrediente principal y que la lista de ingredientes sea muy extensa". Por ejemplo -señala la docente-, una lata de fabada contiene muchos ingredientes, pero no es un ultraprocesado, porque podemos reconocer el ingrediente principal. Es decir, los productos de quinta gama, que son recetas simplemente cocinadas y envasadas al vacío o enlatadas y sometidas a esterilización, no estarían en esta categoría. Mientras que los productos como los palitos de cangrejo, snacks salados tipo nachos o ganchitos, la margarina, cereales de desayuno extrusionados, todos ellos con una larga lista de ingredientes, serían ejemplos de alimentos ultraprocesados".
Estos productos, los cereales, junto con la bollería industrial, las galletas, las golosinas, las bebidas azucaradas y los aperitivos salados, son algunos de los más consumidos por los niños. Un hábito, resultado de la confluencia de múltiples factores y que requiere de la intervención de otros tantos para su corrección, siendo la formación nutricional la base para modificarlo.
"La buena educación nutricional es fundamental para que los consumidores sean conscientes de lo que compran y de lo que comen. La educación nutricional realizada por docentes en la escuela, desde la educación infantil, incluso en las escuelas de padres, es muy potente -apunta la experta-, ya que estamos educando en hábitos saludables desde pequeños, y les podemos dar pautas y consejos a los padres que tienen una gran labor en el futuro de la salud de sus hijos". Y recalca: "Las campañas también están bien, pero la educación personal creo que es la clave. Un consumidor crítico y responsable es lo que debemos conseguir".
No somos los que más consumen
A pesar de que el consumo de los productos ultraprocesados se ha disparado en los últimos años en todo el mundo, en general España es un país con bajo consumo de alimentos ultraprocesados (24,4%) en comparación con otros países occidentales, como Canadá (61,7%), Estados Unidos (57,9%), Reino Unido (53%) y Francia (35,9%), o Brasil (29,6%). Así se recoge en el Informe Alimentos ultraprocesados: Revisión crítica, limitaciones del concepto y posible uso en salud pública, liderado por Nancy Babio, Patricia Casas-Agustench y Jordi Salas-Salvadó e impulsado por la Universitat Rovira i Virgili, IISPV y Ciberobn.
Todo hace pensar que el consumo de ultraprocesados seguirá creciendo
Según el mismo estudio, esto podría explicarse por el hecho de que cocinar en casa forma parte de la tradición mediterránea. De hecho, este tipo de alimentación se considera un patrón dietético rico en alimentos no procesados o mínimamente procesados. Sin embargo, también se sabe que la población española se ha alejado de este patrón tradicional para adoptar una dieta menos saludable, especialmente entre los jóvenes, niños y adolescentes, con un consumo medio diario de 1,2 raciones de frutas y verduras al día, muy por debajo de las cinco raciones recomendadas, siendo los adolescentes españoles los que presentan el consumo diario de vegetales más bajo de Europa. Todo ello hace pensar que el consumo de alimentos altamente procesados continuará aumentando en los próximos años.
Estamos a tiempo de reconducir las cifras
Frenar la tendencia descrita es la razón de ser de muchas de las actuales campañas en contra del consumo habitual de productos ultraprocesados. Un objetivo que también comparte y defiende Pérez Llano: "En mi opinión, todas estas iniciativas están plenamente justificadas, ya que son alimentos de alto consumo entre la población, cuya ingesta debería ser de consumo ocasional. Tendríamos que aprender a comer mejor y basar nuestra alimentación en alimentos frescos, cocinados en casa y alimentos procesados. Y dejar los ultraprocesados para ocasiones o directamente no consumirlos". Además, "si queremos reducir nuestra huella de carbono, cuantos más alimentos frescos consumamos mucho mejor, ya que los ultraprocesados siempre van a gastar más energía en esos procesos de fabricación", apostilla.
Además, en el caso del consumo de ultraprocesados en niños, la prevención cobra especial importancia, ya que "están en nuestras manos", apunta la experta. "Lo que aprendan de pequeños lo van a practicar de mayores. Y luego es más difícil reconducir hábitos", asegura la profesora, quien considera que "el consumo de ultraprocesados en la familia suele ir asociado a una falta de costumbre de cocinar, actividad que deberíamos inculcar también desde pequeños".
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