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La idea de que solo triunfan aquellos que sacrifican su descanso y rascan más horas a su día levantándose muy temprano está muy diseminada en la cultura del liderazgo. Los estudios, en cambio, son contradictorios
En 2019 se conocía que Jack Dorsey, antiguo dueño de Twitter (ahora X) se levantaba a las cinco de la mañana y lo primero que hacía era zambullirse en una bañera llena de agua con hielo. A cualquiera en su sano juicio le parecería una tortura espartana, más aún en invierno. Sin embargo, precisamente ahí residía la supuesta eficacia de esta rutina para afrontar con ganas el día y arrasar con todo: da igual lo que te espere ahí fuera, una vez salgas de casa, seguro que será mucho mejor que sentir ese dolor en tus huesos y músculos, nada más salir del calorcito de las sábanas.
Es frecuente, en el mundo del bienestar, asociar el sacrificio con el éxito, ya sea que estés adelgazando, preparándote para un examen o conociendo a alguien con quien te has ilusionado y que tampoco te hace mucho caso. Nuestra sociedad solo valora lo que tiene cuando ha costado sufrimiento adquirirlo; un sentido moral de regusto judeocristiano que también se aplica a nuestra cultura laboral, de ahí que esté mejor visto aquel que echa más horas en la oficina que quien se va antes porque ya ha terminado.
Dorsey abogaba por entumecer su cuerpo con el hielo antes de salir a ganarse la vida. Otros tantos famosos, empresarios, actores y en definitiva, gente repleta de éxito y millones, no fueron tan lejos, pero sí adoptaron la idea de que para triunfar hacía falta levantarse al filo del amanecer, pocas horas antes de tener que ir a trabajar, bajo la premisa de arañar más horas al día, hacer ejercicio físico o mental (a través de la meditación), dedicarse a un hobby que la rutina no permite o simplemente estar en paz con uno mismo antes de que toda la vorágine diaria irrumpa en el teléfono personal o el correo electrónico.
"Después de las diez de la noche no hay nada, sales a la calle y no te va a pasar nada bueno"
Sin ir más lejos, el influencer Amadeo Llados ha sido el último en pontificar los beneficios de madrugar muchísimo como requisito indispensable del éxito económico y social. "Cuando tú te levantas a las cinco de la mañana y te acuestas a las nueve de la noche, eliminas todo ese baremo de horas de 'mierda'", afirmaba, en una entrevista. "Después de las diez de la noche, no hay nada, literalmente. Sales a la calle pasada esa hora y no te va a pasar nada bueno". Si de verdad fuera así, más listo sería aquel que se levanta a las cuatro de la madrugada o, directamente, los que tienen un horario plenamente nocturno.
El origen de las 5:00 a.m.
Lo cierto es que este pensamiento cogió fuerza entre los millonarios a raíz de la publicación de un libro de Robin Sharma titulado The 5AM Club: Own your morning, elevate your life (algo así como "El Club de las 5 de la mañana. Sé dueño de tu mañana, progresa en la vida"). Así lo certifica la periodista Anita Chaudhuri en un reciente artículo de la BBC en el que prueba ella misma esta doctrina del éxito, descubriendo al final que pegarse el madrugón en realidad no tiene mucho impacto, salvo estar más cansado y tener una falsa sensación de libertad.
Porque, al final, da igual que arañes unas pocas horas o unos pocos minutos más: si no tienes nada relevante que hacer, tu vida no va a cambiar. Esta podría ser la premisa más sencilla, aunque también podríamos verlo desde el punto de vista científico, el cual es siempre contradictorio en este asunto. Los estudios abundan, aportando argumentos tanto en contra como a favor de adelantar o atrasar el despertador. Levantarse una hora antes de lo habitual reduce el riesgo de sufrir depresión hasta en un 23%, según un paper publicado en JAMA Psychiatry. Por contra, otra investigación de la Universidad de Columbia subraya que privarnos de más horas de sueño pueden aumentar nuestras posibilidades de padecer ansiedad o estrés, disminuyendo las emociones positivas.
Al final, estos se resume en escoger entre madrugar mucho para hacer más o quedarte en la cama para estar más descansado y rendir mejor. Lo que sí merece la pena tener en cuenta, a la hora de saber qué es lo que más conviene, es escuchar a tu propio organismo y conocer tu ciclo circadiano. Hay gente a la que no le cuesta nada madrugar y en cuanto anochece ya empiezan a bostezar, mientras que a otras levantarse pronto se les antoja como una tortura, alcanzando su pico de actividad a media tarde o, incluso, por la noche. Al final, como en todas las cuestiones relacionadas con la salud física o mental, no hay ninguna ley generalizable para todos, lo que más influye es el propio cuerpo y las necesidades fisiológicas de cada uno.
¿Quién puede permitirse levantarse tan pronto?
Más allá de esta variable, también habría que tener en cuenta otros aspectos, como viene a ser la cuestión social. Seguro que Dorsey puede levantarse a las cinco de la madrugada y no tiene que perder tiempo ni en llenar la bañera, ya que dispone de gente a su servicio. Pero, para el común de los mortales que tienen que trabajar para poder seguir pagando el alquiler, la hipoteca o la manutención de los hijos, puede ser que la obligación moral de acostarse pronto para levantarse más pronto aún se vea eclipsada por la propia rutina. O al contrario, para muchos trabajadores, el hecho de poder elegir cuándo acostarse o despertarse queda fuera de su margen de maniobra debido a que dependen de la exigencia de cumplir con un horario laboral no marcado por ellos mismos.
Heather Darwall-Smith, psicoterapeuta del sueño, ofrece en el artículo de Chaudhuri la síntesis de esta idea: "Todos tenemos un cronotipo que determina nuestro reloj biológico, de tal forma que hay personas diurnas y nocturnas", asegura. "Pero, en realidad, la mayoría nos encontramos en un punto intermedio: habrá aquellos que puedan irse a la cama a las diez de la noche y despertarse a las cinco de la mañana, pero otros no. No olvidemos que hay muchas personas a las que su turno de trabajo les obliga despertarse a las cinco de la madrugada".
Al final, y como decíamos, lo importante es aprovechar el tiempo de manera efectiva, algo realmente difícil si tenemos en cuenta la gran cantidad de distracciones que tenemos en nuestro día a día. De nada nos sirve levantarnos dos horas antes si las vamos a gastar haciendo un scroll infinito o atendiendo tareas que pospusimos el día anterior. No por mucho madrugar, amanece más temprano, y tampoco Dios te va a ayudar si decides adelantar el despertador.