Foto: iStock.
Repasamos el origen desde Platón del autosabotaje y por qué no es tan malo ceder ante nuestras inseguridades de vez en cuando para aprender quiénes somos en realidad
Quedan pocos minutos para que comience la entrevista de trabajo para ese puesto por el que tanto tiempo llevas luchando y te sientes un completo inútil. Estás delante de una persona muy interesante con la que sabes que hay feeling, pero no paras de decir tonterías. Faltan dos días para el examen más importante de tu carrera y decides darte un atracón de tu serie favorita. Tienes un catarro de los gordos, pero tu adicción a la nicotina hace que te lleves un cigarro a los labios. Estás a punto de ser despedido en el trabajo por tu uso desmesurado del teléfono móvil y, habiéndote ya avisado, no puedes dejar de abrir Instagram.
Todas estas situaciones que nos hacen la vida más difícil entran dentro de la actitud del autosabotaje, la cual es especialmente dañina si se junta con el arrepentimiento a posteriori. Por más que nos tiremos de los pelos intentando dar con una explicación lógica a nuestros comportamientos más erráticos o disfuncionales, no podemos. Esto es porque, como veremos más adelante, no es la razón la que nos lleva a estos actos, sino el flujo de nuestro inconsciente. Y, por esto mismo, poco podemos hacer más que estar lo más alerta posible para intentar detener esos impulsos oscuros que nos hacen sucumbir y transformarnos en la peor parte de nosotros mismos.
El autosabotaje tiene tantos años como Matusalén, y aunque ahora llene libros de autoayuda o artículos de psicología, el filósofo griego Platón supo definirlo muy bien con su alegoría del carro alado. En sus propias palabras: "El alma es como un carro de caballos alados y un auriga que forman una unidad", escribe en Fedro. "Ahora bien: los caballos y aurigas de las almas de los dioses son todos buenos y de excelente linaje; los de las otras almas, sin embargo, mezclados. Nuestro auriga gobierna a la pareja que conduce; uno de sus caballos es bello y bueno y de padres semejantes, el otro es lo contrario de ambos aspectos. De ahí que la conducción nos resulte dura y dificultosa".
"No hacer nada es bastante cómodo, excepto cuando esa pulsión se vuele mortal para ti. Tienes que vivir y decidir, pero también caer"
En resumidas cuentas, para Platón no hay nada más puro que los dioses, mientras que nosotros, el común de los mortales, debemos apañárnosla para intentar domeñar el caballo blanco (que apunta a la idea del Bien y, por tanto, es racional y obediente) y someter al caballo negro (definido por ser un rebelde, desviarse del camino correcto y actuar sin ningún precepto lógico, solo guiado por los impulsos). Sin querer, el filósofo griego estaba describiendo las partes del funcionamiento psíquico humano que siglos más tarde postularía Sigmund Freud. Hay un principio de placer, asociado con la creatividad, y por ello con la vida y la reproducción, y un impulso de muerte, que es lo que nos hace desear un estado inerte.
No es tanto una dicotomía entre bien y mal, como postuló Platón, sino una especie de alternancia entre esos dos estados. "No hacer nada es bastante cómodo, excepto cuando esa pulsión se vuele mortal para ti", asegura Anouchka Grose, psicoanalista australiana, una de las mayores expertas en Freud y citada por Eliane Glaser, escritora, quien ha publicado un reciente artículo muy interesante sobre el autosabotaje en la revista Aeon. "Tienes que vivir y actuar, pero también tienes que caer".
No somos dioses
La perspectiva de Grose es bastante positiva, ya que no condena de pleno la conducta del autosabotaje, sino que la ve más como una forma de conocimiento profundo de uno mismo, si viene seguida siempre de la autocompasión y no de la culpa, un sentimiento muy judeocristiano. "Aceptar la realidad del autosabotaje afloja su control, necesitamos trabajar con nuestro síntoma en lugar de volver a la normalidad o asumir que existe una especie de punto de referencia en el ser humano", asegura. "La tarea consiste en cómo incluyes ese síntoma en una vida que puedas vivir y que te guste".
Como decía Óscar Wilde, "solo hay dos tragedias en la vida: una es nunca conseguir lo que uno quiere, y la otra es conseguirlo"
En realidad, no somos dioses, regresando al punto de partida de Platón. Nuestro carro siempre tiene dos lados, uno luminoso y otro oscuro, y es el diálogo entre ambos, o la capacidad del auriga (el yo) para negociar con ellos y dominarlos, lo que hace que prosperemos en nuestra carrera. En caso contrario y de no poder hacer que se entiendan, caeríamos en un estado de neurosis, parafraseando a Freud. "Mucha gente de éxito se encuentra en ese límite", admite Grose. "Es una cuestión de ser capaz de encontrar el equilibro entre estar loco y ser brillante".
La lección del fracaso
¿Cuál es la causa más común de este autosabotaje? ¿Por qué el caballo negro tira más que el blanco? Generalmente, viene determinado por una poca seguridad en uno mismo o un miedo al fracaso, de ahí que aparezca en los momentos más decisivos. El psicoanalista Ronald Fairbairn sostuvo que nuestro "saboteador interno" responde a la necesidad de protegernos de la vergüenza, de ahí que en muchas ocasiones se presente en forma de adicciones, comportamientos compulsivos o maniáticos, ya que es una especie de mecanismo de defensa que adoptamos, o bien una pantalla que interponemos entre nosotros y el mundo.
Por ello, cuando empezamos a sentir que el caballo negro tira más, es más necesario que nunca actuar, aunque sepas que no estás preparado o no es posible. A pesar de que sabemos que podemos fracasar o hay un alto porcentaje de que salga mal, debemos enfrentarnos a esa dificultad, porque al fin y al cabo el hecho de fallar siempre implica un aprendizaje que nunca alcanzaremos si decidimos abstenernos y obedecer a esa pulsión de muerte que nos dice que es mejor quedarse quietos. A fin de cuentas, nunca sabemos el resultado que tendrán nuestros actos. Como decía Oscar Wilde, citado por Glaser en su artículo, "solo hay dos tragedias en la vida: una es nunca conseguir lo que uno quiere, y la otra es conseguirlo".